Quizás quería que algo cayera sobre mí y me aplastara. Sí, eso es lo que quería.
La puerta estaba abierta, miraba el hueco pero no más que el sol entraba. Yo necesitaba una sombra, un rayo de oscuridad, una fuerza sobrenatural que me asustara hasta hacerme reír de ridiculez, reír sin parar de incredulidad.
Deseaba recibir un potente golpe que me pegara a la pared, que me dejara incapacitada de defenderme, que inmovilizara mis brazos y mis piernas, que me obligara a explotar en llanto, con los ojos cerrados, hasta gastar todo el dolor y la bronca.
Entonces en ese instante, levantaría la cabeza, movería hacia arriba mis párpados. Clavaría la mirada en el centro de la cosa espeluznante y sin forma que me tuviera aprisionada. Y llena de miedo pero con gesto desafiante en mi cara y una sonrisa imperturbable,  consumiendo el poco aire que pudiese quedar en mis pulmones, le diría: -¡Matame...!