Les he cantado siempre a las mujeres
reservándole el privilegio de una diosa
a esa mujer que después de mi madre...
Ha sido mi compañera... ¡Mi amada esposa!
 
Fértil como la tierra que da vida,
amorosa sombra que cobijó todos mis temores
cuando emprendimos juntos el camino
donde eran más las espinas que las flores.
 
Paciente en la espera de aquellas madrugadas
pendiente del  sueño quieto de los niños
que nada sabían de las caricias compradas
que me ofrecían otras mujeres con sus guiños.
 
¡Cuanto admiro su capacidad para perdonarme!
todas mis locuras, arrebatos y amoríos
y si alguna vez tuvo la intención de abandonarme
sacrificó todo, confiando que volvería con los míos.
 
Ahora que está cerca el final de mi camino,
que jugué casi todas las partidas de mi vida
se muy bien que gané cuando aposté al destino
al escoger entre todas, ¡A mi esposa tan querida!
 
Si algo he aprendido  rodando por el mundo
con el bolsillo mermado, portado como un niño,
es a valorarla y corresponderle su ternura y cariño
con la idea de alegrarle la vida cada segundo.
 
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Alguna vez, un buen amigo, compañero de tantas farras, me pidió que escribiera “algo” para obsequiarlo a su esposa en el 50o aniversario de su boda. Con la anuencia de mi amigo, ahora lo comparto con ustedes. En lo personal me hubiera gustado fuera la historia de mi vida, pero no tuve tanta fortuna, el final fue bien diferente.