Aquí, en el poniente, deslastro mis huesos
de recónditas pasiones del todo tormentosas.
Derribo mis muslos en la abismante soledad del ocaso
y busco la sanidad oculta en el alma del asceta.
Es cierto que he sido un siervo de las pasiones
y que los arrebatamientos se consolidaron en mí.
Tanta intranquilidad y lujuria me han causado zozobras
de las que jamás he podido recuperar el aliento.
Esgrimí mi cuerpo sobre amores inmediatos
y muchas mujeres se me dieron completas a la vez.
Entre sábanas mojadas me perdía y corregía.
Mordía los aretes, arañaba los piercing.
No hubo pubescencia que yo no devorara.
Jamás mis caderas se llenaron de hielo.
Pero mi corazón no se sujetaba a ninguna:
Me convertí en una expresión más de la lascivia.
Me volví extrahumano y útil libertino
y a cada mujer fresca tomé a risotadas.
Desfloré vestales y frecuenté rameras...
Caminé por veredas de insaciables vértigos.
Fuí una centella sobre repliegues claros
y mi alma se iba enseguida tras de todas.
Era un animal de apetitos, una lumbre voraz.
Mis raíces se hicieron vanas e ilusorias.
Y en todo promontorio vociferé y poseí.
Caía en todas como bestia poseída
minimizándolas e hiriéndolas como a magros objetos.
Fui muladar siniestro y bravata enmascarada
y en todas las doncellas anegaba mi espiga.
¡ Cuántos dolores yuxtapuestos y hondos para ellas !
¡ Cuánta manipulación perversa la que les hice !...
Hasta que te encontré, veráz, entre las sombras
e hiciste un cabildo en mi alma partiéndola.
Aprendí a encariñarme con tus duras reprensiones
y me abriste los ojos inmundos y vagos.
Hoy vengo a deslastrame de pasiones al poniente
a ver si sometiéndome a tu amor milagroso
puedo regenerarme a la decencia que anhelas.