La Mina
Publicado en Apr 09, 2014
Con martillo en mano golpeaba la dura y fría roca. Pum, pum, pum, craaack! Cayendo al suelo un brillo que apenas se alcanzaba a percibir con el fuego de la pequeña vela. Los días ya no los contaba. Las piernas ya no las sentía. El sudor caía como ríos de su frente. Su respirar tan profundo y lento que parecía estar muriendo lentamente. Pero nunca había estado tan vivo. Era peligroso estar adentrado a cientos de kilómetros en una peña. Pero este es su trabajo. Varios peligros había enfrentado al pasar los años. No era un experto pero tenía un sentido de orientación como ningún otro. Encorvado tomo en sus manos la piedra preciosa. A simple vista parecía Jaspe, pero al verla con detenimiento se dio cuenta que no había visto una piedra como aquella. Su cuerpo cubierto en sudor. Seguía respirando con aquella fuerza. La belleza de aquella piedra lo empezaba a envolver. Pensamiento tras pensamiento saturaban su imaginación. El silencio inundo la cueva. Con el pasar del tiempo su cuerpo se relajaba y el frio empezó a tocar sus huesos. Cobro la noción de su existencia y reacciono. Guardo aquella joya en su calzoncillo. Una ráfaga de viento entro apagando el fulgor de la vela. No era la primera vez que le pasaba. Tomo dos piedras y con fuerza las golpeo causando una chispa que cayó perfectamente en el algodón que había puesto en el suelo. Sin ningún temor a fallar. Sin la menor duda de cómo actuar. Años de experiencia lo hacían actuar sin pensar. Volvió a encender la vela. Con sus pies callosos empezó el camino de vuelta a la superficie de aquella oscura cueva. Tan solo una piedra llevaba consigo. Pero sabía que llevaba con el más que una piedra. Llevaba años de búsqueda. La había buscado por años, sin saber lo que realmente buscaba. En su afán perdió todo lo que una vez había tenido. Familia, casa, amigos, trabajo, y hasta su misma vida. Con cada paso de regreso a la superficie llegaban los recuerdos en forma de lágrimas. Caían sin parar. Se preguntaba así mismo si todo aquel sacrificio realmente lo valía. Se preguntaba así mismo si algún día entenderían. Los pasos caían sobre charcos de agua. El silencio se había convertido en su mejor amigo. Y la esperanza en su refugio. Sus pasos ya no volverían a retroceder. Había cavado tan profundo que ya no recordaba muchos lugares que volvía a recorrer. Cada pared tenía la marca de su martillo. Recuerda cada diamante, cada rubí, y cada esmeralda. Tantas había encontrado que ya no recuerda el conteo de cada una. Al paso del tiempo fue dejándolas todas atrás pues lo que tanto buscaba no encontraba. Todavía no alcanzaba a entender bien que fue lo que lo hizo desistir pero algo en él había cambiado. Ya no era el mismo. Balanceándose a si mismo encontró la soga por la cual había empezado su descenso, y suspendido empezaba a salir de la soledad.
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