EL CLAVADO
Publicado en Dec 01, 2013
EL CLAVADO Subía el peñasco con la dificultad vencida por la práctica de todos los días, frente a la muchachada del barrio: Poncho y Chava Apac, (los “Toronjos”), el “Chupetas”, Poli, el “Viruta”, la “Changa”, el “Chocolate” y otros más. El que escalaba el peñasco había terminado de pescar para llevar algo de alimento a su madre, la “Jefa” como la conocían los muchachos del barrio, doña Adelina Ríos, una mujer oriunda del puerto, a la que tres experiencias matrimoniales sólo le dejaron seis chamacos y dos niñas que tenía que encausar en el duro camino de la vida. Mientras la ensarta de pescado producto de la pesca del día era mantenida atada a las rocas bajas del acantilado para conservar fresca la captura de aquella jornada, apenas sumergida en las aguas marinas donde rompían impetuosas las olas del mar. El muchacho nativo de aquel hermoso puerto, de escasos quince años, empujado por el acicate de las burlas de los hermanos y amigos, enfrentaba el reto de ver cuánto más podía escalar aquel promontorio de treinta y cinco metros de altura. Cada vez que se reunían en ese lugar había que vencer el límite de ascenso del intento anterior. Apoyando con mucha dificultad los pies en las filosas salientes rocosas, utilizando las manos y hasta las uñas para escalar, Rogeberto Apac Ríos seguía subiendo, mientras más se acercaba a la cima más determinación encontraba en su ánimo, ¡Esta vez lo lograría!, no le importaba poner en riesgo su vida, ya no escuchaba el bramido del mar al romper en la hendidura del acantilado, no lo alcanzaban tampoco las gritos de júbilo de sus camaradas y hermanos, pues estos, al ver que estaba a punto de lograr su objetivo, ahora le enviaban gritos de ánimo que lo impulsaban a seguir escalando. En esos momentos sólo sentía el gozo ingenuo de ser mejor escalador que su hermano Alfonso y demás nativos, quienes lo miraban con admiración, otros con envidia. Su hermano con quien había empezado a subir en esa ocasión, se detuvo en una saliente a la mitad de la construcción rocosa y miraba con orgullo fraterno, como iba subiendo y estaba a punto de vencer al conjunto de rocas que la madre naturales esculpió en aquel recodo de la costa. El viento fresco de la bocana meció el pelo del muchacho cuando éste alcanzó la cima del montículo de piedra, fue como un beso amoroso al hijo de aquella tierra por el esfuerzo realizado. Cuando Rogeberto se vio en la cúspide del montículo y calibró la altura en que se encontraba sintió vértigo y se estremeció por el miedo que sentía a destiempo, ahora comprendía el peligro en que había estado. Un resbalón, una piedra desprendida bajo su peso, un error de cálculo al impulsarse con las manos o cualquier otro incidente pudieron provocarle la caída y con ella la muerte. Entonces se postró de rodillas y agradeció a Dios y a la Virgen Guadalupe que lo hubieran protegido. Mientras desde abajo le llegaban los gritos de sus hermanos y amigos para que apurara el descenso porque se les hacía tarde para regresar a sus respectivas casas. —¡Vamos Roge, empieza a bajar, tenemos que irnos!— —¡Apúrate hermano, si llegamos tarde nos cuerean!— —¡Bájate rápidoooo!– —Andaleee! —Le gritaban. Rogeberto intentó iniciar el descenso, caminó al borde del precipicio, buscó con la mirada un lugar adecuado para empezar a bajar. Como era la primera vez en subir, ahora tendría que buscar un camino para descender. El tiempo y los gritos exigentes de quienes estaban abajo lo apremiaban, lo llenaban de nerviosismo y sintió mucha congoja de pensar en los cintarazos que le daría su madre, doña Adelina. Observó con respeto la superficie escarpada en busca de una salida de escape para aquella abrumadora situación. Miró casi con horror lo reducido que se veía desde arriba el canal que quedaba entre el peñasco y tierra firme, vio desde la altura en que se encontraba, como al entrar la ola impetuosa en el estrecho, las aguas subían un buen tramo y luego con el reflujo aminoraba la profundidad del lugar. Volvió a esperar la entrada de la ola y confirmó su anterior apreciación. ¡Entonces lo decidió! Se lanzaría desde aquella imponente altura, justo cuando el agua del mar empezara a invadir el canal, tendría que calcularlo muy bien, debería arrojarse al vació midiendo el tiempo necesario para caer precisamente cuando el volumen de agua alcanzara su mayor altura —tres metros de profundidad— También consideró la fuerza del impulso que tomaría en vuelo horizontal para poder librar las salientes rocosas y luego perfilar su caída hacía el mar. Rogeberto Apac Ríos, después de santiguarse en varias ocasiones y pedirle perdón con el pensamiento a su madre por lo que iba a hacer, esperó el momento propicio para lanzarse al vació. Abajo, sus acompañantes, al verlo parado al borde del acantilado adivinaron sus intenciones. Los gritos ahora eran de espanto, de alarma y desesperación. Su hermano Salvador, que desde muy chamaco tuvo un vozarrón, le gritaba: —¡Si te avientas te vas a matarrrr, no seas pendejo! ¡Si te matas, te chingo!— —Le gritaba como enloquecido. — ¡No te tires cabrón! ¡No lo hagas!, ¡Por favor no lo hagas!— —Le decían los otros a gritos. Una figura humana se recortó en el aire frente a la inmensidad del mar del Pacífico mexicano, primero como el grácil vuelo de una gaviota marina y luego, como una saeta que cae en picada para reunirse casi amorosamente con las aguas del mar tropical. Así un 13 de febrero de 1932, en un cálido atardecer, se vio por primera vez un clavado desde la cima de aquel montículo. Fue Rogeberto Apac Ríos, un nativo del lugar, quien se lanzaba al vacío desafiando a la muerte en un hermoso clavado desde la Quebrada en Acapulco, México, un sitio ahora de fama internacional, en donde desde entonces se práctica este peligroso y afamado deporte. ____________________________________ Como un homenaje póstumo y con todo el cariño de un hijo agradecido, al primer hombre que se lanzó en un clavado desde la Quebrada en Acapulco, México. Ese hombre bueno que fue mi Padre de crianza, quien me llevó de la mano en los primeros pasos de mi existencia y luego, con la sapiencia que le dio la edad, supo el momento preciso para dejarme volar lleno de confianza por los caminos de mi vida. ¡Gracias Padre!
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MARCA.Luz Margarita Cadavid Rico
FELICITACIONES
kalutavon
Federico Santa Maria Carrera
Y no conforme con exponernos tu deliciosa obra, compartes con nosotros el fantástico orgullo de tan hidalga gesta.
Todos los premios para tí, mi querido Kalu.
(Tu sabes que no regalo por regalar).
kalutavon
Enrique Gonzlez Matas
TE FELICITO POR LA HERENCIA, PERO ESPERO QUE TENGAS CUIDADO Y NO TE CLAVES SI NO TE SIENTES SEGURO.
UN FUERTE ABRAZO.
kalutavon
MARIA VALLEJO D.
Historia llena de momentos que la vida en su transcurrir nos regala, aportàndonos tambièn, enseñanzas necesarias.
Delicado y sentido homenaje, que estoy segura llegarà a ese hermoso lugar donde estan las almas de seres como èl,
que pudo y supo guiar una persona como tù..
Abrazos afectuosos
kalutavon
LAPIZ ESCRIBE
kalutavon