SINFONÍA Y CACOFONÍA
Publicado en Nov 15, 2013
La pluma apenas y se movía sobre el papel, titubeando, dejaba pequeños puntos de tinta sobre las hojas pautadas para después hacer prolongadas pausas en las que parecía que su mecanismo compartía el mismo bloqueo que afligía a su portador. Una mano tomó con impetuosa violencia la hoja en la que la pluma escribía y, arrugándola, la lanzó hacia el cesto de basura que reposaba a la derecha del escritorio. — ¡No!— salió de la boca de Pablo, al tiempo que gruñía y estrellaba su puño repetidas veces sobre su escritorio haciendo que la lámpara del mismo se tambaleara hasta casi caerse.
Su bloqueo parecía no tener fin; Día tras día, hiciera lo que hiciera, no salía ninguna idea, las notas no se dignaban en suceder. La luz del Maestro Pablo Müller amenazaba con apagarse, su pozo de novedades se había secado y ahora su música moría de sed. ¿Qué queda por componer? ¡Pues nada! Ya todo se ha hecho, todo suena igual. Trató de ahogar su frustración jalándose los cabellos, los cuales, habían crecido considerablemente desde su última aparición en público. Habían pasado varios meses desde aquella noche, pero él recordaba bien… Cientos de personas esperaban sentadas a que el director de la orquesta diera por comenzado el concierto. Y en pocos minutos ahí estaba él, pulcramente peinado y vestido con su mejor esmoquin. El suelo del escenario se estremeció por el estruendo de los aplausos del público, pero bastó con que Pablo levantara una mano para que el silencio inundara con vehemencia el teatro. Dando la media vuelta y ayudándose de su batuta, el Maestro Müller abrió las puertas del paraíso ante todos los presentes. Pero hoy era diferente, el Maestro ahora luchaba por encontrar ideas que plasmar en las hojas que descansaban frente a él. Buscaba ese algo que lo había llevado a la fama, alguna idea mágica, revolucionaria, o que por lo menos no fuera bazofia. Sintiéndose fracasado, tiró la pluma al suelo y el sonido de que ésta hizo al caer le iluminó el rostro, sacó otra pluma de su cajón y reanudó su tarea de composición teniendo en la mente el suave golpeteo de la pluma de plástico contra el piso de su cuarto. El murmullo de la pluma cayendo le inspiró el ritmo que llevaría su nueva pieza y eso, después de ocho largos meses bloqueo creativo, era un avance, un enorme avance. Al terminar, dirigió su mirada a su reloj de pared, era casi medianoche, había pasado todo el día tratando de componer. Decidió irse a dormir, estaba satisfecho. A partir de ese ritmo, la melodía y la armonía no serán problema, se decía así mismo mientras, ya recostado sobre su lecho, se echaba las cobijas encima y, presa del cansancio, se quedaba dormido en pocos minutos. Soñó que su cama se mecía en espacios exteriores más allá de nuestro sistema solar, de nuestra galaxia… de nuestra dimensión. Mientras se mecía, una melodía lo arrullaba, pero no era cualquier melodía; sonaba como una flauta, pero no sonaba para nada parecido a cualquier instrumento que Pablo había escuchado en su vida, de hecho, la melodía en sí difería mucho de lo que estaba acostumbrado a escuchar. Pablo no podía distinguir ninguna nota que sonara remotamente similar a las siete de la notación musical que había estudiado desde que era un niño. La cama tembló de repente y cayó, desde aquellos espacios desconocidos, hasta La Tierra. Pablo se despertó con un sobresalto para darse cuenta de que, todavía podía oír esa melodía. Incorporándose en el lecho, trató de poner atención a la tonada, pero le era muy difícil, sonaba distante y apenas lograba percibirla. Sin perder tiempo, se puso sus pantuflas y salió a la calle decidido a hallar de dónde provenía la melodía que podría protagonizar su obra maestra. Corrió por la calle siguiendo la peculiar cadencia hasta que llegó a un parque que se encontraba a escasas calles de su casa. Ya había visto ese parque durante el día, repleto de niños jugando y correteando, pero a la luz de la madrugada un aire lúgubre circulaba por todo el lugar, uno podría jurar ver a las ramas de los árboles moverse; a las sombras, danzar. Pablo comenzó a sentir la urgencia de huir de aquel lugar, pero su ansia por descubrir la fuente de esa melodía tan extraña fue más fuerte. A medida que el sonido incrementaba su volumen, Pablo creyó ver en la oscuridad a un hombre sentado en una banca y avanzó hacia esa dirección con pasos precavidos. Comprobó, estando más cerca, que había un hombre sentado en la banca y que, efectivamente, la melodía la producía él tocando una especie de flauta. El hombre se percató de su presencia y paró de tocar en seco. En cuanto se detuvo, el poste de luz que estaba a la izquierda de la banca (y que parecía estar fundido) se encendió y Pablo pudo ver mejor al extraño. Era un hombre moreno, bien parecido. Estaba bien peinado y bien vestido, como si fuera a una fiesta. Unas cuantas canas adornaban sus patillas, haciendo juego con el fino bigote que coronaba su labio superior. En sus manos, estaba la fuente de la hipnotizante tonada que había atraído a Pablo hasta el parque. Era un instrumento de viento completamente desconocido para cualquier experto: parecía una flauta transversal con quince chimeneas, pero la boquilla se asemejaba más a la de una flauta dulce; al otro extremo del instrumento, podía apreciarse algo similar al pabellón de una trompeta. Parecía estar hecha de un material que no era ni hierro ni plata, pero la luz del faro rebotaba en ella como si hubiera sido manufacturada con algún metal precioso. El hombre miró a Pablo de arriba abajo —Oh, perdone— le dijo con una voz profunda y calmada que denotaba un gran potencial carismático. —Lamento haberle despertado, si gusta puedo retirarme a un lugar más apartado para que usted pueda regresar a dormir— musitó mientras se levantaba. — No, no, al contrario, señor. Es solo que he quedado cautivado por el sonido de su…— Pablo señaló la extraña flauta—… peculiar instrumento. — ¿Le ha gustado mi música?— preguntó el extraño, halagado. — ¡Bastante!— replicó, Pablo —De hecho, hace pocas horas me encontraba en mi casa tratando de componer, pero hace tiempo que mi mente se bloqueó y ya no llegan a mí ideas innovadoras. La música de su flauta me ha llenado de sentimientos que me gustaría poder plasmar en mi música, tal vez usted pueda ayudarme a componer algo bueno. Incluso le dejaría participar junto con la orquesta. —le dijo, esperanzado. El hombre puso una mano en el hombro de Pablo, haciendo que un escalofrío subiera y bajara rápidamente por su espina. —Me honra usted bastante, señor, pero me temo que he de declinar su oferta— le dijo— No me gusta tocar para un público. Toco para mi propio deleite— hizo una pausa al ver la desilusión en los ojos del compositor— Pero… si usted gusta, puede ser suya. — dijo al mismo tiempo que ponía la flauta frente a él. —Pero yo no sé cómo se toca… —Aprenderá rápido— le interrumpió el hombre— si se sienta a experimentar con ella, se acostumbrará a su funcionamiento y en pocos días podrá componer con ella. — y le entregó el instrumento. — ¿Cuánto quiere por ella?— preguntó Pablo, un poco desconfiado. El hombre río —No tiene por qué preocuparse por eso ahora, Maestro Müller— y se marchó dándole la espalda, a pesar de las repetidas peticiones de Pablo para que esperase. El nombre de Pablo Müller tenía cierto de nivel de fama, pero, en esos momentos, el Maestro estaba irreconocible, su cabello estaba largo y enmarañado; andaba sucio, mal vestido, sin rasurar. Sería un milagro si mi propia madre pudiera reconocerme, ¿cómo pudo hacerlo él? Se quedó un rato reflexionando al respecto hasta que decidió regresar a su casa, dejó la extraña flauta en su escritorio y se fue a dormir. Una vez más, soñó que su cama se elevaba hacia los vacíos infinitos fuera de nuestros espacios, la música de la flauta inundaba el lugar y su cama se mecía al compás de la melodía. De nuevo, su cama cayó hasta La Tierra, despertándolo súbitamente. Al levantarse, vio que la flauta seguía en su escritorio y su corazón comenzó a latir rápidamente; la tomó y puso la boquilla en sus labios. Con un leve soplido, escapó una nota que Pablo localizó en algún lugar entre re bemol y fa menor sostenido. Con esa información inicial, comenzó a trasladar las escalas que ya conocía a la flauta. El hombre del parque tenía razón, no era tan difícil aprender a tocar tal instrumento. Menos de una hora después ya estaba comenzando a componer con la extraña flauta y comenzó a emocionarse tanto como la primera vez que aprendió a tocar un instrumento; las notas aparecían solas en su mente y eran sucedidas por otras en cortos lapsos de tiempo y, a partir de ahí, las notas eran transportadas al papel. La pluma ahora se movía sin premeditación; compás tras compás, puente tras puente, todo encajaba bien, todo armonizaba. Pablo apenas y podía contener su excitación, está será mi obra maestra, se decía así mismo, y tenía razón. Ninguno de sus trabajos anteriores (suyos o de cualquier músico), se comparaba a la sinfonía que estaba por ver la luz. Terminó una sinfonía al cabo de pocas horas y, emocionado, llamó a su representante para organizar una presentación lo antes posible. El representante no pudo negarse ante la petición, tal presentación había sido anunciada durante meses sin tener una fecha prometida y ahora ya tenía una fecha, un nombre, una pieza musical nunca antes oída por orejas humanas. La esperada fecha llegó semanas después. Cientos de personas esperaban sentadas a que el director de la orquesta diera por comenzado el concierto, pero esta vez, su espera era incontenible, ya habían esperado bastante por oír algo nuevo del Maestro. En pocos minutos, ahí estaba, rasurado, pulcramente peinado y vestido con un flamante esmoquin nuevo. Al verlo, la multitud estalló en aplausos y vítores, Pablo sonrío y los hizo callar levantando una mano. Se giró y con un ademán de su batuta, los músicos comenzaron a tocar mientras leían en sus atriles las partituras; comenzaron los violines a tocar en pianísimo para acabar en un forte, los demás instrumentos se unieron y juntos tocaban un adagio. No había espectador que no se encontrara al filo de su butaca con una expresión de maravilla en su rostro, la música era simplemente hipnotizante, lo cual se debía a la repetición de sus sonidos combinada con los disminuidos en su escala. Las notas que salían del contrabajo eran prolongadas, intimidantes; las percusiones estaban cargadas de euforia, contrastaban de manera magistral con la melodía de tintes cacofónicos que emanaba de los violines y las flautas. El espectáculo prometía ser la sinfonía del siglo. Al terminar, el estallido de aplausos y vítores hizo vibrar el escenario y hasta las paredes. Al dar las gracias, Pablo tuvo que contener sus lágrimas de felicidad; lo había logrado, había logrado componer algo que jamás se había hecho en una sinfonía. Mientras salía del teatro, su representante ya le estaba proponiendo una gira para promover su nuevo sonido, — Lo llamaremos igual que tu nueva pieza: “Sinfonía y Cacofonía” — le decía emocionado, y a Pablo le encantaba la idea. Los músicos de la orquesta querían celebrar el éxito del evento con una gran fiesta, pero el Maestro se negó a ir, estaba agotado por las pocas horas de sueño de los últimos meses, — La próxima, tal vez— se excusaba mientras subía a su auto y se disponía a regresar a su hogar. — Pero vienes a la próxima, ¿eh? — Le espetó uno de los violinistas. — ¡Claro! — Le respondió Pablo al mismo tiempo que ponía en marcha el motor del vehículo. Todos lo despedían desde lejos al tiempo que su automóvil salía del estacionamiento del lugar para desaparecer en la noche. Arribó triunfante a la casa silbando la melodía de su composición, se puso pijama y se dispuso a acostarse; al cabo de poco, el cansancio lo venció y se quedó dormido. Su descanso duró poco, una horrible pesadilla lo asaltó al poco rato de haber descendido al mundo onírico. Esta vez, su lecho se elevaba todavía más, llegaba a un lugar en el que nada se veía por la negrura y no existía ni el espacio ni el tiempo. Ya no se encontraba en ningún espacio exterior, flotaba en un vacío que, después de mirar a su alrededor y acostumbrarse a la oscuridad, estaba plagado de ominosas criaturas que no tenían cabida ni en la mente más enferma. Lo rodeaban horrendos seres deformes, nebulosos, algunos con tentáculos; otros, con apéndices negros y bocas babeantes. Todos y cada uno de los monstruos se mecía danzando con la sinfonía de la flauta. El pavor de Pablo trascendió lo humano al ver que todos tocaban instrumentos similares a la flauta del extraño del parque. En el centro del vacío, había una criatura cuya apariencia podría provocar locura dentro de la mente de los más sabios. Era enorme, infinito, nada en el “cuerpo” de eso podía procesarse en el cerebro del compositor, no tenía forma ni color alguno, Pablo no sabía si la criatura se encontraba en el vacío con él o si el vacío formaba parte de la criatura y era él quien se encontraba dentro de ella. Tuvo que cerrar los ojos, pues la sola imagen caótica que el engendro manifestaba en su psique le hacía sentir que su cerebro sangraba. Para su infortunio, el cerrar los ojos empeoraba su situación, la música le hacía proyectar imágenes peores que las que veía con los ojos abiertos. En contrapunto con la melodía que resonaba en el vacío, parecía oírse un rumor gutural, parecido a un ronquido que provenía de todas partes y de ninguna a la vez. Parecía como si algo ahí durmiera y la idiotizante música sirviera de canción de cuna al durmiente. La melodía alcanzó un clímax en donde todas las criaturas gimieron y a Pablo se le heló la sangre y todos los huesos. Parecía un idioma que el aparato del habla humano jamás sería capaz de reproducir ni en su más mínima parte: ¡Mfwglüi! ¡Iä, Iä! ¡Iä, Azagthoth, Fthgagn! La música se intensificó y Pablo trataba de gritar sin lograrlo, rogaba a Dios y todos los santos el poder escapar de allí. Después de unos momentos que para él se asemejaron a una eternidad, se despertó sudando y al ver que se había tratado de un mero sueño, se tranquilizó un poco. Decidió levantarse e ir a tomar un poco de agua para calmar sus nervios, pero mientras se servía su bebida, se percato de una terrible realidad: estaba despierto, de eso estaba seguro, estaba en la comodidad de su casa y ya no había monstruos que amenazaran con devorarle, sin embargo, la música de la flauta todavía resonaba imponente en sus oídos. Y no, no era su imaginación o la emoción pos-concierto, la melodía de la flauta era tan clara como si alguien la estuviese tocando ahí mismo en la habitación. Sudando frío, Pablo trató de buscar la fuente de la melodía, pero nada encontró. Buscó en cada rincón de la casa y ni siquiera aparecía la flauta que él había guardado. El volumen de la música iba in crescendo y al pobre Maestro no le quedó más que gritar, gritó como si el alma se le fuera por la garganta, se jalaba fuertemente el cabello, arrancándolo, se arañaba las orejas, los ojos, incluso trató de acabar con su martirio ensartándose un cuchillo en los tímpanos, pero aún estando sordo, no podía dejar de escuchar la música, ésta sólo se hacía más fuerte, cada vez más fuerte… Encuentran a director de orquesta muerto en su casa. Fue suicidio, las autoridades afirman. Agentes de policía encuentran al afamado compositor de orquesta, Pablo Müller, muerto en la sala de su casa. Respondiendo a una llamada de emergencia de uno de los vecinos del músico (quien atestiguo que había escuchado horribles gritos que provenían de la casa contigua), La policía irrumpió en la casa para encontrar al Maestro Müller tirado en la sala de su casa con el cráneo reventado. “No había signos de que hubiera otra persona con él al momento de su muerte”, afirmó el jefe de policía, “parece ser que se suicidó estrellando su cabeza contra la pared repetidas veces. El representante del artista, afirma que él y todos los músicos lo habían visto enormemente alegre y en condiciones envidiables unas horas antes de que se reportara el siniestro. “Estábamos planeando una gira para promover su nuevo estilo de composición” deplora el representante. Como es de esperarse, tal gira ha sido cancelada por completo, mas sin embargo, en su lugar, por motivo de los servicios funerarios del Maestro, se hará un gran evento en el que músicos de todo el país interpretaran su última gran composición: Sinfonía y Cacofonía.
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kalutavon
Milford F. Peynado
Si vas a comenzar a leer un poco de Lovecraft, te recomiendo empezar por "Dagón", pues es corto, a diferencia de todos sus demás relatos.
kalutavon