La taza curiosa
Publicado en Nov 08, 2013
Esta era una pequeña taza de té o café, de tamaño regular, que vivía en la alacena de su dueña la Señora Sildermann. Pasaba desapercibida en medio de sus hermanas y primas, tazas de café pequeñas, de porcelana china, de vistosos colores y escenas de caza y campo pintadas en su superficie. Sí, la verdad que la pequeña taza pasaba desapercibida, porque era la que usaba Doña Sildermann para tomar el desayuno todas las mañanas. Su salmo de todos los días rezaba así: 'Las otras tazas las uso para cuando vengan visitas, no las voy a estropear para desayunar, si estoy sola. No, que se luzcan cuando vengan mis amigas'. La pequeña taza, Nina, como todos la apodaban, soñaba con un día lucirse entre las amigas e la Sra. Sildermann y que alabaran con esa voz chillona y paqueta que tenían, sus bellos colores y su hermosa figura. Un día, la nieta más pequeña de la Sra. Sildermann fue de visita a la casa y decidió tomar el té afuera, en el hermoso jardín. Para ello, se llevó a Nina, uns cuantos paltos, tostadas de manteca y dulce de leche y se acomodó bajo el níspero justo al lado del quincho. Es que la casa de la señora era muy grande al igual que el jardín, de modo que tenía un quincho en donde también guardaba una vajilla pero más vieja, y a veces, rota y vuelta a pegar. Nina no cabía en su asombro, ya que nunca había salido de la cocina y ahora podía observar los árboles, cuyas largas cabelleras se mecían con el viento, las flores, de múltiples colores, las mariposas, en fin, toda la naturaleza que para ella tenía el sabor de lo nuevo y maravilloso. Pero el tiempo pasó muy rápido, se hizo de noche y todos volvieron adentro. Esa noche, luego de ser lavada por la amable señora, Nina soñó que se escapaba de la alacena y se iba a vivir para siempre en el jardín. Ahora, su mayor deseo era ver el amanecer. El níspero le había contado, en un susurro, que ese era el espectáculo más impresionante de todos. Luego la nieta la había recogido junto con las cucharas, el plato, y los restos de tostadas y no había podido preguntarle cómo llegar allí. No fue necesaro que hiciera demasiadas averiguaciones. Una cucharita de café, pequeña y traviesa, al enterarse de sus aspiraciones le reveló el secreto. -Si quieres salir afuera y quedarte allí para siempre, debes romperte. Las tazas rotas y vueltas a pegar forman parte de la vajilla del quincho ¿lo notaste alguna vez? Es vajilla que se usa solo cuando la señora decide comer afuera con sus familiares. Esa es tu oprtunidad para salir y quedarte por siempre en el jardín, sin que nadie te lo impida, pero tendrás que resbalarte de los dedos de Doña Sildermann y sufrir una caída fuerte. Morirás por un tiempo pero resucitarás a una vida dichosa: solo aire puro,pájaros y flores. Nina se quedó impresionada ¿de verdad tendría que romperse si quería vivir en el jardín? Tenía miedo, ¿y si no funcionaba? Tal vez la Señora Sildermann prefería seguir desayundo en su antigua taza a pesar de sus roturas. Lo estuvo pensando largo tiempo, sonsultó con la azucarera, con la tetera, y con alguans tazas amigas. Todas le decían que tuviera cuidado, que era muy peligroso, que podía no funcionar. Sin embargo, una cuchara vieja, le dijo que debía intentarlo porque ese era su sueño, y si no luchaba por él, se vería condenada a una vida segura y tranquila pero no feliz. Estas palabras la dejaron sorprendida y fueron las palabras justas que necesitaba para tomar la decisión. A la mañana siguiente, muy temprano, se oyó un grito en la casa, y lueg un 'ay, que estúpida soy' que se repitió por lo menos tres veces. Nina yacía en el suelo rota en unos pocos pedazos, y un charco de mate cocido al lado, confirmaba que realmente Nina había muerto. Las tazas ocultas en la alacena y las cucharas se alborotaron, nadie pensaba que lo iba a hacer. La empleada limpió todo y recogió los pedazos de Nina en un papel de diario. -¡No! ¡No la tires!- dijo con voz fuerte la dueña. Voy a pegarla y la seguiré usando. Esta taza tiene para mi valor sentimental. La he usado toda mi vida. La empleada la dejó en la mesa del comedor mientras doña Sildermann buscaba la gotita para pegarla. Al día siguiente Nina se despertó sin saber quién era, ni a dónde estaba. Se encontraba nuevamente en la alacena. Sus amigas fueron las encargadas de recordarle para qué se había sacrificado. Lo peor de todo es que la señora quería seguir usándola y no la arrumbaría junto con las tazas del quincho. Esta noticia no obstante no produjo gran tristeza en Nina, al contrario, le trajo alegría porque por lo menos se había animado a cumplir su sueño. Una semana después, llegó el nieto de la dueña con su hijita, una pequeña de dos años que tocaba todo lo que tenía a su paso. La nena estaba sentada en el pasto, sobre una mantita, revolviendo la tierra con sus manecitas rosadas y fuertes. -¿ No tienes algún balde o alguna taza para que juegue? Enseguida se va a aburrir si no le damos algo para que haga cacitas o juegue a ser cocinera. -Espera, creo que tengo algo. La señora Sildermann volvió con Nina en sus manos. Ella no había perdido la esperanza de quedarse en el jardín para siempre y ahora un hecho absolutamente fortuito la devolvía a su sueño. Su felicidad fue enorme cuando la pequeña la llenó de tierra y construyó con ella una 'tortita'. Ya no deseaba contarse entre las tazas lujosas de la Señora Sildermann, ese era su lugar, ese era su sueño. Y cuando antes de irse el papá y la niña pudo contemplar el sol ocultándose tras las nubes se dibujó una sonrisa en su rostro: había valido la pena el golpe.
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Ana Fernandez
Mercedes
Enrique Gonzlez Matas
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