La violinista de Flores
Publicado en Apr 26, 2014
La violinista de Flores
La gente esperaba a lo largo de la pared, parados uno al lado de otro entre unas escaleras. El subte se demora. Arriba, en la calle, un chorro de agua se filtra hasta golpearse en las vías. Estaba gris el cielo y el viento intenso todo lo exageraba. Pero aquí a bajo, sin embargo, se sentía la calidez de los cuerpos ante una espera insoportable. En la frescura de su belleza y sin miedo a parecer ridícula, una joven desenfunda un violín y comienza a tocar algo de Piazzola; triste como aquél día y tan profundo como el mar. Ahora, por fin descubrí cómo el arte logra recargar lo vulgar que esconde una pasión. La observaba, la disfrutaba, percibiendo que se divertía como un niño, moviendo con sus dedos y su brazo las delgadas cuerdas, que parecían soltarse en cualquier momento. Enseguida, se juntó a su alrededor una muchedumbre que se precipitaba a la derecha por otro pasillo que por cierto estaba bastante oscuro, mientras que ella subía la intensidad del sonido que más de uno quería callar. La estación empezaba a poblarse, algunos se quitaban los guantes como preparándose para empezar a aplaudir. De pronto, un señor importante apagó su celular; no quería interrumpirla y hasta se excusó con un gesto al que, de reojo, ella lo aceptó con timidez. Su figura estaba inmóvil, pero no así su cabeza, que acompañaba su inspirada música. Hasta un guarda se acercó, desde arriba, para ver quien era y cuando lo hizo, movió todo su cuerpo con abominables maniobras, imaginando quizás que ella tenía escrúpulos. A pesar de eso, la violinista de Flores seguía hablando el lenguaje de las notas. «¡Está hermosa como el sol!», exclamó un viejo con su voz finita y quebradiza y le soltó la mano a un niño que le dejó unas monedas sobre la funda recostada en el piso. Ella lo miró y le sonrió. Todos sonreímos al mismo tiempo. Entonces, disimuladamente, revisé en mis bolsillos, pero como de costumbre no tenía nada. Ni siquiera la vergüenza podía alejarme, ¡no podía!, no quería. Finalmente, el subte llegó a la estación. Lentamente, como si no quisiera hacer ruido. Pero nadie subió; incluso, el maquinista bajó de la formación, para escucharla también. El tiempo corría y a decir verdad, había mucho que perder si ella no paraba de tocar… Un rato después hubo un silencio. Todos subieron a los vagones y se sentaron mirando a un costado. Ella sintió latir fuertemente su corazón y su violín dejó paso al silencio. Sin haber tenido tiempo de avisarle llegaron los armados frente a las puertas que ya estaban cerradas.
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Gustavo Milione
Guillermo Capece
estupendo, acorde con lo que nos tenes acostumbrados; felicitaciones.
Sintonia fina: ojo la primera frase, senti que estaba medio trabada, oscura; lo demas me parecio OK.
saludos
Guillermo