Hubo una vez, una florecita sembrada en una hermosa maceta colocada en una bella casa, a diario recibía palabras de cariño de su jardinero, él le quitaba cualquier insecto que se le acercara, la cuidaba con esmero y la regaba con cariño todos los días.
Siempre vigilaba que no le diera mucho sol, que nadie más la tocara... y la florecita por mucho tiempo fue feliz así, hasta que un día vió pasar a otro jardinero que la observaba con entusiasmo y tuvo curiosidad por saber si él la cuidaría igual, si le prodigaría las mismas atenciones, los mismos cuidados, el mismo cariño y pensó... qué se sentiría ser cuidada por alguien más.
Poco a poco el jardinero se fue acercando para hablar con ella, le decía que era una flor muy preciosa y que sería muy feliz si le permitía estar a su lado de vez en cuando. Después de algún tiempo, la florecita aceptó emocionada y su nuevo jardinero llegaba hasta donde estaba ella y le prodigaba los más lindos cuidados, acariciaba sus pétalos con tanta delicadeza que la florecita se veía cada vez más bella, sus colores irradiaban y cada que se despedían ella solo esperaba el día en que se volverían a ver.
Pasó algún tiempo Y el jardinero llegaba a sus citas siempre con mucho ánimo a verla, pero un día, él visitó otro jardín donde había otras flores, sin duda igual de hermosas o mucho más, se dejó llevar por la atracción natural que sentía hacia las flores y las acarició y sin saberlo se llevó con él un virus que al tocar a su preciosa flor de la maceta la contaminó...Pasaron los días y la florecita se empezó a marchitar, algo le sucedía, el jardinero de la casa la vio y trató de que se mejorará pero fue inútil, tuvieron que quitarle una parte de ella, nunca más produciría semillas y con muchos cuidados lentamente recuperó su belleza.
Ha pasado el tiempo, ella sigue en su hermosa maceta, en su linda casa y todavía recuerda a aquél jardinero que la hizo sentir más bella, que la hizo feliz, pero que quizás sin saberlo le hizo mucho daño.