Cotidianidad
Publicado en Mar 11, 2014
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Lo más alocado que he hecho en mi vida hasta ahora, fue haber descalabrado con mi zapato de tacón al hijo de puta que me pellizcó una nalga en el Metro, fuera de eso supongo que soy una persona normal y quizá hasta aburrida. Todos los días camino en las mañanas unos diez kilómetros con esos mismos tacones hasta el restaurante donde trabajo como mesera, es uno de tantos de una cadena que explota y jode por todo lo largo y ancho a sus empleados, pero como casi no fui a la escuela no tengo muchas opciones; las propinas son buenas, bueno lo serían si fueran todas para mí, pero resulta que el treinta por ciento son para el restaurante, ¡qué carajos! Como si el pinche dueño no tuviera ya suficiente dinero, el otro día leí que es uno de los hombres más ricos del mundo, me consuelo pensando que en el infierno su dinero no le va a comprar un lugar mejor.
La semana pasada se inundó la colonia donde vivo, íbamos en la camioneta colectiva y el agua se empezó a meter, tuvimos que bajarnos todos a empujar, la verdad fue emocionante porque me imaginé que estaba de aventura como vi en una película del Rio Amazonas donde un grupo de turistas se mete para jalar el barco y alrededor de ellos nadan serpientes y cocodrilos, acá en este caso nomás nos encontramos un chingo de basura y tierra, es más, se  me echaron a perder los zapatos, pero en la bola las risas estuvieron a toda madre, creo que hasta me hice de la chís, ya con la mojada nadie se dio cuenta.
Cuando se queda detenido el tren sobre las vías que están antes de la parada del camión no hay de otra más que brincarle porque pasarse por abajo es lo más pendejo que uno puede hacer; el tren arranca en cualquier momento y puedes valer madre. Incluso una vez que me salté iba yo arriba cuando se echó a andar, ya me hacía hasta el Norte, pero por suerte media hora después paró en una estación a descargar sacos de maíz, ahí me vio un vigilante culero y que me la hace de jamón diciendo que yo era guatemalteca o salvadoreña, pero no contaba con que soy barrio y barrio muy bravo, no me sé dejar de ningún pendejo, así que luego, luego se dio las tintas de que soy mexinaca (así me dijo el ojete) y ya, que me deja ir, aunque no se salvó de una patada en los huevos.
La verdad algo que me encabrita son las viejas que se dejan golpear, como decía mi abuelita: “Si alguien me dio un putazo en la cara es porque antes ya recibió dos míos”. El año pasado mandé al hospital al que era mi marido, andaba bien borracho y me quiso zumbar, pero se cayó y quedó inconsciente y ya en el piso que le pongo una chinga con el palo de la escoba, le rompí una pata. Cuando se lo llevó la ambulancia ya estaba medio despierto y que empieza a decirle una bola de chingaderas a los camilleros: “putititos, ustedes me la pelan” y pendejadas así, por eso cuando me preguntaron qué le había pasado y les dije la verdad nomás se cagaron de la risa y pusieron en la hoja de urgencias que andaba grifo y mariguano y que se había roto la pata por la caída. Luego le dijeron a la enfermera de guardia que le hicieran una lavativa, claro eso ya nomás fue por chingarlo. Después nos dejamos y no supe más de él.
En las noches tengo otro trabajo, muchos de mis vecinos creen que me voy de puta, pero no, chambeo en una bodega contando documentos, son documentos oficiales de la gente que solicita una credencial de identificación; primero verificamos que esté el documento junto con el recibo de la credencial y luego los ponemos en orden y detectamos si falta alguno, si es el caso entonces se hace un desmadre hasta encontrarlo y si no lo encontramos pues por lo menos ya se hizo un desmadre, o como dice el supervisor: “la lucha se hizo”. El trabajo es bien aburrido pero vale la pena por la gente que he conocido ahí: está una señora que sí es prostituta (bella de día) y llega a trabajar con sus ropas de su otra chamba, al principio el supervisor se escandalizaba, pero desde que se pierden una hora en la bodega de dos a tres veces por semana, dejó de llamarle la atención; también hay un señor bien educado, y se ve medio fino, que se llama Don Rul, es bien chispa, siempre me anda corrigiendo, pero la verdad le tengo mucho afecto porque es muy respetuoso conmigo, además me da un poco de tristeza porque dicen que era maestro de la universidad y su familia le quitó su casa y su pensión y lo dejaron abandonado en la central camionera en silla de ruedas y debajo de la lluvia. A la mejor un día de estos lo adopto como padre y me lo llevo a vivir a mi casa para no estar tan sola y dejar de tener una vida tan aburrida.
 
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Foto del autor Laura Vegocco
Textos Publicados: 41
Miembro desde: Nov 05, 2012
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Descripción

Quines son los verdaderos fantasmas que habitan las grandes ciudades? Probablemente somos todos, todos somos annimos en esta amalgama interminable de historias.

Palabras Clave: Soledad marginacin ciudad anonimato

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Relatos



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Gabo

Simple, burda y cruda realidad, monotonía de todos los días y honestidad,..digna de fuguet pero en carne viva.
Responder
March 12, 2014
 

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