Justo cuando despertaba, sentí tan cerca su aliento que mis ojos inmediatamente, perplejos, buscaron por toda la habitación que fue lo que sucedió, pero en mi búsqueda nunca encontré algo que diera señal de presencia alguna, aun así la incertidumbre seguía latente, mis dedos, como indicativos de miedo, temblaban a la expectativa de lo que sucedía.
Recuerdo a la muerte como algo que sucedía de repente, algo que llegaba cuando la gente caminaba, cuando la gente destruía sus cuerpos con vicios demoniacos, pero nunca imaginé la muerte como eso que sucedía en ese momento. Estaba ahí y la sentía, percibía mis miedos y yo percibía sus ansias de un alma que la cargara hasta el otro lado, un alma que le sirviera y alimentara por algún tiempo para luego volver por otra, sin embargo, no tenía el valor de aceptarlo, la sentía y no quería entenderlo, eso la excitaba.
Cerré mis ojos con la tenue esperanza de que solo fuera mi imaginación. Recordé sentir esa misma sensación antes, cuando caminaba agachando la cabeza en las calles oscuras de mi ciudad, cuando observaba el paisaje desde altas y lúgubres montañas, allí ella me acompañó pues era la misma sensación en descenso. Pero aquél día fue especial, aquél era extraordinario, se mostró como era y yo entendí para que estaba allí, en mi cuarto, sentada junto a la cama de mi hermano, esperando el momento preciso para entrar en acción.
Ahora, escribo mientras espero sus quejidos agudos al ser azotada por el hambre, el vacío y el dolor dejado por su comida anterior.