MISIN CUMPLIDA
Publicado en May 09, 2014
M I s I ó n C u m p l I d a Gervasia, dormitando en su mecedora, tal como lo hacen todos los ancianos, sonríe a sus recuerdos. Está soñando. Y como casi siempre, sus sueños son felices. En realidad, estos son los únicos momentos felices que aún le quedan en su vida. ¡Sus sueños! Siempre sueña con sus niños. Aunque realmente no son sus niños. Ella nunca tuvo niños propios. ¡Nunca! Pero tampoco nunca los extrañó. Le bastaban sus niños prestados. Sus alumnos. Sus muy queridos alumnos, a quienes dedicó toda su vida y que tanta alegría y tantas satisfacciones le habían brindado. Si. Gervasia había sido maestra. Maestra de escuela. Allá lejos, en un pequeño pueblo de los Andes, San P----, tan pequeño que no había nunca tenido escuela, ni medicatura ni nada. Un caserío, en realidad. Y ella sola, recién llegada con sus padres, cuando aún no había cumplido los veinte años, se las había ingeniado para conseguir el permiso del Jefe Civil, la máxima autoridad del lugar, para comenzar a enseñar las primeras letras a los niños del pueblo que ya en edad escolar algunos y otros mas bien demasiado crecidos, andaban realengos, perdiendo el tiempo e inventando travesuras, cuando sus padres no los ocupaban en tareas de hombres, impropias para ellos. Cuando le había hablado al Señor Martinez, el Jefe Civil, sobre sus planes, este, mirándola especulativamente con una sonrisa condescendiente, le había preguntado: -Y usted cree, muchachita, que con ese tamañito y esa carita va a poder meter en cintura a todos esos zánganos? – - No señor.- contestó ella muy digna - Ni con este tamañito ni con esta carita. Solo con mucho amor y mucha dedicación, que es lo que les voy a dar – - Bueno, si usted lo crees así, por mi está bien – contestó el Sr. Martinez, algo impresionado por la seguridad en su misma que manifestaba la joven – Puede intentarlo. Pero, ha pensado ya donde va a dar las clases? Aquí no hay casa para escuela ni nada que se le parezca – - Por eso no se preocupe, Sr. Martinez. Ya eso está arreglado. Hablé con papá y está de acuerdo en que de mis clases en el corredor lateral de nuestra casa – - Ah, eso está muy bien. Así no tendrá motivo para molestarme para que le busque un lugar. Entonces, está bien muchachita. Comience sus clases cuando quiera…- Y así, con la ayuda de sus padres pero con su sola voluntad juvenil, Gervasia comenzó su escuela para enseñar las primeras letras al grupo de muchachos de diferentes edades, muy tremendos y poco acostumbrados a la disciplina, pero muy inteligentes y hambrientos de conocimientos, que abundaban en el pueblo. No es que Gervasia fuese Maestra titulada. No. Nunca había estudiado mucho ya que no era costumbre por esos predios el que las mujeres estudiasen. Solo que, como había sido hija única, su madre se había preocupado de enseñarle a leer y a escribir cuando aún era muy pequeña. Y sintiendo gran interés por aprender había molestado siempre a la Maestra del pueblo donde había transcurrido su infancia, haciéndole preguntas e interrogándola sobre todo lo que se le ocurría, hasta que esta, tomándole cariño y admirada del deseo que mostraba Gervasia por todo lo que fuese conocimiento, le había enseñado durante sus días libres todo lo necesario para que, si tenía suerte años después, intentase presentar el examen necesario para ser admitida como Maestra, y así se dedicase ella también a la enseñanza. Gervasia nunca tuvo esa oportunidad. Pero le quedó en el alma una gran admiración y un agradecimiento eterno por aquella mujer que representaba todo lo bueno y generoso. Así que cuando su padre compró, años después, una pequeña tienda de abarrotes en San P----, al cual se mudaron y al constatar que este no tenía escuela y que los niños estaban completamente desasistidos en su educación, había tomado la decisión de hacer por ellos lo que aquella Maestra, generosa había hecho por ella misma. De esta manera comenzó Gervasia su labor, misión a la que consagraría todo el resto de su vida: Fundar su escuelita y enseñar a los niños que lo necesitaran. Seis fueron los primeros alumnos. Seis varones de distintas edades y de muy diferentes personalidades. Seis cabezas ansiosas de conocimientos y plenas de curiosidad. Estaba Francisco Antonio, de nueve años y medio; Ramón, con casi once, un poco perezoso pero de muy buenos sentimientos; Medardo, su hermanito, de tres, muy pequeño aún para estudiar pero a quien el traía a la escuela diariamente con la autorización de Gervasia, por no haber nadie mas en su casa para cuidarlo. Y Jesús, Gustavo y Alejandro, de ocho, siete y diez años respectivamente. Juntos formaban un grupo heterogeneo pero maleable y que se daba a querer. Estos constituyeron el primer grupo, pequeño, ya que muchas de las familias campesinas de la zona se negaban a que sus hijos asistiesen a la escuela, excusándose tras la necesidad que tenían de ellos para que ayudasen en las labores tanto del campo como de la casa o para cuidar a sus hermanos menores. Pero esos primeros años, logró sacar adelante a ese pequeño grupo, adicionándoles los otros niños que año tras año fueron arribando a la edad escolar. Primero Gervasia les enseñó a leer y escribir correctamente. Luego, las operaciones básicas de aritmética y los conocimientos generales de Geografía e Historia de Venezuela, para que aprendiesen a conocer y a querer a su país. Y en combinación con el Padre Juan, párroco del pueblo, la Historia Sagrada y el Catecismo Básico, para prepararlos para la Primera Comunión. Así poco a poco Gervasia les fue enseñando todo lo que ella sabía. Algunos alumnos al aprender a defenderse con las operaciones básicas de aritmética y las primeras letras, fueron retirados por sus padres, aduciendo que los necesitaban para las labores de sus granjas. Pero Francisco Antonio, Ramón, su hermanito Medardo y Alejandro continuaron asistiendo año tras año a las clases hasta que llegó el día en que ella les tuvo que decir que ya no tenía nada mas que enseñarles. Entonces, habló con los padres y los incitó para que hiciesen el esfuerzo de enviarlos a la capital del Estado a continuar sus estudios de Bachillerato, tras presentar y aprobar el examen estatal de sexto grado. Los Mejía, padres de Ramón y Medardo no pudieron aceptar la sugerencia por las dificultades económicas que estaban pasando. Pero los de Francisco Antonio y Alejandro si aceptaron entusiasmados. De manera que Gervasia se puso de una vez en contacto telegráfico con las autoridades estatales para informarse cuando se realizarían los próximos exámenes anuales de costumbre y para conocer los requisitos necesarios para inscribir a “sus” muchachos para ese mismo año. Y tras todas las diligencias cumplidas, se dedicó, mientras esperaban la llegada de la fecha del examen, a ayudarlos a repasar los puntos mas importantes de las materias, para que, al momento de rendir la importante prueba, fuesen motivo de orgullo para sus padres, para el pueblo y para ella misma. Tiempo después llegó el telegrama con la fecha del examen. Y allá se fueron los dos muchachos entusiasmados y seguros de su éxito. Mas tarde recibió Gervasia una comunicación de que sus estudiantes habían salido muy bien en el examen y que ya estaban inscritos en el Liceo. Y además, el Presidente del Estado impresionado favorablemente por la buena preparación de los dos jóvenes de San P---- quienes fueron los que habían sacado las mejores notas entre todos los estudiantes llegados de los diversos pueblos del Estado, les había concedido una beca suficiente para sufragar sus gastos durante los cinco años que durarían sus estudios de Bachillerato. Cuando Francisco Antonio y Alejandro regresaron ese fin de semana, su llegada fue motivo de júbilo para todos los habitantes de San P----, siendo felicitados y agasajados por todos. Luego, dos meses después, cuando les llegó el momento de trasladarse definitivamente a la capital del Estado, fueron despedidos entre lágrimas y risas por sus familiares y amigos, y especialmente por su maestra, la señorita Gervasia, quien, después de tantos años pasados en tan estrecho contacto con los muchachos, los sentía casi como hijos. Y ya, antes de su marcha, los extrañaba. Poco supo después de ellos. Al principio le enviaron cariñosas carticas, contándole sus impresiones sobre la ciudad y el Liceo. Mas tarde, las noticias las recibía por medio de los padres, quienes, agradecidos, se acercaban de vez en cuando hasta la escuela a comentarle las nuevas que enviaban los muchachos, en sus esporádicas comunicaciones. Pero, no importaba. Gervasia guardaba en un lugar muy especial de su corazón el recuerdo de estos dos jóvenes que encarnaban sus primeros triunfos como Maestra de escuela. Y siguió adelante con la tarea que voluntariamente se había impuesto, acogiendo en su escuelita a los niños que iban arribando a la edad escolar. Cuando se dio cuenta ya tenía cuatro grados en función, atendidos por ella sola en dos turnos diarios. Mas un Kinder para los mas pequeñitos para los mas pequeñitos, para atender el cual había preparado a Rosita, hija de unos amigos de sus padres fallecidos prematuramente y a quien ellos habían recogido en su hogar como una hija mas y por quien sentía un cariño muy especial. Así fue transcurriendo la vida para la señorita Gervasia. Nunca pensó en casarse. No era fácil para una muchacha, en esa época y en esos pequeños y aislados pueblos, conocer hombres casaderos. Y en el caso de ella, menos aún, pues no estaba realmente interesada en conocerlos. No sentía deseo alguno de casarse, tener un hogar y formar una familia. No. En su vida solo había habido un objetivo. Ser Maestra. Y eso ya lo había logrado. Su único deseo era dedicarse por entero a “sus” niños. A “sus niños prestados”. Y habiéndolo conseguido se sentía completamente feliz. Después de la partida triunfal de sus dos alumnos y del reconocimiento que a su labor había hecho público el Presidente del Estado, el señor Martinez, el Jefe Civil había decidido otorgarle para el funcionamiento de su escuela una casa situada en la esquina norte de la plaza, casa grande, cómoda, con amplios corredores y un hermoso patio central. Gervasia, sintiéndose inmensamente feliz se dedicó a la tarea de recabar ayuda entre los mismos habitantes del pueblo, para acondicionarla debidamente y lograr así que al año siguiente sus alumnos disfrutasen, por primera vez, de las comodidades a las que tenían derecho. Así fue pasando la vida. Años después, cuando ya Gervasia tenia mas de cuarenta y su escuelita mas de veinte, recibió un día una comunicación de la Dirección Regional de Educación, notificándole que recibiría la visita de un Inspector enviado por el Ministerio, esperando que ella le brindase toda la colaboración necesaria para realizar su labor. A Gervasia esto no le gustó mucho. En todos estos años, el Ministerio nunca había enviado a nadie. Se había portado siempre como si San P---- no existiese y lo único que hacían por ellos era examinar a los alumnos que ella les remitía todos los años y aceptarlos en el Liceo, si aprobaban la prueba. Y ahora, de pronto, enviaban un Inspector… A la semana siguiente llegó la persona anunciada. Un hombre de unos cuarenta y cinco años, obeso, sudoroso, de muy mal genio y molesto por las incomodidades inherentes a “los viajes por estos pueblos dejados de las manos de Dios”. Pasó una semana en San P---, hospedado en casa del señor Martinez, y asistió todos los días a la escuelita, presenciando las clases, conversando con los alumnos y entrevistándose con los padres de estos. Luego, se despidió cordialmente, sin informar a Gervasia ni a nadie sobre las recomendaciones que haría en la Dirección Regional de Educación, por lo cual todos quedaron muy preocupados, especialmente la señorita Gervasia. Pocas semanas se enteraron todos de cuales habían sido estas recomendaciones. Le llegó a Gervasia una nueva comunicación oficial, esta vez directamente del Ministerio, participándole que para el año siguiente llegaría al pueblo una Maestra titulada, que se haría cargo inmediatamente de la dirección de la escuela y de las clases superiores, acompañada de otra maestra que tendría a su cargo el segundo, tercero y cuarto grado. Pensaban las autoridades que así aliviarían la carga que pesaba sobre la actual maestra, quien quedaría de esta forma encargada solamente del primer grado y de la supervisión del kinder. En la comunicación se le agradecía a la señorita Gervasia su iniciativa y su labor de tantos años en pro de la educación de los niños de San P---- y se le suplicaba su colaboración para con el personal entrante, para así lograr entre todos, decía, dotar al pueblo de una escuela primaria de primer orden. Gervasia, al leer la comunicación quedó anonadada. Se sintió totalmente desplazada. Acabada. Como algo inútil, innecesario. Como un trasto viejo que ya no sirve y se desecha. Su escuela. Su ilusión y su esfuerzo de tantos años, ya no sería mas de ella. Ahora vendrían unos extraños a ocupar su puesto, y serían ellos los que tomarían, de ahora en adelante, las decisiones. Pero, se sentía dividida. Porque, en principio se alegraba de que al fin, después de tantos años de lucha solitaria, el Gobierno Nacional, por medio del Ministerio de Educación se hubiese recordado de este aislado pueblo y hubiese decidido dotarlo, para el bien de su población infantil, de una Primaria “como debe ser” con la supervisión y el reconocimiento de las autoridades competentes. Pero, al mismo tiempo sentía un desgarrón interior causado por el dolor que sentía al ser apartada, elegantemente, pero apartada a un lado, en lo concerniente a la dirección y administración de “su” escuela. ¡Su escuela! Ya no sería nunca mas “su escuela”. A partir de ese momento sería una mas de las muchas escuelas que pululaban, gracias a Dios, por el país, adscritas al Ministerio de Educación, y en las cuales, aunque se ha ganado en comodidad, tecnología y recursos físicos y pedagógicos, se ha perdido en mucho la estrecha relación personal existente antes entre el maestro, el alumno y los padres de estos, que tan buenos resultados daban en lo referente a educación humanitaria y desarrollo psíquico de los niños. Si, pensaba. Se ganará mucho, pero también se perderán cosas valiosas que no volverán. Y en esta nueva escuela ella sería una mas entre las maestras, quizás la de menor importancia… Pero, se regañó “in mentis,” debería estar feliz por los niños, por el pueblo y en realidad, por todo el país. Ese era el desarrollo nacional. Y eso era, en realidad, lo que importaba. Sola, en su habitación, en la casa que había heredado de sus padres, Gervasia lloraba quedamente, sin saber si era de felicidad o de dolor y desilusión. Meses después, a la llegada de la nueva maestra- directora, la señorita Amanda, y su compañera la señorita María, comenzaron los cambios esperados. Se doraron los salones de pizarrones, mapas y útiles escolares de todo tipo. Se decidió por orden del Ministerio aceptar niñas, lo que trajo como consecuencia la construcción de nuevas instalaciones sanitarias. Además, la administración pública adquirió unos terrenos vecinos a la escuela y se construyó una cancha para deportes y gimnasia y se modernizaron las oficinas administrativas, acondicionándose también un salón para que sirviese de lugar de descanso y reunión de los maestros. De esta forma, la antigua escuelita de la señorita Gervasia se convirtió en un instituto educacional que llenaba todos los requisitos exigidos por las técnicas modernas de la educación. Y Gervasia, contemplando todo, pensaba nostálgica en lo bien que le hubiese caído esta ayuda del gobierno, cuando, años atrás, ella había decidido fundar su escuelita en los corredores de su casa paterna. Pero Gervasia pronto se adaptó a su nueva situación. Además, nadie fue desatento o indelicado con ella. La señorita Amanda la trató siempre con respeto y mucha consideración. Había hecho al llegar, un informe muy halagador para Gervasia, sobre la situación de la escuela, de tal forma que había sido motivo de una carta de felicitación y reconocimiento que el jefe de la Dirección Regional de Educación le había enviado y que ella conservaba como un tesoro. El tiempo siguió corriendo inexorable hacia la vejez de la señorita Gervasia. Ya tiene mas de cincuenta años y aunque aún sigue atendiendo el primer grado, ya no supervisa el kinder, pues este ya tiene dos maestras que se encargan, a tiempo completo, de los mas pequeños. La directora, su amiga, la señorita Amanda ya le ha hablado de la posibilidad de jubilarla, pues ya alcanza la edad prevista por la ley. Pero, ella no quiere. ¿Qué haría ella si se jubila? ¿En que emplearía el tiempo? No tiene familia. No sabe hacer nada mas. Solo educar niños. Solo eso tiene. Sus niños. Si le quitan sus niños, ¿qué será de ella? La directora entiende. Y acepta retrazar por un tiempo mas la temida jubilación. Pero Gervasia es un gran problema para ella. Está pasada de moda. Nunca se había preparado, realmente, para ser maestra. Todo en ella ha sido y es improvisado, ya que, por su falta de título nunca pudo ser escogida para los cursos de actualización que ha dictado, durante los últimos años, el Ministerio, por lo tanto, sus conocimientos y técnicas son completamente elementales. Ya no se la considera preparada ni para atender a los mas pequeños. Por esto, el Ministerio le había enviado varias veces ya los papeles de su retiro. Pero Amanda ha logrado postergar su decisión, en consideración a sus deseos. Pero sabe que no lo podrá hacer por mucho tiempo mas. Pronto tendrá que sacarla de la nómina de maestros activos y la única solución sería contratarla como personal auxiliar. Pero entonces, con el sueldo que devengaría no tendría suficiente para subsistir decentemente ni para mantener los gastos de su vieja casa. Ahora, además, vive sola. Rosita se ha casado con un vendedor viajero que desde hacía tiempo visitaba el pueblo en sus labores de colocar su mercancía. Y malagradecida, como casi todas las personas felices, jamás ha vuelto a recordar a la anciana solitaria que, hace mucho tiempo, la recogió y le brindó un hogar y su cariño, cuando la fatalidad la dejó huérfana y desamparada. Jamás había regresado al pueblo ni se había preocupado por la vida de su antigua benefactora. Gervasia conoce el problema en que ha colocado a la señorita Amanda, pero no sabe que puede hacer para ayudar a solucionarlo. Para empeorar la situación, la enfermedad ha atacado su pobre cuerpo envejecido. Desde hace ya varios años viene padeciendo leves ataques de artritis, pero últimamente esta se ha convertido en un grave problema que a veces le impide hasta el caminar, dejándola indefensa y confinada por varios días a la cama. . Y su vista, esa pobre vista que ha desgastado corrigiendo los trabajos de sus alumnos, le está fallando también, estando ya en peligro, si no se cuida convenientemente, de perderla definitivamente. Ella está consciente de todos esos problemas pero no tiene la menor idea de cómo solucionarlos. Sabe que la venta de su casa le proporcionaría un pequeño capital que le aseguraría una vida cómoda y digna durante sus últimos años. Pero en el mal estado de salud en el que se encuentra, no puede ni pensar en seguir viviendo sola. Y tampoco puede afrontar el gasto de contratar una persona para que la cuide. Así que, desesperada, se debate en indecisiones, sin conseguir solución a sus problemas. Dos años mas tarde la señorita Amanda se ve obligada a tomar una decisión definitiva. La artritis de Gervasia la ha imposibilitado de tal forma que ya no puede caminar sola, así que ya no hay manera de que continúe trabajando. Amanda, impulsada por el gran aprecio que siente por la vieja maestra ha realizado un sinnúmero de averiguaciones, tanto en la capital del Estado como en Caracas y en el en el Ministerio, para tratar de encontrar una solución viable para la señorita Gervasia. Por medio de estas diligencias le ha encontrado cupo en una Residencia para Ancianos, en la ciudad de Caracas, que le ha sido muy bien recomendado. Es una institución muy bien atendida por un personal idóneo, ayudado y asesorado por un grupo de Médicos especializados en Geriatría, quienes se encargan de vigilar la salud de los residentes; contando además la institución con todas las comodidades necesarias para hacer mas fácil la vida de los ancianos que allí residen. Gervasia tendrá que trasladarse por sus propios medios hasta dicho instituto, pero Amanda ha conseguido que una vieja amiga suya la espere en el aeropuerto de Maiquetía y la acompañe hasta su destino en la Urbanización San Bernardino de la Capital. Ante este hecho cumplido, Gervasia acepta la proposición de la señorita Amanda y ayudada por sus amigos procede a la venta de la casa y a la preparación de su próximo traslado. Llegado el momento y luego de las tristes y llorosas despedidas y tras largas horas de fatigoso viaje, llega, completamente agotada, a Maiquetía, donde la espera la amiga de la señorita Amanda, quien, amable y cariñosa la recibe y la lleva, en su propio auto, al lugar de la residencia, que será, a partir de ese día, su nuevo hogar. Un año después encontramos a Gervasia ya acostumbrada a su nueva forma de vida. Al principio le costó mucho adaptarse a esta vida de comunidad, extraña totalmente a ella. La primera mala impresión la recibió cuando al llegar se enteró de que tenía que compartir el dormitorio con otras tres ancianas. Esto para ella, que desde la muerte de sus padres había vivido completamente sola, sin compartir nunca su intimidad, fue casi un shock. Ella valoraba mucho su privacidad y sufría al tener que compartirla con personas completamente extrañas. Cuando planteó este problema a la directora de la Residencia, se enteró que allí no había habitaciones particulares, tanto por falta de espacio físico como por el interés de la dirección y los médicos que los asesoraban de que los ancianos establecieran relaciones interpersonales con sus compañeros, que suplieran la familiares que habían perdido. Así que tuvo que conformarse. Y resignarse a tener como único espacio verdaderamente privado, su armario, el que mantenía cerrado con llave para prevenir la curiosidad de sus compañeras de habitación. Pero, como todos los residentes y el personal de la Institución la trataron siempre con gran bondad, cariño y generosidad, Gervasia aprendió muy pronto a tolerar y a superar estos pequeños inconvenientes. Pronto estableció relaciones de amistad y compañerismo con los ancianos que compartían su vida y su destino. A poco de llegar, ante su imposibilidad de caminar, le fue adjudicada una silla de ruedas para su uso exclusivo. Y también fue sometida a un completo examen de salud por los médicos del Instituto, quienes de inmediato la pusieron bajo tratamiento para aliviar en lo posible, las molestias, los dolores y las limitaciones inherentes a su condición , ya que por su edad y su estado físico, era muy poco lo que podían hacer por ella. Del pueblo tuvo muy pocas noticias. Al principio recibió algunas cartas de sus mas íntimos amigos, pero, como siempre pasa, estas se fueron espaciando hasta que al final solo recibía algunas de la señorita Amanda, quien siempre la recordaba cariñosamente. Así fueron pasando los últimos años de la vida de la señorita Gervasia, rodeada de sus compañeros de infortunio. Seres a quienes el mudo ha olvidado y cuyas ocupaciones y trabajos los desgastaron de tal forma que, no pudiendo ya valerse por si mismos, han tenido que refugiarse en esos asilos que son un paliativo para sus males pero que nunca podrán suplir el calor y el amor de un verdadero hogar y de una familia propia. Y allí, aletargados y rodeados de extraños, esperan la muerte. Pero un día llega al asilo un grupo de periodistas enviados por un canal de televisión, con el encargo de realizar un reportaje de corte humano, sobre este tipo de instituciones. Tratan de conmover la opinión pública y así, además de llamar la atención sobre esta problemática social, ganar puntos para el “raiting.” Entre los residentes que contemplan embobados el despliegue de equipos y personas junto a la conmoción causada, está Gervasia, quien, desde una esquina estratégica del salón, disfruta encantada con la novedad. Ella, que generalmente languidece en su silla, sin poder disfrutar apenas de las bellezas de la naturaleza o del entretenimiento de algún buen libro, pues su vista está cada día mas debilitada, aprovecha fascinada esta sorpresiva distracción. Y en cuanto se acercan a ella los periodistas, les sonríe animosa y le contesta sus preguntas con su simpatía y humor característicos. Cuando la interrogan sobre su vida pasada, comienza a contarle sobre los sueños de ser maestra de esuela que prendieron en ella en su lejana juventud, en cómo consiguió convertirlos en realidad, y les habla sobre sus niños y las grandes alegrías y satisfacciones que estos le depararon. Y, como siempre que habla de este tema, Gervasia emocionada, se explaya extensamente y encuentra difícil para de hablar. Y también, como siempre, sus compañeras la embroman, burlándose cariñosamente de ella: -¡Calla ya, mujer! – le dicen – Ya debes tener aburrido al joven con tanta cháchara sobre “tus niños prestados”….Deja que entreviste a los demás…- Y tras las bromas y las risas, el joven periodista, conmovido ante esta simpática y dulce anciana, se despide cariñosamente, no sin antes asegurarle: - Fue un placer haberla conocido, señorita Gervasia. Y, no haga caso de las bromas…..!no me he aburrido, en absoluto…- Y ella, feliz por haber podido disfrutar de ese momento tan especial, que la ha apartado del marasmo de la rutina diaria, se adormece, como siempre, en su silla, con una leve sonrisa en sus labios, soñando, como siempre, en su juventud y en sus “niños prestados” Al día siguiente, en la casa mas representativa del país, La Casona, el Presidente, Francisco Antonio Suarez observa las noticias de la televisión, mientras, disfruta de una cena íntima, rodeado de su familia. Desde que recién casado, decidió dedicarse a la política, ha procurado disponer, entre sus múltiples, importantes e ineludibles obligaciones oficiales, de unos cuantos minutos al día, bien sea al comienzo del día durante el desayudo, o en la cena, al final de este, para disfrutarlos en compañía de su familia. Y mientras, aprovecha para enterarse de los acontecimientos del día en los reportajes de la televisión, palpando así la opinión nacional. En estos momentos, mientras cena con su mujer y sus hijos, están transmitiendo el programa filmado en el asilo, y se puede apreciar en la pantalla el rostro dulce y maltratado por el tiempo de la señorita Gervasia cuando era entrevistada por el joven periodista. El Presidente pone de inmediato mucha atención a lo que están diciendo, ya que ese rostro marchito le trae cierto recuerdo estremecedor. Al momento, siente como lo embarga una gran emoción, que trata de comunicar rápidamente a su familia. Y volviéndose hacia ellos, dice: -¡ Muchachos! ¡ Mercedes!..... ¡Atiendan, por favor! – y señalando la pantalla del televisor, añade – Miren, si no estoy equivocado, esa ancianita fue mi primera maestra allá en San P---- . ¡La maestra de la que tanto les he hablado… la señorita Gervasia….! - ¿Tu maestra, Francisco? ‘Estás seguro? – pregunta Mercedes, interesada. - No. Seguro no, Mercedes. Pero… ¡tiene que ser! No puede haber muchas “Gervasia” Que hayan sido maestras en los Andes cuando yo era niño, ¿no te parece? - Pues, si, tienes razón. Pero sigamos escuchando para ver si dicen algo que nos confirme lo que sospechas…- Y al prestar todos atención, escuchan claramente como Gervasia, con su temblorosa voz de anciana cuenta como, cuando ella llegó junto a sus padres a San P…., en el estado Trujillo………- - ¡Si es ella, Mercedes! ¡Es ella!- Exclama emocionado el Presidente – Y mira, que envejecida está…debe tener cerca de los ochenta años…! Y en un asilo aquí en Caracas….! ¡Pobre señorita Gervasia…! De inmediato y conmovido hasta las últimas fibras de su ser, el Presidente Suarez llama a su secretario y le pide que organice para lo mas pronto posible una visita presidencial a esa institución, con la mayor cantidad de personeros del gobierno y toda la prensa en pleno. En su mente ha nacido la idea de hacer un merecido homenaje a esa dulce anciana, ya que el sabe dentro de su corazón, y así se lo ha dicho siempre a su familia, que si no hubiese sido por la tenacidad y el amor a los niños, de esa, joven en aquellos tiempos, mujer, el nunca hubiera salido de su pueblo y no habría llegado jamás a ocupar el puesto que ahora ocupaba. El de Presidente de la República. Dos semanas después, tal lo planificado, llega el momento de la visita Presidencial al asilo. ¡Todo está revuelto allí! Los ancianos, emocionados. ¡Figúrense! - se dicen unos a otros – Nunca había pasado nada así!. Quizás el presidente se interese en verdad, por ellos y los ayude a solucionar la miríada de pequeños problemas que incomodan sus vidas! – Y todos esperan ilusionados. Todos arreglados de “punta en blanco”, tanto los ancianos como el personal administrativo, médico, auxiliar y doméstico. Todos reunidos en el gran salón, que brilla de limpieza, adornado con flores y plantas del jardín. Todos esperan la llegada del Presidente. Gervasia, como todos los demás, muy bien vestida y perfumada, espera sentada en su silla de ruedas. Y mientras espera, dormita a ratos, soñando como siempre con sus niños. De vez en cuando, cuando despierta, une sus sueños con su conversación y entre su charla comenta con sus compañeros sobre la coincidencia de que cuando ella tuvo su escuelita allá en San P----, uno de sus primeros alumnos se llamaba igual que este Presidente, Francisco Antonio…. -Y, ahora, Gervasia, vas a decir que tuviste un alumno que se llamaba como el Presidente? … Pero, nunca antes dijiste nada así… debes estar inventándolo ahora por lo de la visita – comenta una amiga, maliciosa… - ¡Claro que se los había dicho! Lo que pasa es que ustedes nunca me oyen ni me creen. Y no es que diga que es la misma persona. No. No conozco su apellido y tampoco recuerdo el de mis alumnos… ¡hace ya tanto tiempo y fueron tantos! Pero los nombres, si. Sobretodo de los primeros grupos. Esos nunca se me olvidan….- Y vuelve a comenzar a enumerarlos y a recordar sus historias…. ante la sonrisa benévola de sus compañeros. A la hora señalada llega puntual, la comitiva presidencial. Se bajan todos al mismo tiempo de los diversos vehículos. El Presidente, rodeado por sus edecanes, ministros y el personal de seguridad. Y tras ellos, bulliciosos y apresurados como siempre, la prensa, buscando como siempre, el mejor ángulo para sus fotos y videos. Luego de ser presentado con el cuerpo administrativo y médico del Instituto, el Presidente manifiesta su deseo de recorrer las instalaciones y conversar con algunos de los residentes. Tras el corto recorrido comienza a conversar con algunos de los ancianos que están mas cercanos, averiguando cariñosamente sobre su estado de salud y sus opiniones acerca del funcionamiento de la Residencia e interesándose en las cosas que puede mejorar para hacer sus vidas mas agradables, y mientras lo hace, busca insistente con la mirada hasta encontrar a la ancianita que, hace ya tantos años fue su primera maestra. Gervasia está un poco apartada y algo enfurruñada pues nunca ha mentido y le molesta que pongan en duda sus palabras. Pero el Presidente se acerca a ella y luego de saludarla por su nombre, se sienta a su lado para dedicarle, a ella, especialmente, unos minutos. Ella, tímida y sonreída, le pregunta intrigada: - Conoce usted mi nombre?- - Si, claro, señorita Gervasia – contesta el Presidente, sonriendo cariñoso – Lo conozco desde hace muchos años. Y usted, no conoce el mío? – -Si señor. Lo conozco – asiente ella con un gesto de su ajado rostro – Y no se si usted sabrá, pero hace muchos años, cuando yo era maestra en un pueblito llamado San P----, tuve un alumno con su mismo nombre…- Entonces el, con una tierna sonrisa en su varonil rostro, le contestó: -Si, señorita Gervasia? Pues, mire lo que son las coincidencias. Figúrese que yo, cuando era muy niño, alla en San P----, en el Estado Trujillo, tuve una maestra a quien quise mucho, que se llamaba también Gervasia…- -Que tuvo usted una maestra en San P----, con mi nombre… entonces, - y mirándolo con asombro e incredulidad , continuó – entonces, usted es “mi” Francisco Antonio?- -Si, señorita Gervasia – contestó el Presidente, abrazándola cariñoso, causando la sensación que era de esperar entre todos los asistentes, especialmente entre el personal de la prensa, que los rodeaba, encantados con la noticia - ¿No me recuerda? Yo soy “su” Francisco Antonio, su alumno. Uno de los primeros que, hace ya tantos años, asistimos a su escuelita y usted enseñó e incentivó con amor y dedicación, para que llegáramos a alcanzar nuestros sueños - Y diciendo esto, el Presidente Suarez tomó entre sus manos las débiles y marcadas por los años, de su maestra, y llevándolas a sus labios, las besó con respeto y amor. Los reporteros y fotógrafos entusiasmados y emocionados por la escena, la captaban con sus cámaras como testimonio para las generaciones futuras. El resto de los asistentes y los ancianos residentes, compañeros de Gervasia comprendían asombrados que lo que ellos habían tomado como desvaríos de un cerebro senil era completamente cierto y que su compañera les había hablado siempre con la verdad. Desde ese momento Gervasia fue la protagonista indudable del día. El Presidente pasó a su lado la mayor parte del tiempo que duró la visita. Y prometió hacer lo posible para mejorar la calidad de vida de los residentes del Instituto. Luego, llegó el momento de la despedida, partiendo todos los visitantes y quedando todos los residentes y el personal de Instituto muy excitados por lo sucedido. Cuando llegó la noche y con ella la hora de retirarse a descansar, todos lo hicieron cansados, agotados por un día tan pleno de sorpresas y emociones, y sintiéndose todos muy felices por lo acontecido. Pero, claro está, la mas emocionada y feliz era la señorita Gervasia. Inmensamente feliz. Feliz y satisfecha. Feliz y orgullosa. Tenía muchos motivos para sentirse así. Había visto, después de tantos años, a uno de “sus niños” de sus queridos niños, uno de sus primeros alumnos. Y al verlo había constatado que sus ilusiones con el habían sido muy bien fundadas, y que ese hombre que ella había ayudado a formar había logrado un excito maravilloso en su vida, al llegar al puesto mas alto del país: el de Presidente de la Nación. Y además, no había olvidado a su maestra, brindándole en su ancianidad, al encontrarla gracias a un reportaje de televisión, un hermoso tributo de respeto, agradecimiento y amor. Gervasia sabía ahora que todo había valido la pena. Que sus sufrimientos, soledad y pesares no habían sido en balde. Y que si volviera a nacer ella escogería la misma vida que había vivido. Y la misma profesión. Si. Sería de nuevo maestra. Al acostarse aquella noche, rodeada de sus tres compañeras de habitación, Gervasia agradeció a Dios por la vida tan plena de satisfacciones que le había deparado. Y por haberle permitido disfrutar de un día tan maravilloso. Un día que, creía ella, había sido el mas feliz de su vida. Y así, con esa plegaria de agradecimiento en el corazón, se quedó dormida. Al día siguiente, cuando sus amigas vieron que ya daban las ocho de la mañana y Gervasia aún no se había levantado, se acercaron a su cama para despertarla. Pero, no lo consiguieron. Ella había fallecido en el transcurso de la noche, con una expresión de felicidad en su avejentado y marchito rostro y una leve sonrisa en sus labios.
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