Cualquier día de estos...
Publicado en Apr 30, 2014
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 Por Laura V. Gómez
—Entonces, si le describo alguna fantasía sexual ¿eso ayudará a identificar el umbral de mis problemas emocionales?
—Es un recurso que en la mayoría de los pacientes funciona.
Larissa se recostó en el sillón, con las manos puestas sobre su regazo, soltó un suspiró que sonó como la brisa de las cataratas al estrellarse contra las rocas, y sin mirar a los ojos al terapeuta, comenzó a narrar:
Hará unos dos meses que lo vi por primera vez, cruzando la puerta del edificio que se encuentra frente a mi oficina, me llamó la atención el contraste de su pelo completamente cano con su rostro maduro, mas no envejecido; su cuerpo recio, muy trabajado en la espalda y la facha de hombre rudo. No parece ser cordial, tampoco sonríe a nadie, pero cuando me topó con él juego a pensar que se derrite en el mismo fuego que yo. Esto sucedía casi todas las tardes al salir del trabajo. Repentinamente dejé de verlo durante dos semanas y cada día estaba más inquieta ante ese desencuentro, es… como si el solo hecho de mirarlo, aunque sea de lejos, me hiciera consciente de mi propia existencia, entonces en esos días dejé de existir y me comportaba como una autómata, además experimenté un vacío muy grande en el estómago y una constante sensación de incomodidad que hasta el momento no puedo definir. Después me enteré que la razón por la que no lo había visto es porque estaba en el hospital con una herida de bala en el hombro; es jefe de seguridad del edificio aquel, frente al trabajo, que siempre está lleno de políticos. Durante todo ese tiempo tuve problemas para dormir, me atormentaba la idea de no volver a verlo. Me llenaba de angustia aguardando, frente a la escotilla de mi oficina, su regreso que finalmente se produjo el día de ayer. Lo mire cuando llegó en su automóvil negro e impecable, él conducía...
¿Alguna vez le había dicho, doctor, que mirar a un hombre manejar es una de las cosas más sensuales y provocadoras que detonan mi fantasía?
—Nunca habías hablado de ello, pero tomaré nota para el expediente. Por favor continúa con tu relato.
…Bueno, lo miré estacionar el auto con ambas manos y antes de bajar se colocó un cabestrillo de color blanco, para sostener el hombro convaleciente. Esta vez llevaba puesto un traje azul marino y el pelo recién cortado, casi al ras, pero en un estilo muy moderno. Ya afuera del auto lo vi guardar su pistola en la parte baja de la espalda, oculta por su saco de muy buena hechura…
—¿Sabe doctor? los trajes de diseñador me derriten,  acabo de comprar dos sacos de hombre: un Zegna y otro Boss que impregné con un perfume remoto llamado Ego de Pacoma Paris, lo adquirí en un sitio virtual de artículos vintage por ochenta dólares, ese perfume me recuerda mi adolescencia. Por las noches me envuelvo en ambos sacos, desnuda, me masturbo y al llegar al clímax lloró pensando que así huele él, el jefe de seguridad, y una melancolía infinita me invade al recordar el hielo de sus ojos.
Estamos avanzando, Larissa, pero volvamos a la narración central de la sesión del día de hoy, tenemos tiempo, todavía nos queda media hora.
Por un momento tuve la sensación de que volteó hacia mi edificio y lo acarició con la mirada y ahí es donde comienza mi fantasía: Imagino que me levanto de mi escritorio y me acomodo el vestido, pero éste se encuentra tan pegado a mis nalgas que resulta como una segunda piel. Bajo la escalera, pendiente de que nadie vaya subiendo y pueda darse cuenta que no llevo bragas, ni siquiera las tangas minúsculas que acostumbro usar. Salgo del edificio y cruzo la calle un poco abochornada por llevar tan ceñida la ropa. Algunos hombres que caminan sobre la acera me miran con deseo y eso me hace perder la vergüenza. Entro al edificio decidida, e ignoro al vigilante que de por sí es nulo. Subo hasta el onceavo piso y lo encuentro en su oficina en mangas de camisa y hablando por varios teléfonos a la vez; dando órdenes, coordinando las payasadas de sus jefes, tomándose muy en serio su papel de guardián. No le digo nada porque hablarle sería inútil, a un hombre como él no le interesa lo que tiene que decir una mujer como yo. En cambio lo sujeto con fuerza del cabestrillo oprimiendo hasta que escucho un quejido y puedo al fin descubrir el color de su voz; una mancha roja pinta su camisa inmaculada y en ese momento su mirada de lobo alfa se transmuta en la de un animal manso y cuando está rendido a mí, entonces yo me rindo a él, me arrodillo con ceremonia, abro su bragueta y le hago el sexo oral, primero con una especie de libación y luego succiono tan fuerte como si me estuviera bebiendo su alma, como si en ese sorbo fuera capaz de poseerlo extensamente. Sólo hasta que termina me quito la ropa y dejo que me contemple de esa manera, siento su mirada detenerse en mis pechos que son abundantes, de pezón pequeño y rosado, con una aureola difuminada del color de las nueces tiernas. Empiezo a desnudarlo y encuentro resistencia, entonces le retiró con firmeza el vendaje y queda expuesta su carne herida, tiene un hilo de sangre que detengo con mi lengua, beso todo su cuerpo: las orejas, los párpados, el hueco de su axila  que me enardece, los brazos y el pecho que son la exaltación máxima de su hombría. Miro sus ojos y percibo las sombras que pasan por su mente, ese dilema que marca su deseo es como un aliento vital para mí. Toma mi cuello con violencia, me oprime, escudriña mis ojos, pero yo permanezco inamovible, le oculto la oleada de fuego que me impregna y con la que quisiera anegarlo, al fin y al cabo lo único que me interesa es poseerlo en ese instante y grabar en el libro de sus orígenes mi presencia. Qué me importa que no se acuerde de mí o que jamás vuelva a verlo, de todas formas habitaré en los sótanos de su mente, en su lascivia, en los deseos oscuros que lo acometan…
Poseída por el frenético relato de su fantasía con el jefe de seguridad, Larissa permanecía con los párpados cerrados y las manos entrelazadas sobre el pecho, no podía darse cuenta que en ese instante los ojos del doctor Garzón la contemplaban palpitantes de deseo; era una ninfa desnuda que coronada de flores levitaba, lo envolvía, se le metía entre los espacios de cada hueso con un dolor puntiagudo que atormentaba su entrepierna. Sólo tres sesiones habían sido suficientes para que la presencia de esa criatura inexplicable se quedara grabada en el libro de sus orígenes, para que habitara en su lascivia y se manifestara (todo el tiempo) en los oscuros deseos que lo acometían. 
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Foto del autor Laura Vegocco
Textos Publicados: 41
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Descripción

¿Qué tal si el sexo, el amor y toda las emociones humanas fueran sólo proyecciones unilaterales donde lo único real somos nosotros mismos y todo lo demás los deseos que refleja nuestra mente? La creación de nuestra realidad individual sucede con, sin y a pesar de sus protagonistas.

Palabras Clave: Fantasía dolor anhelo sadismo sensualidad platónico

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Relatos



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