Entre mi corazón roto y el piso sólo había espacio para las crueles lágrimas que me amenazaban desde lo más profundo de mi alma, no existía nada más, ni siquiera la oscuridad accedía a quedarse conmigo; estaba tan sola que el único sonido del cual me aferraba con uñas y dientes para no perder la cabeza era el latido de mi maltrecho corazón.


Podía sentirlo, golpeando contra mis costillas como si me reclamase algo, como si cada pulsión que emanaba sangre a mi cuerpo fuese un castigo al que lo tenía sometido, como si el simple hecho de seguir funcionando le causara tanto pesar que incluso intentaba hacerlo de forma automática.


Hacía frío, pero no venía de afuera de mi cuerpo, era como si tuviese una estaca de hielo enterrada en el vientre, me congelaba, me asfixiaba y era tan doloroso…
 
Intenté recordar por qué sufría tanto, busqué en mi mente la respuesta a mi interrogante pero no hallé nada, nada…como si, como si mi propia memoria se hubiese esfumado con ella todos mis recuerdos y fue ahí cuando me di cuenta que ni todo el sufrimiento del mundo podría compensar eso tan valioso que había perdido…a él