Las sabanas de tu cama eran rojas como la granada cuando suelta sus dulces semillas y explotan en la boca soltando su jugo.
Tu olor, Punica Granatum, quedaba en los ácaros de toda longitud, altitud y anchura de la almohada que me encantaba oler cada mañana cuando te levantabas a preparar el desayuno.
¿Quién te ha tendido una trampa que ya no quieres regresar?
¿Quién me ha robado el cariño que antes me dabas y no existe más?

Eran las orquídeas que dejabas en el frasco de greda en el baño,o quizas las masitas dulces a las que le agregabas azúcar flor para poder deleitarnos un par de segundos...sí, eso...un par de segundos.
No sé que esperaba vivir, la vida antes era maravillosa
¿Qué tanto se puede elegir?...el destino no es una de esas cosas.
 
Veía la sangre fluir en tus ojos cada vez que nos veías sonreir, cada vez que intentabamos ser niños y sólo queríamos jugar.
Que rico era pensar en llegar a casa y recibir tu rojo granada, quizas con un beso que solo bastara para dormir en paz.
 
Deja el mundo, vuelve ya...
deja todo...vuelve ya.
Era el frio del fierro que guardabas detrás de tu puerta, la aspereza del cordón de tu cintura con el cual teñías nuestras pequeñas piernas color piel de un púrpura violencia.
Era el desaire de vernos llegar, de apagar las risas, de encerrarnos en la oscuridad.

Tú y yo eramos como un mismo ser, arte.
Aquella vez decidiste tu vida y nosotros también.

Algún día volverás a nacer y darás frutos otra vez, ya no más como la Punica Granatum que soliste ser no aquella granada en flor.
En nuestra próxima vida serás dulce como la miel, me amarás, lo sé y yo sabré perdonarte...mamá.