FRANCISCO PIZARRO Y LA CONQUISTA DEL PERU (CUARTA PARTE)
Publicado en Mar 09, 2014
Don Francisco Pizarro cansado de tener que vérselas con gente minúscula, decide emprender viaje a España a parlamentar con los Reyes, Cristóbal Colon años atrás le había dado el ejemplo, don Francisco se siente con aplomo suficiente para alternar con los monarcas, acaso es poco lo que lleva, conduce oro, joyas e indios que atestiguan sus hazañas ¿ porque el a de temer? Es un hombre acostumbrado a jugar con la muerte, es una fuerza irresistible y está enamorado de la vida, su autoridad sobre un puñado de hombres en estas tierras americanas, lo ha hecho aprender el tono de los que gobiernan. Toledo. La corte del poderoso soberano. Intrigas cortesanas, intereses prestos a renacer, intereses conseguidos, frailes que se adueñan de las almas, ambición, más ambición. El palacio magnifico, salones increíblemente suntuosos, funcionarios de todo nivel, papeles, mas papeles y mas funcionarios. El Cesar Carlos V sentado en su trono, con su birrete de fina felpa grana, de seda y terciopelo con encaje Holandés, firma y firma el monarca, ni lee lo que firma, con una pluma de ganso que moja en un tintero de oro. Ministros, primados, caballeros de la corte, nobles, hacen larga antesala, existen más de cien antesalas, y se escuchan los comentarios. Sabías que Francisco Pizarro está en la cárcel. Ese capitán que dicen ha descubierto el Perú. Si el mismo que nació en Trujillo, hijo del coronel don Gonzalo Pizarro, de los tercios de Italia y Navarra. Ha arribado Pizarro no hace mucho a la península, pero a instancias del bachiller Enciso que tiene una orden de captura contra el aun no caduca, lo han apresado apenas piso tierras Sevillanas. La denuncia es de Enciso que no se cansa de gritar y reclamar, contra todos aquellos que lo expulsaron de mala forma del paraje denominado Darién, dice que lo despojaron de sus barcos y bastimentos que le pertenecían y que le costó su dinero. Y el monarca no se ha inmiscuido en este enredo. Aun no pero tendrá que decir algo ya que Pizarro vino con cierto Griego llamado Juan de Candía, hombre de artillería, bien hablado y muy despierto, que ha formado tal ruido, escandalo tan grande que se ha armado el cotarro popular en Sevilla, se ha extendido y propalado cual reguero de pólvora que ha llegado a la corte. El populacho que está lleno de hazañas y aventuras y leyendas doradas, con nombres de tierras prodigiosas y de héroes fieros, este populacho que lloraba la muerte de Balboa y denostaba a Pedrarias, este mismo populacho que hace poco recibió al gran conquistador Hernán Cortez, dominador del pueblo Azteca, se ha indignado con lo sucedido a Francisco Pizarro, ha puesto el grito en el cielo repudiando tamaña injusticia contra tan valeroso capitán, que amplía los dominios de Castilla y la corte a parado el oído, el propio emperador a nombre de su madre doña Juana dispuso que sin perder un momento le dieran libertad, reponiéndole todo lo embargado, en vista de ello Enciso ahora es odiado y denostado del peor modo y ha tenido que huir y ocultarse. Cosas que se ven caballero en estos tiempos que corren, nunca antes de ahora el populacho se atreviese tan levantiscamente a dar salida al descontento, vos juro caballero que por muy mala senda nos conducen los consejeros de su real majestad y la corona de Castilla, obedeciendo el deseo de la plebe apenas expresado, día vendrá en que dispondrán de la corona por propio designio, tildaran a su Rey y mostraran la cabeza que deberá lucirla y que más los halague. Continuaban los diálogos en la vasta antesala del palacio real, los cortesanos, caballeros, hijosdalgo, gentilhombres y personas de muchos pergaminos, en ese salón lleno de muebles solemnes, de suntuosos cortinajes pesados de felpa, con gruesas alfombras, ante cuadros de recargados marcos que muestran los retratos de ancestrales varones, estirados en tiesas posturas, rostros duros y gestos antipáticos de mandones señores. ¿Cierto es que Hernán Cortez vino a defenderse? Si de lenguaraces y malsanos que lo indispusieron en la corte. Mas comentan que al verlo el monarca, lo impresiono Cortez con su gallarda apostura, porte noble y altivo, su buen decir y sesudas razones, que retornara con gran pompa y honores merecidos a su gobernación en México. Y de Pizarro que se dice. Que retornara también como merece con honores y fama, con granjerías dignas de sus hazañas en la empresa acometida, pues tales varones impetuosos dan brillo a la corona. Don Francisco Pizarro decide ir a Toledo y su nombre suena en la península, dorado por el fantástico reflejo del oro legendario del Perú, la gloria lo propala, la fama lo precede, es muy popular. Ya ha llegado a Toledo don Francisco, y al encontrarse con don Hernán Cortez lo ha abrazado, pues es un viejo conocido desde Santo Domingo, se han abrazado los dos fuertemente. Don Hernán tiene mucha experiencia de las traiciones, disgustos, trampas y encrucijadas que el triunfo proporciona, que ha aconsejado a su amigo Francisco largamente y le dice, tino, tino mi gran amigo Francisco, mucho ojo y previene con papeles, títulos, reales ordenes, documentos que acrediten tu posición pues surgirá la codicia y vos disputaran lo que con muchas penas y trabajos has conseguido. Se despiden y don Francisco agradece los consejos de su amigo. Luego ingresa para saludarlo y abrazarlo su hermano legitimo don Hernando, a cuyo lado bregara cuando mozo en las guerras de Navarra e Italia, luego ingresan sus hermanos naturales Gonzalo y Juan, Pizarros ambos a quienes solo los vio pequeños. En el otro salón se encuentran amigos aventureros de los tiempos perdidos y que lucharon con él en las batallas del viejo continente, o en aventuras olvidadas por la conquista de las indias, todos vienen a verlo y saludarlo. Algunos grandes señores le ofrecen dinero prestado a temibles intereses. Esta vez viste muy buena ropa don Francisco, tela fina que le asienta muy bien a sus hombros robustos, es de un color oscuro muy de uso en la corte, el rudo capitán muy cuidado y pulido, aparenta gran soltura, gentileza y finos modales, muestra mucha gracia y seducción, habla con gran empaque, fácil verbo y palabras buenas para el caso, que lisonjea y deja gran placer a quien las oye. Don Francisco Pizarro ingresa a hablar con el Rey Carlos V, casi llora el monarca al oír referir sus desgracias y sus grandes contrastes, penurias y fracasos, y estalla de alegría cuando narra los triunfos conseguidos, el Rey ríe muy alegre cuando le cuenta un episodio que sucedió al explorar este nuevo reino, el Rey se exalto de orgullo cuando aludió a la gloria del monarca y a la dilatación de sus dominios, y el Rey le dio lo que quiso y mando se firmara en el acto, lo lleno de honores y de títulos y de amarillos pergaminos. Don Francisco guiándose de los consejos de su amigo Hernán Cortez, pensó que era mejor tomar precauciones desde ya, no esperar contingencias. Se adueñó de títulos, honores y poderes, y si no echo mano de un obispado fue que se vería mal en un soldado la morada sotana, lo pidió para Hernando de Luque y para su socio don Diego de Almagro, pidió la alcaldía de la no menos teórica fortaleza de Tumbes. Don Francisco Pizarro con dinero, honores, grandes títulos, caballero, hijodalgo, gloria y fama, quiso visitar su tierra Trujillo, volver al terruño nativo que nunca más mirara desde aquel día triste, tan remoto en que se fugaron los cerdos de su padre y señor el coronel don Gonzalo Pizarro. Que feliz retorno, vive Dios. Que distinta resultaba la gente para el comparado con el pasado. En el mesón de agrietadas paredes, parloteaba la gente. Es don Francisco Pizarro, el hijo de don Gonzalo que retorna de las indias lleno de oro y doblones. Ha conquistado el Perú, la tierra del oro. Viene nombrado adelantado, capitán general, gobernador, hijodalgo y caballero de la orden de Santiago. La capitulación firmada por el señor adelantado Francisco Pizarro lo obligaba a levar en España ciento cincuenta hombres, mas seis meses de plazo para retornar al Perú, con las reales pragmáticas en el bolsillo don Francisco Pizarro se dedica a sugestionar y conquistar soldados, pintándoles las cosas de las indias en tonos de un cuento de Aladino, su persuasión es tal que caen en la redada algunos peces gordos, también sus hermanos Hernando y Gonzalo, el dominico Valverde y don Martin de Alcántara, con 185 hombres le basta para emprender la postrera y definitiva conquista del vellocino de oro. Envía primero veinte hombres para contar los títulos logrados, para detener la codicia de sus socios y poder parar al maligno viejo Pedrarias, ya que don Diego de Almagro con malicia le había sacado mil doblones por su participación en la conquista, esto sucedió cuando Pedrarias salía de Panamá sustituido en sus funciones por don Pedro de Los Ríos. Después de unos días don Francisco Pizarro parte, estaba calmo el mar, transparentado el cielo, maravilloso el tiempo, su hermano don Hernando le pide quedarse unos días más, pero don Francisco le dice te espero en la Gomera mientras arreglas los papeles. Está bien hermano que Dios te ayude y buen oído te preste. Alguaciles, funcionarios, corchetes y tesoneros, registran las naves y preguntan ¿Qué es del adelantado don Francisco? El ya partió, mi hermano y señor no hace mucho, si venían un día antes lo hubiesen encontrado y el los recibiría, con mucho gusto tanto o más que yo, pero ha dejado ordenes terminantes de prestar a vuestras mercedes y personas tales, el mayor acogimiento y atenciones que ustedes se merecen y consientan. Genuflexos quedaron ante tal galanía, se sintieron felices con las buenas razones del caballero don Hernando, que los halagaba y lisonjeaba, tenía grato parloteo y se fueron tranquilos. Zarparon los navíos es el 27 de enero de 1530, los hermanos se encuentran en el lugar convenido la Gomera, desde este instante don Francisco Pizarro cobrara en el todo su esplendor, y hasta los soldados más oscuros se harán participe del botín, para todos habrá oro y la historia tendrá una frase de recuerdo, el antiguo porquerizo entrara a la inmortalidad. Otra vez al mar que se somete al empuje de los hombres, de sus blancos trapos ligeros, sobre sus cascos leves. Fieros lobos de mar de rostros duros y tostados por muchos soles, por las brizas marinas llenas de yodo, marineros valerosos, de ojos pintados por los tintes del mar y las tintas del cielo, devoradores de horizontes. Marineros audaces, de brazos de acero. Como habéis aprendido a burlar a este monstruo que espuma y alborota cuando surcáis sus aguas, cantando esas canciones marineras de tópicos porteños, hilvanando el gracioso recuerdo de la mujer que los despidió sonriente una tarde antigua en un país olvidado. Van y vienen las naves. Traen y llevan, llevan y traen todo lo transportable. Ya las naves no se hunden como antaño, hay gran comercio, y también claro hay bandidos en el mar, atracadores del océano que despojan navíos, acogotan y matan, por islas y vericuetos, archipiélagos temibles están infestados de piratas, son Ingleses, mucho cuidado con ellos, comerciantes de indias que atravesáis el piélago en pos de estos mercados, están resueltos y listos al abordaje. Navíos a la vista. Son las naves del adelantado don Francisco. Circula la noticia, novedad en la costa. Muchas naves al pairo se mecen en la rada, canoas, botecillos van y vienen, gran barullo, tumulto de gente. Aplausos, disparos de arcabuces, ha pisado tierra Panameña el adelantado don Francisco Pizarro, abrazos y palmetas. Que viva Francisco Pizarro. ¡viva, viva, ra, ra! Se encuentran los socios y don Diego de Almagro recrimina a don Francisco. Todo para ti, eres un logrero, un felón. Don francisco razona de lujo con don Diego de Almagro, el buen amigo que ahora está tuerto pues perdió un ojo peleando con los naturales. Parecía que los antiguos socios rompían, se decía que don Francisco Pizarro comenzaba a tratar con Hernando de Soto y con Hernando Ponce, ricos sujetos de león de Nicaragua. Pero don Gaspar de Espinoza y Hernando de Luque, supieron arreglar de tal modo el entredicho, que todo se allano, deponiendo don Diego su hondo resentimiento. Pizarro se comprometió a no pedir nada para si hasta conseguir para don Diego una gran gobernación, repartirse en igual proporción todo rescate. Esta vez el destino que ha sido tentado muchas veces se dejara poseer, será como un perro al que se lleve de la cadena, desde Panamá todo le será llano y fácil, el mar, la tierra y los hombres se postraran, los indígenas creerán ver en ellos a los centauros predestinados, a dioses barbados predichos por el oráculo de la raza. Mientras esto sucedía en España, aquí en el Tahuantinsuyo muchos años atrás partía del Cuzco Huayna Cápac hacia Quito, dejando a su hermana y esposa Mama Rahua, que ya le había dado un heredero llamado Huáscar, el Cuzco arde de fiesta y la ciudad imperial llena de oro y opulencia, la ciudad está como una ñusta que presiente celebrar su última fiesta. Palacios de Tumibamba, Pacha la ñusta Quiteña, la hija de un gran señor que se rindió a Huayna Cápac. Pacha, Pacha, tu piel que es tostada, como es tostada la cancha; tu boca roja como una herida que sangra, tu cuerpo y tu cabellera como una noche de illapa, tu cintura cimbreante, tus senos copones de oro y plata, como besaban tus labios, como ardía tu mirada. Sacerdotes y amautas con sus más vistosos trajes, las ñustas, las mama cunas y las mas virtuosas pallas, cantan, cantan alabanzas, Huayna Cápac a fecundado un hijo en la ñusta Pacha; suenan los potutos hay fiesta en Tumibamba, ha nacido Atahualpa. Y pasa el tiempo, como un soplo, es un repique que va dictando la historia. Se muere Huayna Cápac, se muere en Tumibamba, dicta su testamento el más terrible del que nos hablan los tiempos, divide en dos el imperio, Cuzco para Huáscar y Quito para Atahualpa, los augures han abierto el vientre a una blanca llama, leen fatales designios para Huáscar y Atahualpa. Chocan violentos los del Cuzco y los Quiteños, chocan fratricidas, se derrumba el gran imperio, matanzas y mas matanzas, generales en derrota todos pasan a degüello, Caín avanza Caín, ya está prisionero Huáscar y el Cuzco viste de duelo, se canta un réquiem en quechua. Como en los viejos tiempos don Francisco Pizarro parte con tres naves, estamos a principios del año 1531, lleva 183 hombres bien armados, caballos, municiones, vituallas y trapío. Llegan a la bahía de san Mateo. Hombres y caballos marchan por la orilla, mientras los navíos costean adelante. Esta es la tierra del cacique Coaque, rodeada de montañas. Los españoles ingresan al poblado y saqueo, sangre y fuego, al cacique se le captura y se pide un rescate, los indios retornan con 20,000 pesos en oro y unas cuantas esmeraldas. Ya sacaron los quintos para el Rey señor tesorero Alonso Riquelme, si señor escribano Pedro Sancho, y que me dice usted don Juan Alonso y vos don Domingo de Presa, aquellas esmeraldas y oro del cacique Coaque, si todas están ya consignadas. Dos navíos son enviados a Panamá y otro a Nicaragua, para seducir a nuevos aventureros y adelante, adelante. Cabo Pasao, Puerto Viejo frente a la isla Puna, ya muy cerca de tumbes la puerta del Perú. A llegado Sebastián benalcazar y unos treinta voluntarios, vienen de Nicaragua y quieren poblar Puerto Viejo. Don Francisco Pizarro se gana la confianza del cacique de Puna llamado Tumala, al que incita a lanzarse sobre los Tumbesinos. Llega don Hernando de Soto con dos navíos, soldados y caballos. De Soto es un hombre sereno, ponderado, se le había ofrecido en Panamá en el caso de intervenir en la conquista el puesto de teniente general, De Soto mostro como en tantas ocasiones mucha templanza y recto juicio, que le granjearon la estima y simpatía de españoles e indígenas, en cuanta empresa interviniera, se le consideraba de facto el segundo entre los jefes. Adelante ya estamos en Tumbes, pero sorpresa esta vez los tumbesinos los reciben armados, desembarcan confiados los españoles, los indios los atacan y matan a todos los que pueden. Pizarro y De Soto atacan, fuga de los naturales, la ciudad yace destruida y quemada como consecuencia de la guerra con los isleños de Puna. Es de noche, negra y cerrada como boca de lobo. De soto incursiona por mandato del señor capitán adelantado don Francisco Pizarro, se decide que la tropa pernoctara esa noche en el poblado conquistado, ya pacificado Tumbes los naturales espantados ante la arremetida empiezan muchos a retornar, solicitan reiniciar sus tareas, los campos son atendidos nuevamente por los cultivadores. Otra vez llega la noche y en la plaza en torno a las fogatas acampan, centellean las corazas y las armas, las hogueras proyectan sus voraces lenguas de fuego, el metal bruñido devuelve en reflejos cegadores en la negrura densa de esa noche cerrada, los soldados asemejan sombras gesticulando en las tinieblas, una que otra lucecita perdida salpica, anunciando la vigilia de los guardias, mientras los demás duermen. Las antorchas encendidas dejan ver en la lejanía como el ojo de fuego, del misterio como gota de sangre, roja macula o prendido rubí, en el terciopelo de esta noche que todo lo envuelve. Es la tienda del señor capitán adelantado don Francisco Pizarro, prendido en alta pica arde un tachón, en el centro una rustica mesa, un tintero, plumas de ave, le pide que escriba a don Hernando de Soto una carta a su amigo don Diego de Almagro; dile que espero que vuelva, que no recele de mí, que esté presente nuestra añeja lealtad, que no eche en olvido mi aprecio por su persona, dile que me preocupa su dignidad y honra y provecho, que vuelva como el antiguo compañero de fatigas, que lo mío es de él, que no quiero que haya alejamiento. En un rincón una tarima que luce cobertores de variados colores, primorosos tejidos tumbesinos, sentado en un taburete, la cabeza barbada echada atrás aparece el adelantado don Francisco Pizarro, en torno al cuello un blanco lienzo o pañoleta, a su vera un hombrecillo repica unas tijeras con la diestra, en la otra luce un peine, es el señor barbero, gran charlatán, tiene todas las noticias del momento, también es curandero muy afamado entre los soldados, les compone cualquier hueso roto, les aplica cataplasmas, les propina pócimas, sudorantes, los embadurna con ungüentos, les hace sangrías; es el que entretiene al gran adelantado don Francisco, quien se complace escuchándolo, lo acicala y su barbero goza de gran ascendencia, ya lo sabe la tropa. A la puerta de la tienda que alberga al adelantado don Francisco Pizarro, montan guardia dos soldados, de rato en rato rompe el silencio la alerta de los centinelas. Es mediado de 1532, año de gracia. Retorna De Soto con su tropa y trae mucho oro, narra de Soto amenamente las incidencias de su marcha y dice. Es un admirable reino mi capitán general, se vislumbra mucha industria y orden, tuvimos que guerrear a menudo, pero al ver que éramos duchos en pelear, se rendían y nos ofrecían cuanto tenían, nos quedamos pasmados cuando llegamos a las cumbres heladas y riscosas de los altos parajes de la sierra, vimos un camino que nos dijeron va desde el Cuzco hasta Quito, es de piedra labrada mejor que una calle de Castilla hecho por el Inca de estos reinos. Ahora están pisando las huestes del adelantado don Francisco las tierras de Tangarara, a treinta leguas de Tumbes; a veinticinco leguas por el camino hacia el mar está Paita, donde dos de las naves esperan, san Miguel es fundada, es el primer asiento castellano en tierras del Perú, mas el sitio no es bueno, trasladan al pueblo y por ahora se asientan a las orillas del rio que llaman Piura. Salen las naves llevando el oro que le toca al Rey, para mostrar lo bueno encontrado, llevan el encargo de apremiar a don Diego de Almagro, mientras don Francisco Pizarro quiere indagar mejor, las costumbres, los hábitos, las fuerzas de las tierras que hoya, las resistencias de los señores del imperio, ya sabe de los pleitos en que andan los herederos del Inca Huayna Cápac. Le cuentan que el poderoso Huayna Cápac dividió al imperio, que Quito lo destino a Atahualpa, hijo amado habido en Pacha, la princesa más joven y agraciada del reino de los Sciris, hija de su ultimo monarca, que el Cuzco fue heredado por Huáscar natural sucesor de la dinastía del imperio. Es posible semejante dislate en tan hábil monarca. Es que el monarca estaba viejo cuando se enamoró de Pacha. Pacha era una moza lozana, hermosa, graciosa y zalamera, tan afectuosa que el señor Inca Huayna Cápac disfrutaba mucho en su compañía, por eso decidió vivir en Quito y no en el ombligo del mundo que es el Cuzco. Desbarro Huayna Cápac. Como no. Como desbarran siempre y habrán de desbarrar toda la vida por una carne tierna, dice un viejo sabedor de estas lides, los hombres le abren el corazón a un cuerpo femenino, suave como la piel de las vicuñas y traicionera como el puma, se dejan influir por sus caricias en las cosas de estado que necesitan de un sano juicio...
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