Calce las puntas una vez más, peine los rizos con un rodete perfecto, y en el centro una coronita de pequeños diamantes.   El tutú naranja lleno de polvo volvió a ver la luz del sol, los cancanes rotos y pintura barata.   La música volvió a sonar, me envolví en una coreografía sin nombre, sin autor, un baile muerto.    Todo era mágico, el escenario, las luces, los espectadores que ovacionaban mi nombre al hacer una pirueta, todo era real.   Las puntas se gastaban en cada piqué y el piso se sacudía en cada sissone, el vals se sentía tan delicado que parecía que fuera a quebrarme, y lo hice. La parte suave y triste de la música comenzó y una gota brotó.  El final comenzó y la música cesó, volví a la realidad, no llovieron rosas ni aplausos, sólo yo y el espejo...                                        -Nahir S-