Nunca has sentido a la muerte susurrarte al odo?
Publicado en Jan 12, 2014
Un murmuro en la sombra me clava su gélida mirada que a pesar de no ver, avizora.
Comienzo a temblar con el arrastrado sonido de las eses, como la inocente víctima de una taipan que se prepara para asestar eficazmente el golpe de gracia. ¿Es sangre lo que brota de mis entrañas? Mis manos danzan al son de mi final, lentas e inexpugnables. Recorren mi pecho, mi tórax, mi abdomen. Como una profunda despedida al más allá. Sé que iré al infierno, Dios jamás me quiso a su derecha. Alzo la mirada con desesperación. Busco con rabia una salida a este ancho callejón. Pero no, amor mío. Tú ya no estás ahí a pesar de tus promesas de fidelidad, de invencible pasión. Solo está frente a mí una pequeña oscuridad ciega. Trato de afinar la vista, la angustia no me deja ver con la claridad que desearía. La sangre se me hiela, el corazón se me para. La sombra se torna una joven de blanco vestido frente a mí. No aparta su tenaz mirada de mis tímidos ojos. Adonde yo miraba, ella me seguía. ¿Cómo lo hacía con su invalidez? Sin embargo, advertí algo en esa tenacidad. Bajo dicha severidad macabra, se escondían lágrimas y lágrimas heladas por el tiempo y la cobardía. Escarcha de lo que en su día fueron sentimientos. Entonces, ¿qué era lo que temía de aquellas pupilas? Lo que más me inquietaba cuando posaba mis ojos en ella, no era que lo viese todo a pesar de ser invidente. Sin duda, era que esos ojos fueran los más tristes que jamás había visto. Pero, ¿cómo es posible? Habían pasado tantos años... Y yo aún no había caído en que esos ojos atormentados y desolados, esos ojos aterrados a pesar de su frialdad., esos ojos solitarios y tentadores. Esos ojos cobardes… Eran los míos. Acerco mi temblorosa mano y observo eficaz su mímica reacción. El dolor se apodera de mí pero no puedo evitar sonreír. No, querido. Por desgracia, la parca no estaba frente a mí en esta ocasión. Tampoco estaban San Pedro con sus llaves ni Anubis vigilando la balanza de Osiris. Estaba mi vacía alma, mi espejo, mi retrato. Estaba lo que quedaba de mí tras tu partida al asestarme con tu ironía y tu despreocupada sonrisa, el golpe final. Con aquel puñal que tantas veces había rondado tus muñecas cuando yo no estaba. Con ese mismo, deshiciste todas mis ilusiones. Amor, tú me brindaste la vida. Y tú, me la has arrebatado.
Página 1 / 1
|
Angely Martn
Anubis.