Hojas verdes, Victoria
Publicado en Jan 29, 2014
“Si mirás a tu alrededor todo es verde abuela, las hojas de los árboles, las hojas de las plantas, la yerba del mate, la bolsa de residuo, la botella de vino, tu delantal, todo es verde, la vida es verde” “Acá todo es verde Victoria porque vivimos dentro del verde, por eso chiquita vos ves todo verde” Mientras Victoria y su abuela mantenían una conversación abstracta sobre la vida y su tono. La mayor preparaba buñuelos de manzana a pesar del calor absoluto que hacia en la reserva. Victoria obserbaba obnubilada por el verde que se asomaba en cada rincón de la casa, en cada lugar donde miráse lo único que podía o quería ver, era verde.
“Abuela mi vida es verde” “Tu vida es verde porque solo tenes quince años, ya va a ir tomando otros colores y llegarás a un marrón tronco de árbol como esta vieja que te habla” Victoria sonrió. “Tomá llevá los buñuelos” “Ahora no voy a comer abuela me voy a dar una vuelta por los senderos”. “Tené cuidado, la naturaleza es sabía no te confíes tanto” Victoria salió a recorrer la enormidad verde que rodeaba la casa de su abuela, verdes claros, verdes oscuros, verdes grises y verdes esperanzados. Como la esperanza de Victoria de poder transformarse en verde, en planta, en árbol, madreselva, pasto... en algo vital. Distinta a otros adolescentes pasaba sus días leyendo, admirando el día y la noche. Cada verano igual desde chica, refugiada en la casa antigua de su abuela, dando paseos por los claros, no haciendo más que contemplar el verde. Temiendo a la noche y a las sombras que dibuja la luna en las plantas, alucinando otras vidas que pudieran apoderarse de ella. Prefería las historias fantásticas esas que dan ganas de hacerlas realidad. Estaba leyendo “Hombres animales enredaderas” de Silvina Ocampo. Leía un poco cada día en el living junto a la enredadera que estaba en la maceta pegada al ventanal, ventanal que daba a un costado de la casa y que por supuesto emanaba verde. Lloviznaba por la tarde y nada la detenía Victoria caminaba por los caminos llenos de plantaciones verdes, sin flores solo miles de verdes. Plantas, árboles y algunos yuyos. Cuando empezó a escuchar el sonido de una casacada cerca pero sin poder comprender exactamente cual era su ubicación. No entendía, años viviendo todo los veranos en la misma casa recorriendo los mismos caminos y nunca la habia visto u oído. Siguió caminando alerta escuchando hasta que llegó. Verla fue comprender que ese lugar estaba creado para ella, conectarse con lo natural y sentir que sería su refugio, su escondite solo suyo. Intentó acercarse a la parte donde el agua cae de tal forma que la unión de varias gotas no es agua transparente si no blanca. No teniendo en cuenta que la tierra y la lluvia forman barro y que el barro resbaladizo iba hacer que resbalase, cayera al piso golpeara fuertemente su cabeza con una roca y que la sangre de su cabeza tiñiera el agua de rojo. Dentro de la cascada confundida por el golpe, extasiada con el agua que mojaba su cuerpo, en un estado tan puro y tan natural, tan ella. Siguió observando todo el verde, y más verde. Intentó levantarse con las pocas fuerzas que le quedaban sin notar que a sus pies una Pasionaria que con toda “pasión” había enredado hasta la mitad de sus piernas. Casi sin aliento y recordando cada palabra del cuento que estaba leyendo pensó que su historia se estaba volviendo fantástica. Siempre quise ser verde, ser libre, brotar, renacer una y otra vez... Mi abuela tenía razón: “Tené cuidado, la naturaleza es sabía no te confíes tanto” Y cerrando los ojos el agua bañó su cuerpo, su aliento por completo. Cintia Albenque
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