MALON
Publicado en May 25, 2014
De la seriedad pasamos al descubrimiento y vemos cuan grande puede ser nuestro desatino de corazón, cuando no valoramos lo que hemos dado a cambio de lo poco que exigimos por ello…
Estaba yo aquella noche de imaginaria en el frente del fortín, casi podía olerse la llegada de la madrugada que traía como cada nueva, colores rosados en el horizonte lejano, y más cerca de los salvajes que de nuestro señor. En cada rancho, sonaba un ronquido, fuertes hombres descansaban a merced del cansancio del ocio continuo, sólo el miedo al malón hacía soltar un suspiro a los más curtidos. Me llamaban el poeta por mi costumbre de escribir y leer, pero nadie sabía lo que yo escribía, y mucho menos se imaginaban que el destino de esas palabras eran para este momento, ahora, que estas leyéndome. Luego de cada ronda, y merced al castigo impuesto por el alférez, volvía la vista hacia aquel punto lejano, sabía yo de qué se trataba y, a pesar del peligro en ciernes, no daba aviso al regimiento. La madrugada se vino sobre la ranchada y el centinela del alto mangrullo dio la voz de alerta y cada quien preparó su apero, sus sables y sus bolas, saliendo al galope a parar el malón. Mi puesto en la retaguardia, cuidando la entrada al fortín, me aseguraba unos minutos y una chiquita posibilidad de vida, si los indios eran miles, y nosotros, apenas cuarenta, nada podíamos hacer más que morir con los dientes apretados. Fui más sutil de lo que pretendía, y a esa hora nadie recordaba que la noche anterior la patrulla del oeste había escoltado al general y sus hijos, entre ellos, Carmela; tan morena y suave, que daba gusto acariciarla con los ojos, como cuando bajo los sauces ella leía mis cartas, y yo suspiraba entre su hermoso pelo negro. El general y su hijo mayor se pusieron al frente de los criollos, con sables en ristre y las bolas preparadas, dejaron a mi cuidado a la hermosa niña, tal vez por ser yo uno de sus viejos sirvientes en la estancia de los arroyos, donde el mismo general me enseñó la virtud de las palabras y la belleza de sus sonidos; Carmela me recordaba, también yo a ella. Los gritos del desbande se oyeron más cerca de lo que parecía, pero aquellas distancias en medio de la vieja senda salvaje, hacía que cada hombre gritara su furia de guerra como para llegar a los oídos de quienes no volverían a verlos; no quedaban ya valientes haciéndoles frente a los hijos del cacique, más por afrenta a la deshonra que a la muerte misma, cada uno iba cayendo bajo los cascos de los fletes, y su sangre dejaba marcas para no olvidar que el indio no nos quería en sus tierras. Tome unos pocos enseres y a Carmela y salimos hacia el norte, si la suerte nos ayudaba, encontraríamos el fortín grande antes que los indios nos dieran alcance. A varias leguas pude ver que el humo cubría el cielo, día gris que descargaba sus nubes para que a las horas la tormenta hiciera más grande nuestra desesperanza; ella sobre mi pecho lloraba la pérdida de su padre y de su hermano, yo calmaba mi rabia de ser tan cobarde y no haber enfrentado al caciquejo, pero mi pensamiento iba más allá, porque tenía conmigo el premio que el indio hubiera querido llevarse. El fortín grande había sido atacado a la noche, y no quedaba nada donde refugiarnos. Talonee mi ruano y nos alejamos hacia el este, donde cerca de la costa ya no correríamos peligro. Varios días y noches anduvimos por las planicies sin encontrar un alma, ni un rancho donde pedir socorro, y mi consuelo con Carmela, era ya más desesperación que contradecía mi odio con aquel general que me había mandado al fortín por haber descubierto las cartas que antes le había escrito a su hija; ahora sólo pensaba que estaba ella conmigo, único dueño de su destino y de su amor. El amanecer nos encontró abrazados, ya los días habían secado sus lágrimas y su dulzura de adolescente fue creciendo hasta convertirse en deseo de mujer. Con los reales del general, compramos un viejo rancho, ahí crecieron nuestros hijos, ahí me hice viejo y enseñé a escribir a mis niños, ella, maduró a la par, y fue mujer y amante, llevando la casa como la más noble de las mujeres. El indio seguía siendo fuerte en el oeste y cada noche nos recordaba sus gritos en medio del malón, lanzas, flechas, bolas, fuego; cada día miraba yo al horizonte; esta vez, no los dejaré destruir mi fortín, no los dejaré quemar mi hogar.
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