Reflexión del IV domingo del Tiempo Ordinario en la Presentación del Señor.
Publicado en Feb 03, 2014
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"Luz para alumbrar a las naciones" (Lc. 2, 32.). ¡Volvemos la miraba al 25 de diciembre! Volvemos unos días en el calendario, para recordar a ese Divino Niño que nació en Belén (Cf. Lc. 2, 1-7; Mt. 1, 18-25). Ya entrados en el cuarto domingo del tiempo Ordinario nos encontramos nuevamente con aquél Niño que adoramos en el tiempo de Navidad, esta vez se nos presenta como aquella Luz que hablamos el domingo pasado, esa "gran luz" (Is. 9, 1.) que venía a brillar sobre "el pueblo que se hallaba en tinieblas" (Mt. 4, 16.). 

¡El Templo está listo, está preparado! Nuestro corazón está dispuesto para recibir al Señor que viene. Ese mensajero que envía el Señor "para que prepare el camino" (Mal. 3, 1.) son los pilares de nuestro existir, son la "fuente y cumbre de toda nuestra vida cristiana" (CIC. 1324.); son la Reconciliación y la Eucaristía. ¡Necesitamos prepararnos para el día en que se nos presente "el Rey de la gloria, el Señor de los ejércitos" (Sal. 23, 10.)! ¡Cuánta sorpresa nos trae el Señor todos los días! El profeta nos hablaba con profunda sentencia el día de la venida del Señor, el día de la presentación, el día en que nadie "permanecerá de pie cuando aparezca" (Mal 3, 2.); pero ese Jefe del ejército, se presentó como un bebé frágil, débil, en los brazos de una mujer joven, con unas pequeñas palomas en sus manos como ofrenda (Lc. 2, 22-24.). El Dios misericordioso se apiada de unos ancianos y les deja contemplar a ese Dios cercano que se hace presente, nos permite a nosotros contemplar esa luz todos los días, nos da la esperanza de contemplarla. Ese comandante del ejército que venía a fundirnos como el hierro, viene a tocar nuestro corazón y a prender esa llama de amor!

Estamos cansados y necesitados; esperamos alguna señal que nos haga revivir nuestra fe y traiga esperanza a nuestras vidas. Necesitamos un consuelo, una palabra que nos despierte; una voz que nos golpee y nos grite desde el desierto (cf. Mt. 3, 1-3.). Como toda nuestra vida, esa emoción y alegría de esperar al Emmanuel, se va debilitando poco a poco a lo largo de nuestros días, por eso, es tan necesario tener presente que Cristo sigue llamándonos a su encuentro, que sigue mandando a sus profetas para que preparemos el Templo para cuando Él llegue y se presente. Ya pasaron 40 días desde el Nacimiento del Hijo de Dios y, cuántos nos hemos olvidado que Él vino "para que tengamos vida y vida en abundancia" (Jn. 10, 10.); por eso, no debemos cansarnos de esperar en el Señor (Cf. Sal. 37, 34.), no debemos tomar este mensaje como algo más de nuestras vidas, debemos tener conciencia de que Él está llegando y tener presente que debemos cantar con el salmista: "¡Puertas, levanten sus dinteles, levántensen puertas eternas!" (Sal. 23, 7.). Tenemos que estar atentos y despiertos. Qué lindo sería que, como nos dice s. Agustín, tengamos esa esperanza de Simeón y respuesta de no tener "la muerte hasta que no viera al Cristo del Señor" en donde la edad avanzada le inclinaba a la muerte, pero la piedad lo retenía hasta que pudo contemplar con sus ojos la luz, al Cristo, en donde "la senectud reconoció la divina infancia" (Sermón 163, 4.); qué lindo sería estar siempre despiertos y alegres para recibir al Señor en nuestro templo espiritual, para recibir a María, su madre y madre nuestra que nos regala al Salvador del mundo. Y, cuánta sabiduría nos ofrecía Siméon y Ana, ambos de edad avanzada; siempre debemos escuchar a nuestros mayores, que siempre están preparados; "no te desagraden las sentencias de los viejos, porque no las dicen sin causa" (Imitación, L. I; cap. V, 2.). 

Hoy en día muchos dicen "¿en dónde dice la biblia que hay que respetar la ley puesta por humanos?"; el Evangelio de hoy nos trae un mensaje de obediencia, nos dice que "cuando llegó el día fijado por la ley de Moisés" (Lc. 2, 22.), llevaron al niño a Jerusalén y cumplieron al pie de la letra la Ley; una familia judía que entregó a su Hijo a las costumbres de su religión para que se cumpliera todo lo que estaba escrito. ¡No debemos abandonar nuestra Fe! ¡La Fe que nos regalaron nuestros padres y que custodiamos con celo apostólico! ¡Ay de aquellos que dicen "soy cristiano, pero no sigo a ninguna Iglesia"! ¡Ay de aquellos que dicen "soy católico, pero desconfío de su Magisterio"! Somos todos hermanos e hijos del mismo Dios; Cristo vino a instaurar una nueva Alianza, y si "los hijos de una misma familia son todos de la misma carne y sangre" (Heb. 2, 14.), así nosotros que componemos con Cristo un solo cuerpo, la Iglesia, debemos amarla y defenderla. 

Digamos hoy, antes de dormir, sabiéndonos partícipes de ese gozo, de esa gran luz que contemplaremos todos algún día: "Ahora, Señor, puedes dejar a tu siervo irse en paz, porque mis ojos han visto la salvación" (Lc. 2, 29-30.).
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Foto del autor Alejandro Manzur
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Descripción

Reflexión y análisis de las lecturas del domingo en la Presentación del Señor.

Palabras Clave: Análisis reflexión iglesia católica palabras lecturas.

Categoría: Ensayos

Subcategoría: Análisis



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