Arabescos impostergables de un lrico decir....
Publicado en Mar 30, 2014
Jennet Tineo es, sin duda, una de las exponentes más jóvenes de la expresión poética contemporánea dominicana. Observadora atenta de una realidad que le imprime a cada uno de sus poemas. Emplea una vasta gama de emociones y sensaciones que plasma en su escritura y que nos acerca profundamente a su sentir como mujer. Leer a Jennet Tineo y abstraerse de la magia de sus poemas resulta casi imposible. En cada uno de los textos que componen su poemario titulado La mujer espiral, los versos se encadenan como seres invisibles tomados de la mano, en un lúdico intento de recuperar la alegría con la presencia del amor; otras veces se sueltan ante la llegada de la melancolía, el sentir de lo cotidiano, la desesperanza, la manifestación de un amor que se acerca a lo sublime. Esto, por la impresión que se observa en ciertos elementos góticos que pueblan los versos en algunos de los poemas, y que se siente de manera casi fulminante. Bien se ha dicho que el poeta es como un espejo que transita por el camino, reflejando la majestuosidad y la belleza del firmamento, pero también los charcos y las aguas del mar. Así vemos como en la mayoría de los poemas la hablante lírica se desdobla a través de la palabra, la escritura, en ese diálogo continuo que nos acerca a esa otredad con quien parece conversar. Por citar algunos de los trabajos de este poemario, hago notar que trasciende en la escritura de Jennet Tineo, un modo peculiar de ver el mundo y de vivirlo. La intensidad en cada uno de sus poemas, denota la sensibilidad y la grandeza de espíritu de quien escribe. Cada poema se ve habitado por una tensión escritural de exquisita riqueza, donde la búsqueda, la avidez por descubrir y abrir la puerta hacia el espacio interior, resulta ostensible. La hablante lírica desarrolla y pone en movimiento en cada poema, de manera urgente y directa, emociones precisas; un medio con el que nos comunica sus sentimientos como si se tratara de una confidencia consigo misma. En este poemario, como proceso para construir un texto, la hablante lírica se vale de metáforas que se traducen en la estética poética de la autora. En la poesía de Tineo, la metáfora es el vehículo y herramienta esencial en la cual el lector se reconoce. La voz poética se pasea por el tedio -procesos ontológicos-. Por otro lado, la autora nos ofrece claves para adivinar el acertijo lúdico de sus versos, que bien podemos llamar provocaciones del ingenio, la memoria, el paisaje que habla, siente y percibe, como también el recuerdo. La creación artística literaria: En el poema titulado Radiando, la voz poética nos hablará del rostro de la noche que le crece a su ombligo: “radiando bajan trenzas hacia todas las cosas”. Inflige un movimiento perpetuo en el uso continuo del gerundio: radiando, esculpiendo, desembarcando. En Lenguaje primigenio, la soledad y el silencio estimulan a la hablante lírica: “El silencio de su boca me hace mencionarlo/la tibieza apretada de los labios exponen mi voz a un diccionario de aire”. Un despliegue de adjetivación y un manejo del lenguaje fantástico: “lenguaje primigenio, suspiro agudo, velo ilusorio, madura sonrisa. guayar la noche, hacer polvo de esta noche sin estrellas”, lugares asombrosos se vislumbran en un paseo suave y vaporoso a lo largo del texto. La cadencia de los versos se torna sublime, lo espiritual está presente, y se hace evidente la exaltación mística, lo ascético: “ Ella / la mujer espiral, musita silente/ este poema rizado…”, “para saciar mi hambre de mundo…” La noche también nos acerca a lo místico: “Esta noche huele a bambú/esta noche quema y refresca ” El tiempo es una constante importante en la poética de Tineo, como cuando cuestiona: “¿Por qué te preocupa el tiempo?/si el tiempo es sólo una medida/una medida escrita en la mirada/desacertada a los relojes/un postulado que nos hurta libertad”. En el poema titulado El hacedor de mundos, se exaltan los sentidos, lo erótico sublimizado, el erotismo aunado a la naturaleza. “me haces noche de luna/me haces ruego/te hago desvelo/te visto de placeres hasta los ruedos”. En Cúpula sagrada, la hablante se reconstruye de nuevo sutilmente en un lenguaje sublime colmado de erotismo y sugiere momentos de soledad. En el poema que da título al libro, La mujer espiral, se hace presente la contemplación; una sensación del yo lírico de aunarse al otro y conjugar ese amor. Por otro lado, en el poemario completo, vemos la presencia constante del mar, la humedad, el sentido lúdico, la experiencia de lo cotidiano sumado a la experiencia erótica, sirve de ambiente para la construcción del espacio protagónico. En ¡Ándate!, la conciencia poética continua con el tema de la naturaleza, la cotidianidad, lo exótico: “Soy una corriente de aire… /soy un perfume…/tócame, transpírame, rézame…/ ¡Ándate! vamos, no pierdas más tiempo / soy un poema, escríbeme…” En el poemario La mujer espiral, la hablante lírica se vale del fulgor, para proyectar reminiscencias que evocan recuerdos, donde ambos amantes eran armonía rozando encuentros utópicos. En Raíces de café, de nuevo el tema de la naturaleza: “La tierra absorbe gustosa el diluvio breve y ácido/ prendado de olores misteriosos”. Lo sensorial, lo cotidiano: “¿una cafetera, una papa borracha/una raíz curadora del sin sabor?” se funden para crear una variedad cromática: “Cuando se sacian mis ansias de su extraño sabor”. Todos estos elementos enriquecen la poética de este texto cuya protagonista viene siendo la mujer, esa mujer que dialoga con su otredad. Así, Jennet Tineo crea imágenes sugerentes, para dejarnos sentir esa sensación de vacío de la mente que naufraga en la humedad blanda de lo cotidiano. Lo sensorial, el tacto del cuerpo con la tela, se hace evidente: la blandura como elemento que acaricia la mente. Se siente la hostilidad en el diálogo poético, en el tejido de los versos: “Sedienta, absorbe sin quejas/sin cejas ni simiente/ se esculpe un naufrago de luz diurna entre sus hojas/se hacen captura de mis ojos fijos /presos del líquido que discurre/en los canales del vaso desechable…” En Duendecilla dormida, la hablante expresa su sentir interno, desarropa su alma, la vacía de versos y habituales turbaciones. A pesar de hacerlo amorosamente, la melancolía se huele en cada metáfora, haciéndose eco del grito del autor en su búsqueda espiritual: “…pendían de tus ojos los sueños/ dame de ellos un sueño angosto/ y pasaré de costado a través de él /mientras te puebla la oscura noche/ … y en su negra espesura se cuelga un misterio / se hace nada el paisaje”. Es la obra de Jennet Tineo la voz de una poeta, artista de la palabra, hecha idea, pensamiento, verso y verbo. Es luz que nos ilumina con cada uno de sus poemas, para deleitarnos en la hondura de ese laberinto humano en el que somos poetas, escritores, lectores y gestores de nuestros propios sentimientos. La reflexión final la dejo a la discreción y reconocimiento de un estilo. Que el lector se encuentre frente a un espejo, o que pueda interpretar los silencios entre cada verso, entre cada estrofa o entre cada poesía de este particular poemario. Hay mutismos más contundentes que la palabra; solo hay que saberlos encontrar, percibir o respirar. La despedida en buen augurio para este libro se la dará el poeta: nadie mejor que él para representarnos en nuestra admiración por su constancia de trabajo arduo y disciplinado. Doris Melo Mendoza. Ph.D. Poeta, narradora y crítica literária. Catedrática Universidad Metropolitana Cupey.
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