La Rosa en su prisin de cristal
Publicado en May 23, 2014
El frío asomaba como cada semana en esta época del año, era un par de meses antes de otoño, la lluvia se veía que había craquelado el invernadero, la delicada flor de color rojo característico, con sus populares espinas, su marcada ramas y contornos, llamada Phyllis Bide o coloquialmente conocida como simple y llanamente Rosa.
Pensativa, agitando sus delicados pétalos, su indeterminación era, no era capaz de encontrar lógica a sus arriesgados razonamientos: Estoy viendo esas margaritas tan chismosas, a esos claveles fingiendo que son los más fuertes, hasta ese fruto de tomate se ve tan feliz incluso él, que se ve tan solo, solo mira su expresión sí hasta se pone rojo el muy desgraciado y nadie le presta atención. A dos mesas de ella estaban varias flores de multicolores, en la izquierda las que en la noche saludaban y en la derecha las durmientes, Rosa no sentía ni la temperatura, apenas un pequeño agujero en la parte superior de su recipiente transparente. — Estoy muerta — pensó Rosa. Estaba en un cristal, creyó que era su tumba, pero luego se avergonzó, porque sí de verdad estaba muerta entonces el seguir viendo a sus compañeras del invernadero sería ridículo. — Estoy enferma tal vez — contraponía a su anterior idea la bella flor mientras se miraba todas las ramas hojas, espinas, hasta el último petalo y su anverso que apenas llegaba a ver. — Claro fijo tengo algún bicho o esas pestes raras — pero entonces se preocupó, creyó que estaba en tal vez sus últimas horas, estaba tan asustada que intento agitarse, de un lado para otro, tumbo y tumbo, pero sin retumbo. Como teclas del piano, Rosa se deslizaba en un baile melódico y trágico, imaginando porque había despertado en una cárcel cristal, sin chance a despedirse o a dejar el ultimo polen fuera, para seguir con su línea sucesora apoyado por una abeja, pero ni eso, ni testamento, ni reparto de tierra, aunque le habían puesto en una maceta decente, ella quería echar raíz en donde ella había nacido, no conocía más, era su mundo, era su lugar en el orden natural, pero aquel desalmado que se atrevió a conjeturar que hacerle eso era algo admisible. — Mira un colibrí, amigo, tú el que de las alas multicolores, ¡ayudame! — grito hasta que… silencio. — Deja de agitar esas alas, por favor, acercarte, ¿no sé cuánto me quede? — fueron sus palabras hasta que el colibrí lo noto, inflo su pecho azul, voló a la altura de sus pétalos de frente del cristal. — Señorita, está bien, que le pasa, apenas pude oírle, no puedo dejar de aletear sería mi fin, que es lo que desea tan conservada flor — — Por favor, no te vayas, estoy apartada de mi hogar, por este cruel vidrio, creo que es mi fin, de esta noche no pasare, quiero que me acompañes, me siento tan sola, veo el mundo, pero las flores no dicen nada de mí, ni los frutos, o los enterrados tubérculos — — No se preocupe, usted tiene que entender que debo moverme sino sería peligroso, pero lo que sea por usted, una bella flor a punto de perecer, me da tanta pena, no le conozco pero no quiero perderla, dígame ¿qué tiene? — pregunto el volador. — Ni la menor idea, de cual sea mi mal, pero estoy segura que es terminal, me apartaron sola sin más, mi rosal es ese del fondo, mis hermanas no pueden ver, no tengo mensajes para ellas, yo solo no quisiera aumentar más su dolor — — Tenías amigos en este jardín, sé que no se pueden levantarse a ver, parece que no te notan — — Pues no estoy segura, son ellos, solo les importa florecer y estas felices, no ven más allá de sus pétalos o frutos, y también el hecho que yo sea algo tímida tal vez, pero eso no los justifica — — No yo lo sé, espera daré un giro — voló dando una pequeña vuelta a la mesa blanca donde ella estaba — Pero bueno yo me llamo col, sí solo col, seré tu primer amigo, con déficit de atención cierto, pero de sentimientos sinceros — decía col, dando giros y mortales aéreos mientras pillaba. Pasaron largo y tendido hablando de la vida, de las estrellas que ella nunca había visto, de los amores que col nunca hallo, de lo platónico, de lo real, de lo posible y de lo tangible, del más allá y que esperar cuando era el fin, de la esperanza y de lo frágil de lo se puede ser, de la fuerza de uno mismo y como es más fácil si uno tiene alguien más, prácticamente cada tema que col y rosa tuviese opinión sin importar si fuese o no la correcta ellos solo querían compartir. La hora voló tan ágilmente como las alas del colibrí, la estaban pasando tan bien, hasta que Rosa mira el primer rayo del sol. — Col, ya es mi momento, no me queda mucho, no me quiero ir, ayudame no sé cómo hacer esto, contigo he descubierto que quiero dar un significado a mi existencia así sea mi último aliento — — Rosa, mi linda y agonizante flor, recita conmigo: Él: Pasos cortos, respira profundo animate, todo estará bien Ella: no puedo, estoy triste Él: ármate de valor Ella: estoy triste, sin palabras Él: me quedare aquí, te esperaré Ella: mi mundo dejara de ser, La luna es todo lo que poder ver Él: yo solo te pido que vueles conmigo Ella: las estrellas se desvanecerán el cielo se vaciara, no importa ya Él: contigo a mi lado no ira mal Ella: contigo a mi lado, no puede ir mal Y un silencio banal rodeo el lugar, el cambio entre las dormilonas y las que funcionan de día comenzó, era un lapso de apenas unos minutos, el colibrí decidió no mirar el final de la escena, y Rosa ya había cerrado los ojos. Entonces en el cuarto acto, cuando las luces se apagan, en este caso para dar paso a la natural, entra el dueño del jardín, mirando con ternura a su rosa, la flor que encerró en ese gélido cristal. — Ahora mi hermosa niña, estas lista para el jardín principal, es hora de que las estrellas te sonrían al ver tu radiante belleza — Desde afuera col hacia una pequeña mueca con ese corazón que late dos mil veces por minuto, incluso a ese ritmo el sentía una lenta pero profunda alegría al saber que el final de esa noche, era el principio de una nueva vida para la rosa que el auxilio sin conocer, pero queriendo, logro aquello que a veces nos pasa una sola vez, con suerte, llegar en el momento exacto.
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