A lo que perd. A lo que gan. A ti, Soledad.
Publicado en Jan 05, 2014
Yo no estoy ya dispuesto a dar nada por amor. Ya no entiendo el amor. Hasta cierto punto se me presenta incluso como una pérdida de tiempo; como una primavera que pasa rápidamente con amargura, pero que en realidad no es más que una profunda hivernación. Un dormir sin soñar, o una vigilia llena de sueños; una ilusión.
Bastaría amar de nuevo para que esto cambiase, pero ya no puedo amar... Mi esfuerzo por ser útil a los demás es la respuesta a la sensación de que no puedo ayudar a nadie. Tampoco puedo pretender que me quieran si mi capacidad de querer murió al salir de lo meramente humano, pues era un espacio demasiado reducido... Ahora estoy estropeado, roto. No deseo ser amado como lo deseaba antes porque ya no temo a la soledad. La soledad se me aparece siempre tan ambigua, en mis manos es un arma de doble filo. Me garantiza un camino de expresión de mi mismo y de mi potencial, me permite diseñar mis pasos a mi ritmo, y me da carácter. A cambio me lo quita, y un poderoso vacío consume ciertas partes de mí. Entonces siento que me falta algo... Quizás algún día mis necesidades sociales mengüen y aprenda a lidiar con mi eterna compañera, así como con mi pasado. Hasta entonces no tengo más remedio que enfrentarme a la realidad, condenado a buscar a quien me pueda enseñar, a quien yo pueda aportar todo lo aprendido, toda mi riqueza, a quien me acepte y me cubra las espaldas con el escudo de la confianza, un amigo. Sin embargo, muy a mi pesar, el tiempo pasa; yo busco pero nadie aparece, y ya sólo avanzo a base de sacrificios. Cuando no me quede nada me llevaré conmigo la tristeza que me dieron aquellos que murieron antes de tiempo. Epitafio primero. El niño soltó la mano de su madre y comenzó a caminar. No pudo evitar mirar atrás y sentirse vacío, pero no dejó de caminar. Llámenlo ley de vida, o tal vez madurez. Epitafio segundo. Si el inteligente es aquel capaz de solucionar problemas con extraordinaria facilidad y variedad, aquellos que sólo sabemos crearlos sin solucionar ninguno, debemos ser excepcionalmente estúpidos. Epitafio tercero. En el cruce del animal, incapaz de adaptarse a la sociedad, y el dios, que no necesita a nadie, no se halla el filósofo, no. Se halla aquel anónimo atormentado, el yo.
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