El Elegido
Publicado en Jan 19, 2014
EL ELEGIDO Cuando levanté la vista sobre el libro que estaba leyendo me encontré con los chispeantes ojos de un muchacho que pedía compartir mi mesa, asentí corriendo la taza de café, y continué con la lectura. A mí también me gusta Benedetti-arguyó- en atención al libro que leía. ¿A sí? dije sin dejar de leer. Claro que prefiero a García Márquez – a mi también me gustaba a tu edad agregué…lo sé indicó, ¿Cómo que lo sabes? – inquirí algo desconcertado. ¿No me reconoces? ¿Debiera? Pues sí, soy tu pasado. Sonreí mientras le contemplaba. Tanto he cambiado que ni siquiera he podido reconocerme - medité. ¿Y se puede saber que haces aquí? La verdad es que vine para que no te olvides de mi (algo que últimamente has venido haciendo) y encendió el computador que llevaba. Luego pidió pusiera una fecha en el espacio (la pantalla, dejaba tres celdas en blanco para completar el día, mes y año) Elige el que tú quieras –señaló, entonces digité la primera que se me vino a la mente, Las imágenes comenzaron a aparecer, me vi a los quince años con el cabello largo, un sweater de lana rojo (que me encantaba) blue-jeans gastados, y una expresión de felicidad que daba envidia. ¡Y pensar que ese era yo! Exclamé. Anda pon otra fecha, aumenté los años y aparecí en el pabellón cuando nacía mi segundo hijo, el olor a pabellón, el llanto de mi pequeño, se me coló por las entrañas de mi memoria y sentí la misma emoción de antaño. Que frágil es la memoria me dije ante la expresión sonriente de mi pasado. Parece tanto tiempo, siento el peso de los años en mis hombros, el aliento del desgaste de la vida introduciéndose por mis napias, y la tristeza de darme cuenta que el brillo de mis ojos se tornó en un capa opaca que cubre mi mirada inhóspita y desolada. Me quedé observando la expresión de alegría que tenía mi rostro por la llegada de mi hijo, y no pude evitar preguntarme en qué momento dejé de sonreír espiritualmente. No quise aventurarme con otra fecha, no tenía sentido. Bajé la pantalla del equipo y en el momento que lo cerré desapareció junto con el muchacho. Intenté continuar la lectura, sorbí el resto de café que me quedaba y me disponía a abrirlo en la página en que lo había abandonado, cuando un hombre mayor, insistió en sentarse en mi mesa. ¿Qué les pasa a todos hoy? Exclamé algo indignado, al constatar que otras mesas se hallaban vacías. El hombre sin preocuparse de lo que a mí me pasara, arrojó sobre la mesa una especie de cartas de color rojo con un número grande en el medio, 5, 10, 15, 20 y 25 respectivamente. ¿Cuántos? ¿Cuántos años más quieres vivir? Me preguntó señalándome las cartas tiradas sobre la mesa. No lo sé- respondí. ¿Y piensas seguir así?, ¿Cómo así? ¡Gastando tus días de viejo! No pude decir nada, en ese momento los sesenta y un años me cayeron como bloque sobre mi persona, dejándome sin aliento. Entre su abrigo sacó un libro de un autor que no conocía, cuando hojeé la solapa encontré una fotografía mía tomada cinco años más tarde, el seudónimo con que escribía no se me habría ocurrido. ¿Y esto? Es el tercer libro que podrías publicar si te decidieras. ¿Decidirme a qué? Exclamé molesto. Simplemente a tomar las riendas de tu destino. ¿Y tú crees que es fácil? Más de lo que piensas, repuso y se incorporó con el libro entre sus manos. Lo ví perderse, entre el gentío, sin entender nada. Quedé pensativo, pedí otro café y cerré el libro de Benedetti, definitivamente ya no podría seguir leyendo. Fue entonces cuando le ví, tres mesas distantes cercana a la puerta de acceso, el hombre no me quitaba la mirada. Su persistencia me incomodaba, traté de ignorarle, pero su contemplación era intensa y no conseguía mi propósito de ignorarle. Minutos más tardes, se incorporó hasta mi mesa, se sacó al abrigo, pero en vez de colgarlo en el respaldo de la silla, lo dejó caer sobre la mesa. Se sentó sin ser invitado, y sin dejar de mirarme, me comentó con una voz amarillenta y gelatinosa, que me observaba desde mi llegada al café. Decía ser, por sobre todas las cosas un hombre justo y por eso deseaba excusarse por lo que debía hacer. No me dejó que lo interrumpiera. Me dijo que yo era el elegido, pues reunía todas las características, tenía cara de honrado, mi mirada aunque algo cenicienta, le inspiraba confianza, y transmitía la serenidad de quien ha vivido en plenitud. Por más esfuerzo que hacía por interrumpirlo en su acalorado discurso, no lograba que callara y continuaba con su perorata, como un juez que lee la sentencia de un acusado. Quiso justificar su acto, comentando que lo hacía presionado por su familia, sus hermanos eran profesionales acomodados que se avergonzaban de él, su madre con quien vivía, pasaba recriminándole que nunca había hecho algo importante, por eso estaba ahí. Desde hacía noches que no dormía, por eso su aspecto demacrado, llevaba días siendo el primer cliente que entraba al café a tomar desayuno, uno a uno iba revisando cada cliente que llegaba. Los estudiaba concienzudamente, debía ser alguien perfecto, tenía que cumplir una serie de requisitos que delineó durante sus trasnochadas veladas. Mientras continuaba su relato, no pude dejar de pensar lo difícil que se me hacía a mis años, cumplir con el perfil deseado, ya sea para buscar un trabajo nuevo (cosa que no encontraba hace ya más de siete años por viejo) lo que lo obligaba a mantenerse como conserje en el único edificio donde lo aceptaron pese a su edad, cómo también en el ámbito de encontrar pareja. Sofía, su último amorío rompió con él hace poco más de dos años. Que irónica podía parecer la vida de pronto, en ese mismo café su pasado y su futuro se le habían presentado hace unos instantes, cada uno con un propósito, y luego éste hombre a quien no conocía, y quien decía lo había seleccionado para quien sabe que cosa extraña. Entenderá por todo lo que le he contado, que todo calza- continuó el hombre, yo necesito hacerlo, sin duda mis hermanos se avergonzarán aún más, pero esta vez les daré la razón, y mi madre no podrá decirme nunca más que no hice algo para pasar a la posteridad. Entonces, sin quitarme la mirada de encima, gatilló del revolver que escondía bajo el abrigo y terminó definitivamente con mi café y mi lectura. +++++++
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Oveja Gris
saludos y un abrazo