EL NIDO CLAUSTRO - IV
Publicado en Jan 30, 2014
El jefe superior advirtió la intervención anterior de la modista y su calma naciente; de modo que, interrumpió sus explicaciones para que ella pudiera dedicarse tranquilamente a revisar el cajón.
–Es cierto, en su interior parece que tuviera algodón –dijo la modista pasando suavemente la mano por el fondo del cajón de la mesita–. ¿Así que aquí debe dejar el dinero? –agregó la modista descruzando las piernas y acercándose un poco más a la mesita, hasta arrodillarse frente al objeto de madera. –Sí –intervino el sargento que ahora parecía haber entendido mejor la idea general–, el propósito del paño no es otra cosa más que una medida de seguridad para proteger el dinero de la humedad que probablemente habita en la madera blanda con la que está construida la mesita y sus accesorios. Los billetes húmedos se rompen con facilidad y no queremos que eso suceda, –se corrió la gorra un poco y se secó la frente con un pañuelo. El calor fastidiaba cada vez más y a decir verdad, ya ni siquiera las moscas tenían ganas de molestar. –¿Cómo se le comunicará la sentencia? –preguntó la modista. –¿No te lo imaginás? –dijo el sargento irritado, y se contuvo para no gritarle un insulto–. Perdonáme, –agregó enseguida– reconozco que mis descripciones no son muy claras. Ocurre que antes la encargada de dar explicaciones era la esposa del jefe superior, pero éste se quedaba siempre callado, cuando debía hablar. De todos modos yo soy el más adecuado para convenir las medidas necesarias que se llevarán a cabo –y se señaló el pecho con el dedo índice de la mano derecha. –¿De modo que usted?... –dijo la modista al jefe superior– ¿Se ocupa de todo? ¿Usted es jefe, juez, abogado, albañil y pintor? El sargento lanzó una mirada hacia la habitación del rebelde una mirada fina y descreída, y a la vez, examinadora. –Así es –dijo el sargento sacando pecho y con las manos detrás de su espalda, elevando sus pies hasta ponerlos de punta. Luego la modista tomó la botella de agua del jefe superior y se lavó las manos. –Nuestro castigo es bastante considerado y hasta incluso piadoso –dijo el sargento–. El hecho de quitarle el dinero responde a una mala práctica que él mismo ha ejercido. Es decir, él ha incumplido malgastando su dinero en varias oportunidades y ahora debe pagar. La modista prestaba la mayor atención posible a esas palabras del sargento, pero no llegaba a comprender del todo: “¿para qué quieren ese dinero?”, pensaba. Aunque, en cierto modo, algo podía suponer y ese algo ¡otra vez!, le suministraba una sensación aliviadora. –Creo que ya podríamos comunicárselo ¿no les parece? –dijo el jefe superior. –¿Todavía no lo sabe? –preguntó la modista. –Oficialmente no –aclaró el sargento–. Pero algo intuye. En cualquier caso –continuó luego de un espacio de silencio– estimo que no hará demasiada falta ponerlo en conocimiento porque él mismo tiene por costumbre dejar su dinero en un cajón; en todo caso había un cambio con la inclusión de esta nueva mesita de luz. Ya se dará cuenta. –Además –intervino el jefe superior, que hasta ahora permanecía callado y pensativo–, además él ya sabe que está condenado. –¿Se lo ha dicho? –Sí. En tono de burla; pero me lo ha dicho. –Bueno, ciertamente, si deja el dinero en el cajón y luego le falta, indefectiblemente ¡se dará cuenta! –pensaba en voz alta la modista–, y por lo visto tampoco ha tenido oportunidad para defenderse. ¿O la tuvo? ¿La tuvo? El sargento y el superior se miraron desconcertados e incluso el primero la consideró como un reproche inadmisible; tal vez por eso se puso en posición de firmes y dijo: –No. No la tuvo. Y roguemos que no la tenga. No queremos un escándalo. Jamás debe existir duda alguna sobre un culpable.
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Guillermo Capece
saludos
Guillermo
Gustavo Milione
Abrazo
Gustavo