TRESOR
Publicado en Apr 01, 2014
TRÉSOR
Para Laura que ha inspirado las mejores páginas en mi vida La tímida luz del sol de invierno se filtra a través de los postigos. El calor no alcanza a calentar el frío dormitorio que cada día se hace más gélido. Ni siquiera el color violeta de la cubrecama puede alegrar el ánimo que me domina al observar el aspecto de la habitación. Y yo estoy aquí solo. Por casi un año, trescientas cincuenta largas noches, he sentido la soledad en el cuarto que fuese nuestro y que ahora es mío solamente. Aún duermo en el lado derecho de la cama matrimonial, como si su presencia me impidiese trasladarme mas allá de ese límite imaginario que ella me puso alguna vez con su compañía, con sus deseos, con nuestros proyectos en común. La extraño y aún no puedo comprender el por qué de su ausencia. Día tras día, noche tras noche, sueño con su regreso. He soñado que estoy en mi lado de la cama con el rostro arrasado por las lágrimas, con el cuerpo cansado por el cansancio de la espera y que siento la cerradura de la puerta, el tintineo de su llavero, el sonido de sus zapatos de taco alto avanzando por sobre el piso de madera, su perfume inundando la habitación y el calor de su cuerpo recostado contra el mío y ella besando mis mejillas y diciéndome que había vuelto para quedarse a mi lado, que había cometido una equivocación al dejarme, que ya no volvería a apartarse. Y yo volvía a ser feliz. Y retomábamos nuestra vida, como si nuestra separación nunca hubiese ocurrido, perdonándonos nuestros errores, viendo al futuro como uno solo. Y luego el sonido de ese maldito despertador trayéndome de vuelta a la realidad donde apenas subsisto, donde mi vida, mis ganas, mi amor y mi deseo huyeron con ella como si un ladrón hubiera saqueado mi espíritu dejándome vacío, dejándome en una eterna expectativa. Y siento las mejillas mojadas por el llanto incontenible que me domina y que se apodera de mí manchando la funda de mi almohada. Y cuando voy al baño y miro mi reflejo en el espejo me pregunto si ese otro que me observa mientras lo miro sentirá lo mismo que yo, si su amada se ha marchado también o está aún allí. A veces siento el imperioso deseo de observar dentro de ese mundo como una masculina Alicia y buscar a la mujer que me ha sumido en esta trágica existencia, al menos para transformarme en su amante, en su compañero. Para ser un fantasma junto a ella. Pero por mas que he arañado la reflectante superficie, cuando rompo un espejo comprendo que no es mas que un pedazo de cristal bañado, que ni siquiera allí ella se encuentra. ¿O habrá un espejo en otro lugar que la refleje? Durante el día el sufrimiento se hace soportable mientras me mantengo ocupado en el trabajo que se ha transformado en un sitio de tranquilidad y de distracción. La interacción con los clientes me permite dejar liberada mi atención y disiparla, dejarla correr casi hasta transformarme en un autómata que ni siquiera entiende lo que le dicen pero que responde eficazmente a cada requerimiento. Finjo estar bien; finjo incluso que el abandono que he sufrido no me afecta y que estoy en completo dominio de mis emociones y mi vida. Puedo hasta esbozar una sonrisa y reírme ante alguna ocurrencia de un compañero, saborear una taza de café instantáneo o dibujar en mi mente figuras extrañas en una perenne mancha de humedad en el baño. Hasta he rechazado, amablemente, alguna invitación a compartir un aperitivo fuera de horario de oficina por parte de alguna compañera que quiere consolarme en mi momento de mayor amargura. Y el precio por ello es alto. Me siento un fantasma que deambula entre los vivos. Y como tal me siento incapaz de sentir. Siento que no siento y eso me pone a salvo. Pero la vuelta es terrible. Cada milímetro cuadrado de superficie de mi departamento me la recuerdan. Me doy cuenta de lo pequeño que es al comprobar que no poseo escape en él; no tengo ambiente que haya sido solo mío y que me permita refugiarme a merced de los recuerdos y me transformo en un tigre enjaulado andando y desandando sobre mis pasos, gastando la alfombra y el parquet que ya no encero y que va acumulando una delgada y sucia película de polvo. Aquí, ya sin la máscara que cubre mi hipocresía, libero los corceles que transportan mi dolor y dejo que recorran mi alma lacerada por la soledad y el abandono. He intentado no tocar nada, que todo permanezca tal como estuvo el día que ella traspasó la puerta para irse, con la esperanza que la conjunción de formas y de espacios no afecte el espacio ni el tiempo y la atraigan de vuelta a mi lado. Y cada noche vuelve a mí el sueño que no quiere abandonarme... A veces parece que mi ser interior decide darme un respiro y sueño que soy el espectador de nuestro primer encuentro y me veo tratando de hablarle tímidamente en la fiesta de un amigo en común. Allí está, juvenil, con su larga cabellera rubia recogida sobre el costado, una blusa color miel, pantalones capri y zapatos bajos. Lleva los labios con delineador y labial castaño, rubor en las mejillas, aretes en forma de colgantes con una pequeña perla de la que salen tres pequeñas cadenitas con una lágrima en cada punta. Siento la música sonando de fondo y mis nervios dominándome al hablarle. Y me veo viéndome y contemplándolo todo. Nos veo luego caminado junto al lago del parque donde apoyó su cabeza en mi hombro y no nos dijimos una sola palabra. Nos teníamos el uno al otro. Nuestro primer beso, nuestra primera pelea, la vez que nos mudamos al departamento, la vez que compramos la cama, nuestra última pelea, ella abandonándome... y trato de gritar, de decirle a ese otro que soy yo que no le diga lo que le dije, que no la obligue a trasponer la puerta... y mis gritos sin voz, sin sonidos, sin ella. Y yo condenado a este limbo eterno, sin pasado, presente ni futuro donde no soy feliz ni soy un fantasma. Donde una vez que me despierto comprendo que no se trata de una pesadilla, que es la realidad. Que la realidad es una eterna pesadilla. Y sin embargo es la realidad que busco día tras día. Porque lo quiera o no, no puedo vivir sin ella... Sus cosas siguen en su lugar. Guardé el microcasette del contestador automático, donde su voz recibía las llamadas, en un cajón de mi mesa de luz. En ocasiones lo coloco en un reproductor que compré solo para traer a mis oídos su voz cristalina y eternamente juvenil. Su ropa aún ocupa la mitad del placard de nuestro dormitorio. Sigo regando sus plantas para que se mantengan verdes para su regreso. Cuando compro en el mercado siempre lo hago para dos. Guardo como olvidando una taza donde aún queda un beso de lápiz labial en el borde. Sus joyas de fantasía entre las que están esos pendientes que aún atesoro en la memoria. Tengo agendados los días de su cumpleaños, cuando fue que nos conocimos, cuando nos dimos el primer beso, cuando conocí a sus padres... A veces los llamo a ellos y cuelgo cuando me atienden pues no sé que decirles a pesar que me gustaría hablarles. Pero ya no son mi vínculo. Cuando lo hago alguien me devuelve la llamada y todo mi cuerpo se estremece. ¿Serán ellos? ¿Y si fuera ella?¿Qué puedo decirle que ya no haya escuchado en cada suspiro de desesperanza que emito cada noche...? Y sin embargo quiero escuchar su voz nuevamente. Quiero que sea ella... Pero no atiendo... Aún guardo las recetas del oftalmólogo para sus anteojos que siguen pegadas con un imán en la heladera. El cepillo de dientes eléctrico. Sus pantuflas. Su camisón. Sigo usando la ropa que ella me eligió y si tengo que comprar lo hago pensando en sus gustos. Todo permanece en su lugar aguardando un regreso que no ocurrirá. Todos los días dejo caer un par de gotas de su perfume favorito sobre la almohada para crear en mi mente la ilusión que ella se ha levantado temprano y partió sin despertarme. Pero todo está por terminar. Ya no queda perfume... Compré otro para seguir manteniendo la ilusión pero su aroma no es el mismo. Quizás el frasco original llegó a conservar parte de su esencia volviéndolo irrepetible e inconfundible. Y me doy cuenta de otra cosa. Recuerdo nimiedades, palabras, gestos, ademanes insignificantes que ella realizó, pero empiezo a perder detalles de su rostro. No puedo precisar el color exacto de sus ojos, la forma de un lunar sobre su espalda, el olor de su cuerpo desnudo al salir de la ducha. Todo se está esfumando como mi amada cuando dejó el departamento tras una pelea estúpida y sin sentido como puede serlo la falta de café. Si yo no hubiera peleado con ella y no hubiera salido de casa para comprar ese bendito café no habría debido desviarse en la esquina y podría haberse desencontrado con el automóvil sin control que truncó su vida. Mil veces he deseado volver a ese momento para arrancarme la lengua. Para salir en su lugar y que fuera yo el destinatario del fortuito encontronazo. Pero no podría obligarla a sufrir como sufro yo cada segundo del día con su pérdida. Y ahora que intento recordar su rostro, noto que se está desdibujando en mi mente, que toma partes de otros rostros para armarlo como un rompecabezas incompleto. Noté que el mentón que tanto me gustaba es el de Graciela, una compañera de trabajo. Su peinado es el de una mujer que vi el otro día en la calle. Sus piernas son las de la cajera del supermercado. Se está transformando en una colección de jirones de imágenes. Como un espejo roto que intenta formar un solo reflejo. Comprendo que lo inevitable me está alcanzando. Pronto toda la magia que viví con ella desaparecerá para siempre. Como el perfume que usé para mantenerla viva y que se ha diluido en el aire. Y yo seré solo un cascarón repleto de dolor. Como un frasco vacío de perfume que ya no puede ofrecer mas que recuerdos de recuerdos de lo que fue y de lo que no volverá.
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