Al cabo de unas horas
resolvía
terminar con cada cosa
que tenía,
marchar por los paisajes
de la mente
pereciendo en cada muerte
dulcemente.
No quedaban ni de pie
ni caídos
árboles, casa, recuerdos
o el olvido,
no quedaban sino manchas
desteñidas
entre los días y las noches
de su vida.
Al cabo de unas horas
se ocupaba
en desarmar la rutina
despiadada
de su canto quejumbroso
y milenario
que alimenta su angustia
casi a diario.
Volviendo tras su paso
en su camino
no encuentra herramientas
su destino
pareciera no cambiar
aunque quiera
batallar contra el dolor
como una fiera.
Y en su llanto de lágrimas
ausentes
de extraña forma el rencor
está presente.
Muere aquella que estaba
sin vida.
Nace la que apenas
estaba viva.