La Marejada
Publicado en Apr 01, 2014
LA MAREJADA
Lucrecia conoció a Adrián una fría tarde de un inusual febrero. Cuando lo vio por primera vez sintió en su cuerpo un cosquilleo perturbador y también agradable. Era un hombre sencillo, si bien no muy alto, de una estatura atrayente que armonizaba con su cuerpo trabajado a fuerza de labores relacionadas con su oficio y con su afición por el gimnasio. Los había presentado una pareja en común, Claudia y Román. Al verlo llegar olvidó todos los resquemores albergados por la cita a ciegas. Se recompuso en su asiento y acomodó sus cabellos enrulados. Luego leería que esa era una señal de interés y de seducción. No recordaba que habían hablado esa primera vez. Posiblemente de algún tema tonto que sirviera para romper el hielo. Adrián tenía una buena charla y escuchaba con atención también. En esa primera cita en el baño y acompañada por Claudia confesó que estaba muy interesada en el muchacho. Que le parecía muy agradable. Esa misma noche hicieron el amor y se entregó a él en cuerpo y alma. Luego él la acompañó hasta su casa y le prometió que la llamaría. La agonía de esperar su llamado fue indescriptible. Imaginó que él había querido estar con ella esa sola oportunidad, exprimirla de amor y de pasión y que no quería compromisos con una extraña. Sospechó que había sido demasiado fácil. Se culpó y se sintió miserable. Y luego imaginó que estaba trabajando, que no la llamaba porque no podía sustraerse a sus obligaciones. Aunque ella en su caso se habría hecho un momento para llamarlo. Pero era ella... Lo sospechó casado con hijos aunque Claudia le había asegurado que era un hombre libre y sin ataduras, amante de los perros y de las caminatas al aire libre. Pero eso era insuficiente para determinar el carácter de un desconocido. Le hubiera gustado arrepentirse de haber tenido sexo con él, pero era imposible. Él lo había pasado bien según se lo había dicho en el cobijo de la cama de hotel. ¿Pero acaso no le habían dicho eso antes en el pasado y luego la habían abandonado? Bien sabía lo poco que valían las promesas de cama... ¿Y si era gay? ¿Y si no le había gustado? Durante dos largos días Lucrecia sufrió por la ausencia de una llamada que nunca llegaba. Saltaba cuando su celular sonaba y se esperanzaba cuando era de un número desconocido. Y luego al darse cuenta de un error en la comunicación o de algún conocido que no tenía agendado se deprimía. Fue el miércoles a la mañana que atendió. La voz de Adrián la hizo saltar de la cama. Le preguntó si no la había importunado con su llamado tan temprano y ella fingió una calma chicha que su cuerpo habría desmentido. Que había querido llamarla desde el sábado, que había perdido el número, que Claudia se lo había pasado... ¡Gracias Claudia! Pensó para su interior. Adrián le rogó, al menos así lo quiso creer ella, que se viesen el jueves para ir a cenar. Lucrecia aceptó sin dar rodeos. No quería darle la oportunidad de arrepentirse. Se desearon un buen día y se despidieron con un beso virtual. ¡Había llamado! Había llamado por fin... Ahora solo quedaba aguardar al jueves por la noche... Dios, ¿por qué debía seguir esperando? Adrián le propuso irse a vivir juntos un lunes en la tarde. Llevaban dos años juntos viéndose casi a diario. Él había pasado muchos fines de semana en su casa y ella los días intermedios. Lucrecia lloró en su hombro al aceptar. Lo primero que hicieron fue comprar un perro, un labrador chocolate al que bautizaron Dick. Nunca había sido tan feliz de experimentar la convivencia. Para alguien independiente como ella, la situación era agradable. Era agradable volver del trabajo y hallar la comida hecha. Agradable era sentir un masaje en los pies un viernes en la noche mientras veían una película en el reproductor de dvd. Agradable era entrar al baño y hallar una nota escrita con lápiz labial en el espejo diciéndole que la amaba a pesar de haber arruinado uno de sus mejores labiales y del trabajo que costó limpiar el espejo. Agradable beber el caldo caliente en las noches de gripe preparado por sus manos amantes. Agradable caminar paseando a Dick mientras pateaban las hojas secas. Era feliz mas que nada, feliz como nunca había sido. Ella lo acompañó cuando al padre de Adrián le detectaron cáncer de garganta y fue su sostén cuando debió devolverlo a la tierra. Él la acompañó cuando le detectaron un pólipo en el útero que resultó ser inofensivo. Había esperado por ese hombre toda su vida y haberlo hallado finalmente la embargaba de emoción y de un montón de nuevas sensaciones que reconoció desconocidas. Una noche en la plaza donde siempre llevaba a Dick él le preguntó si ella había cambiado de parecer al respecto de tener un hijo. Lucrecia se había negado siempre a ello pues quería estar con alguien que supiese que podía ser no solo un buen padre sino un buen compañero. No era fácil traer un hijo a este mundo complicado y egoísta. Pero al compartir con Adrián su vida, su cama, su espíritu, supo también que si existía un hombre con quien tener un hijo, ese era él. Lo miró y le dijo entonces que a ella le gustaría tener un hijo a su lado. Adrián entonces negó con la cabeza y ella sintió un escozor en el estómago. ¿Se arrepentía? ¿Para qué había hecho la pregunta si no le gustaba la respuesta? Luego sacó un pequeño paquetito del bolsillo y tomándola de las manos le explicó que para eso antes tenía que dar otro paso. Y entonces lo dio. Le tomó la mano izquierda y deslizó en su anular un delicado anillo de oro con una pequeñísima piedra. Y le propuso casamiento. Lucrecia se contuvo para no romper en llanto. Dick la miró y creyó que estaba triste. Le lamió las manos y ella lo acarició. Luego besó a su futuro esposo y no necesitó decir mas nada. Solo se acurrucó entre sus brazos y permaneció callada acunada por el corazón del hombre que amaba y el sonido el mar que rompía en la distancia. Claudia la fundió en un abrazo interminable y lloró con ella. Estaba feliz por su amiga y feliz por ese paso tan crucial que había dado. Tantas veces la había visto desolada por un desengaño que ahora parecía más conmovida que Lucrecia Le pidió que le contara una y mil veces como se lo había pedido y cada vez que terminaba la volvía a abrazar. Le preguntó cuando sería la boda, si solo sería por civil o también irían a la iglesia, porque si era por iglesia ella iba a tener que comprar un vestido para la ocasión, tendría que ser un vestido especial pues iba a ser la dama de honor. ¡La dama de honor! ¡La testigo en el civil! Le ofreció hacerle un préstamo monetario si ellos no llegaban pues sabía que eso costaba mucha plata y había que tirar la casa por la ventana. ¿Y la luna de miel? Le podría arreglar algo en la agencia de viajes donde trabajaba. El señor García le podía ofrecer un precio ventajoso para un evento tan especial. ¿Y con Dick? Si necesitaba niñera ella podía cuidárselo mientras no estuvieran ¡Así que también habían planeado tener un hijo! ¡Y ella sería la madrina! ¡Que felicidad! ¡Que felicidad! Lucrecia permaneció dos semanas como flotando en un limbo agradable y sereno. Por primera vez todas las cosas de su vida iban tomando sentido y se iban acomodando según lo que alguna vez había deseado. Hacía mucho tiempo ella había soñado casarse, caminar de blanco por el pasillo de una iglesia, tener tres hijos, en lo posible una niña y dos varones, comprar una casa con patio y jardín, tener un perro, un gato y un canario, comprar un auto de cuatro puertas, tener un trabajo en el que pudiera desarrollarse como persona sirviendo a la comunidad toda. Cuando creía que todo eso era un deseo imposible había aparecido Adrián y todo empezaba a caer en su sitio. Tal vez el trabajo de contadora en una mega empresa estaba alejado de beneficiar a la comunidad, tal vez no tenía aún su propia casa, ni siquiera con patio y menos un jardín, aunque tenía un perro. Un hombre leal y amable a su lado la amaba y eso compensaba todas las cosas que faltaban. Todo era tan perfecto que le daba miedo... Faltaban dos semanas para el casamiento por civil. Ya había abandonado ese limbo apaciguador y una nerviosa sensación le recorría la espalda día tras día. Y empezaron las dudas. ¿Estaba haciendo lo correcto? ¿Acaso no se estaba precipitando con Adrián? ¿Quería realmente traer al mundo un hijo con él? Intentó buscar todos los ángulos posibles que le permitieran tener una excusa para cancelar todo. Volver a su vida anterior antes de conocer a Adrián. Aunque esa vida era como un oscuro callejón comparada con la luminosa pradera que vivía con él. ¿Acaso quería quedar embarazada, perder la silueta, sentir como sus pies se hinchaban hasta el punto de no poder usar zapatos? ¿Quería atarse a un hombre como Adrián que a veces dejaba la ropa interior mojada colgando de la canilla de la bañera? Al fin y al cabo ella también lo hacía pero ese había sido su departamento de siempre. ¿Quería atarse a un oficinista a pesar que era ordenado, atento, comprensivo, un buen amante y un gran conversador? ¿Su madre no le había dicho una vez cuando estaban charlando acerca de él con solo dos meses de salir juntos ‘’Si ese muchacho es tan bueno como decís, cuidate Lucrecia. Porque un día va a hacer algo malo y te va a romper el corazón’’? Y cuanto más se concentraba en lo malo que podía llegar a pasar, mas se convencía que quería hacerlo. Pero la aterraba quedarse sin excusas, llegar a un camino donde no hubiera nada que reprocharse y donde ya no tuviera más remedio que admitir que esa era la única salida. Claudia, siempre Claudia acudió en su rescate. Tuvieron una larga charla en la que ella le explicó que era muy común tener esos miedos antes de una decisión tan importante. Escuchó los mismos méritos que ella trataba de ocultar pero que en su boca sonaban aún más atractivos. ¿Tanto era el miedo que llegaba a paralizarla y a poner en duda todos los valores que ella y Adrián habían creado? Le dijo que se fijara en ella y en lo nerviosa que había estado antes de su casamiento con Román. Para sumar nerviosismo la suya había sido una boda interreligiosa por lo que habían tenido que lidiar con parientes escépticos, pesados, pesimistas que constantemente les decían a ambos que se equivocaban. Y allí estaban. Quizás no eran lo felices que alguna vez habían soñado, pero estaban juntos y eso era lo importante Lucrecia se abrazó a Claudia y le agradeció su presencia ahí como antes, como siempre. Se habían conocido en el primer año del colegio secundario cuando ambas integraban lo que entonces eran ‘’bandas rivales’’. Con el transcurrir del tiempo y superadas esas estúpidas diferencias se habían vuelto las amigas y confidentes mas grandes que el mundo había visto jamás. Lucrecia aspiró profundamente y trató de calmarse. Había hecho tres veces el balance y las tres veces el resultado había sido distinto. Era oficial. Estaba nerviosa por la cercanía de la boda y esos nervios por fin se estaban reflejando en su trabajo. Se acomodó los cabellos y tomó un vaso de agua. Volvió a las hojas frente a sí y se dijo que esta sería la última vez. Tenía que sacarse el casamiento de la cabeza y terminar ese estúpido balance para el estúpido informe para presentar ante el estúpido jefe. En realidad no pensaba eso. El señor Andrade era un hombre justo que valoraba el esfuerzo, pero a medida que la fecha se acercaba todo el mundo se le hacía insoportable. La agitación fuera de su oficina llamó su atención. Vio a la gente pasar a la carrera y se preguntó que era lo que estaba pasando. El griterío desde la calle se elevó hasta su ventana y hasta ella se asomó. ¿Acaso todos estaban nerviosos por su casamiento? pensó. La gente corría en todas direcciones. Salió de la oficina y vio que todos estaban observando el televisor encendido donde un presentador de noticias de aspecto sombrío intentaba comunicar algo. ¿Qué pasaba? ¿Que terrible noticia estaba sacudiendo la ciudad? ¿Acaso había habido un golpe de estado? ¿Había quebrado el sistema bancario nuevamente? Volvió al interior de la oficina y encendió la radio. Una voz entristecida y lúgubre la anotició. No supo qué, puesto que eso no importaba tanto como las consecuencias, si se trataba de un cometa, un meteorito, un asteroide, o que cosa, se estrellaría en cuestión de minutos en medio del océano. Se había anunciado una ola devastadora de mas de ciento cincuenta metros de altura que arrasaría las costas de todas las naciones costeras en aproximadamente tres o cuatro horas, luego una nube ocultaría el sol, y luego, posiblemente la nada. Lucrecia escuchó sin entender bien las palabras. Era una mujer inteligente e informada y sabía lo que era un tsunami, pero no caía en la cuenta de lo cercano que estaba el final. De lo cercano que se acercaba el destino a esa ciudad costera y hermosa que no vería jamás su boda. Fueron las palabras del locutor las que la trajeron a la realidad. ‘’A mi esposa y a mis hijos... voy a tratar de estar con ustedes... A los demás, si tienen algo en que creer, alguien que amen, este es el momento para estar juntos...’’ Lucrecia sintió entonces la sensación que había estado movilizando sus sentimientos de negación, de duda y de miedo. Ya no importaba nada. En su mente confundida y aterrada solo existía Adrián. Adrián. Adrián. No pensaba en su madre, ni en sus hermanos, tíos, primos, ahijados, sobrinos... ni siquiera en Claudia. Solo pensaba en Adrián. Empezó a buscar sus cosas, su cartera, las llaves de la casa, la identificación de la empresa, sin ella no podría volver al otro día y tendría que llenar un formulario en seguridad que... pero ¡en que pensaba! Tomó su celular y trató de llamarlo pero las líneas estaban congestionadas. Tuvo que contentarse con un mensaje de texto que debió enviar siete veces hasta que obtuvo la confirmación de la entrega. Agarró la cartera y su abrigo y trató de salir del edificio en medio de la muchedumbre que corría desesperada por sus vidas. La empujaron en todas direcciones y perdió un zapato en el tumulto. Adrián Adrián Se descalzó y empezó a correr. Fue nuevamente empujada y empujó a su vez. La separaban treinta cuadras de su casa. En el camino vio gente rompiendo vidrieras, volteando automóviles, transformados en una turba que destruía todo lo que alguna vez había sido de valor. Llegó con los pies lastimados por la carrera y subió hasta su piso en el ascensor. En el edificio no quedaba nadie. Solo quería estar con él, pasar sus últimos momentos a su lado. Buscó a Adrián en todo el departamento y no lo halló. El pobre Dick, completamente asustado le dio la bienvenida. ¿Qué le había ocurrido al que sería su esposo? ¿Por qué no había llegado? El edificio donde trabajaba quedaba mas cerca que aquel donde trabajaba ella por lo que debió haber llegado mucho antes. ¿Y si le había ocurrido algo? ¿Y si la muchedumbre lo había atacado y estaba lastimado? Tomó a Dick entre sus manos y trató de calmarlo. Tal vez el pobre animal se daba cuenta de su nerviosismo y eso lo alteraba aún más. Lucrecia se sentó en el sillón y por costumbre encendió el televisor. La mayoría de las señales habían cesado su transmisión. Solo estaban las de la emisora estatal que tomaba las imágenes de una estación extranjera en el cual mostraban al objeto acercándose amenazantemente. Luego, esta también cesó. La radio, luego la electricidad y el suministro de gas se interrumpieron. Todo lo que la civilización y el progreso habían traído se había evaporado en solo setenta y cinco minutos. Fuera, la turba fue pasando y quedó un silencio sepulcral. Lucrecia se asomó a la ventana y vio las calles desiertas y dijo que nada tenía que hacer en ese lugar. Se colocó un par de zapatillas y con Dick tomado con la correa bajó. En la mano llevaba el celular que aún poseía comunicación. Intentó entonces enviar un mensaje. Si Adrián poseía el suyo con él, sabría que lo esperaba en la misma plaza donde le había pedido matrimonio. El mensaje tuvo confirmación inmediata de llegada a su destinatario. Corrió por las calles abandonadas y llegó a la plaza. Estaba fantasmalmente desierta. Desde allí se veía el océano. Se sentó en el mismo banco donde alguna vez él le había realizado la propuesta y esperó. La angustia le atenazaba el corazón. Estaba segura que algo le había ocurrido. El no tardaba en contestar los mensajes, menos aún en responder un llamado. Si no lo hacía era porque algo le había ocurrido. Algo malo sin duda. Acarició a Dick quien parecía presentir un desastre y se enjugó el llanto del rostro. Volvió a tomar el celular y por enésima vez llamó a Adrián. Aguardó unos segundos y sintió la voz del otro lado de la línea. Recordó entonces aquella primera vez en que había aguardado su llamado luego de la primera cita y sintió que a pesar de tener poco tiempo, ese tiempo valía si estaba con él. Y sus sentimientos brotaron como una catarata. Le dijo que lo amaba, que lo esperaba en la plaza, que no importaba el fin del mundo, porque su mundo era él. Que solo quería pasar los últimos minutos con la persona que más amaba en su vida... Adrián permaneció en silencio y luego habló. ‘’Perdoname... perdoname pero no puedo hacerlo...’’ El celular enmudeció, Lucrecia dejó caer el teléfono y sintió como todo su mundo se quebraba en pedazos. Recordó las palabras de su madre y comenzó a llorar. Dick se sentó a su lado y trató de lamerle las manos como hacía cada vez que la veía mal. Y comprendió, en ese fatal y preciso momento que la realidad de su vida la enfrentaba en la muerte. Que había amado a un hombre y había apostado todo por él en esos instantes finales. Y dejó de tener miedo. Ya no valía la pena Sola, en medio de la plaza desierta comprendió que se había quedado abandonada en medio de la nada. Ni siquiera tuvo fuerzas para llamar a Claudia. Ni siquiera tuvo el deseo de huir cuando la ola barrió las lágrimas de su rostro, y la vida de su cuerpo.
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