LOS TRES NÚMEROS
Publicado en May 28, 2014
El SEIS dicen que es número del demonio y fue ese día, de los primeros del mes, cuando comenzó todo. Sonó un estampido, dando paso al horror y miré alrededor. Observé a la gente chillar, como los vasos volaban con bebidas por los aires, como se mojaba mi camiseta, la que me habían regalado, y vi como el rojo del algodón tenía diferente intensidad al oscurecerse en la parte del corazón, presentí algo, me dolió el pecho, pero concluí que mi profesión de Enfermera me estaba obsesionando. Cerré los ojos, intenté relajarme y disfrutar de mis primeras vacaciones pagadas con mi sueldo. Había comenzado a vivir, tenía veintiséis años, otra vez el SEIS, y como jugué bien mis cartas, todo debía ser perfecto para conseguir lo que me había propuesto: un prometedor futuro con un trayecto profesional impecable, una buena familia, hijos, vacaciones, buena casa, quizás alguna mascota… mi aún corta edad me hacía pensar que iba a ser cierto.
Como he comentado se produjo “El Chupinazo”, así lo llamaban, y sencillamente empezó la Fiesta…La Fiesta que desde la Edad Media se había creado para celebrar un Santo, uno que había pasado, por lo que supongo que la Fe no me acompañó, y pudo más la numerología que el aurea de mi devoción. No medité NADA, solo vi el final de mi vida en una habitación a la que subí, por decisión propia, para tener unas completas vacaciones donde, por supuesto, no se excluía el sexo. Desde el estruendo y la sensación de falsa felicidad que trae el alcohol, pasaron aproximadamente unos sesenta minutos y ya todo parecía idóneo, porque aunque sabía divertirme, no era lo que más me gustaba en la vida. Disfrutaba más con mis amigas en cualquier tarde de chicas, leyendo revistas de investigación, comiendo con mi familia, no sé, la diversión era parte de la vida, y como gozaba de juventud, la intentaba aprovechar aunque no fuese lo que más me llenase. Me conformaba con eso hasta que llegara el amor de mi vida… podría llegar en un día de fiesta, y sonreía cuando reflexionaba sobre ello, quizás mi consuelo. Éramos un grupo de unas SEIS personas ( el tercer número y el necesario, los demás surgirían para confirmar su presencia) cuatro mujeres y dos buenos compañeros de trabajo, que siempre hacían las veladas más amenas. Nosotras solíamos repetir las acciones en los encuentros, ellos daban un toque de improvisación, haciendo que no necesitáramos a nadie más para acostarnos y abrazar a la almohada. Por eso decidimos, a pesar de nuestras intenciones de coquetear, que nos acompañasen en lo que no supuse que sería mi última aventura. Había humedad pero pasamos un día de risas, mucho alcohol y poca comida, pero en eso consistía: en no tener horarios, donde los minutos pasaban por el reloj sin acordarse de que el cuerpo pedía otras cosas. Miré las agujas y vi las SEIS otra vez…estaba cansada y aunque lo normal era aguantar hasta las ocho de la mañana para ver “El Encierro”, la sensatez me advertía que debía retirarme y descansar por lo menos hasta las doce, el doble del SEIS, para festejar la noche como si de cualquier Sábado se tratara. Me despedí de mis amigos y me dirigí al Hotel, sola, sin estar lo suficientemente ebria para no darme cuenta de que la Fiesta se convertía en una lujuria, donde la oscuridad haría que todo fuera posible. Cogí el camino mientras observaba los comercios adaptados al ambiente, ya que siempre llevaba algún recuerdo para mis familiares, y no me decidía, así que lo pospuse, nuestra intención era permanecer los días que durasen los festejos. Aceleré el paso, cada vez más, porque necesitaba parar y volver a ese silencio que muchas veces me acompañaba. Empujé a un joven apuesto, despeinado pero arreglado, que a pesar del consumo, olía bien. No le di la mayor importancia, pero eran las SEIS y fue mi primer encuentro. Llegué al Hotel y también a mi última guarida, tenía SEIS horas para descansar, tomar una ducha, comer algo antes de volver con mis amigos, quienes no regresarían, pero sabía donde cenarían. Me eché con el albornoz en la cama y cerré los ojos, mi último descanso, preparándome para LA NADA, esa nada que había comenzado a aparecer en mi corto letargo. A las once me acicalé de manera desmesurada para convertir esa velada en una mágica. Bajé los escalones del vestíbulo como si de una ceremonia especial se tratara, y crucé la puerta uniéndome al Aquelarre, volviendo a sonreír por la diversión que me esperaba. Llegué donde Ana estaba, rápidamente todos en el hombro me daban, riendo por lo que en ese tiempo me había perdido al querer descansar para la noche donde La Droga de Lucifer me esperaba. Tomamos vino, el alcohol sagrado, apareció el chico despeinado, con buena apariencia, quien me saludó sin reconocerme con mi vestido ceremonial blanco. Me gustó, y devolví el gesto para empezar con el ansiado coqueteo que utilizaba en busca del amor pasajero, que daba momentos de gloria a los sueños de una chica enamoradiza, quien tanto se esforzaba por completar la vida, que había comenzado sin ver la maldad humana. Porque mi profesión me enseñó los peligros de la vida, pero no la perversidad que esconde el alma, cuando sustancias poco naturales altera el buen corazón que manda a la mencionada ánima. Y le miraba, le acariciaba con mis ojos intentándole decir que viniera a hacerme princesa por esa noche, porque era la ilusión de esas pequeñas lujurias camufladas. Y llegó el momento, llegó lo que esperaba. También eran un grupo de SEIS chicos y cada uno con un juego escondido en sus mangas. Yo no hablaba, seguía con la adivinanza de los ojos hasta convertirlo en mi presa del fin de semana. Y así fue, se acercó, sintiéndome lista al conseguir mi propósito. Mis amigas siguieron el juego con los otros, y yo me centré en lo que un torpe tropezón había traído a mi monótona y preciada calma. Eran las doce, la hora de los cuentos, y empecé mi historia, mi breve fábula, haciéndome pasar incluso por una chica más decidida porque algo sentía, una llamada, que no supe identificar, pero que chillaba mientras él sonreía y muy cortésmente me acariciaba, sin mostrar ademanes que advirtieran que lo hacía de forma improvisada. Decidimos pasar la noche todos juntos y visitar los bares típicos que la fiesta taurina reclamaba. Así lo hicimos, y volvieron a pasar SEIS horas en donde las drogas y el alcohol se consumían por los hombres de la casa. No le dábamos importancia, porque en las fiestas era lo que se acostumbraba: camuflar una sana diversión por una loca, muy loca experiencia sobrehumana. Descubrir cosas diferentes, porque a estas edades lo que llaman normal era muy aburrido para despertar la alegría ansiada, y relajar las presiones que no se tienen, cuando no hay problemas en principiantes vidas mundanas. Pero así pasó la noche, con besos que sabían bien y con palabras que a esas horas no se entendían ni por Ana, que no bebía pero también estaba cansada. Nos mostraron un lugar seguro para poder ver “El Encierro”, sin presentir donde estaba el mal, que era en su mirada. Todo surgía de forma extraña porque su comportamiento era educado, amable y dulce pero su pupila, en cada ojeada, crecía por momentos cada vez que al baño se dirigía con algún amigo, sin yo entender muy bien lo que se tramaba. Aunque creo que ni él mismo lo presentía, pero a pesar de todo conversaba, prestándome una atención diferente que al resto de mis amigas, incluso que a Ana pues, con su obsesión por la perfección, tenía un físico envidiable y atrayente para cualquiera que se acercara. Su esmero era para mí, estaba algo nervioso, pero cuando pararon más de tres visitas al servicio y nos paramos a esperar a los toros, siguió esa NADA. Hablamos de nuestras profesiones, pues era Abogado de gran elocuencia, creo que nos ilusionamos ante el posible encuentro que nos esperaba. Yo sonreía, lo deseaba, teníamos muchas cosas en común, incluso el cosquilleo que siempre aparece, y que aumentaba al sentirlo detrás de mí, como protegiéndome de la aglomeración, y yo seguía sin ver NADA. Solo quería terminar la noche acompañada, como tantas veces había ocurrido, pensé que ésta sería perfecta para convertir algo en un principio, lo que no pensé es que sería el de mi final, que ya no me quedaría NADA. Salieron los toros, SEIS minutos tardaron en encerrarse, y aplaudimos porque no se derramó sangre, besándonos como si fuéramos amantes o como si lo fuéramos a ser al descubrir el brillo en nuestras miradas. Aunque esta vez sí pensé, y vi esas pupilas que algo avisaban, pero era tan gentil, que volví a no intuir NADA. Llegó la despedida y no me quería marchar sin antes no incluir mi teléfono en sus llamadas, no me habría enamorado, supongo, pero sí me gustaba. Algo fallaba porque no respondía bien, y surgieron risas entre amigos al presenciar una tonta despedida de personas ya adultas, pero crías en experiencias al no haber luchado por NADA. No sé si fue la presión de los amigos o que mi boca cerrada para besarle le decía “no te vayas”, entonces aumentaron esas pupilas y me agarró del hombro sin mediar palabras. No sabía a dónde me dirigía, solo que estaba cansada, la toma de decisiones no surgían en mi mente, y como tantas veces, me dejé llevar por el que mandaba. Nos besábamos y reíamos, no vi peligro, además ya habían pasado las SEIS de la mañana. Y subí a su casa, pensé que como había sido correcto, sería para charlar y desayunar, quizás intimaríamos pero no que iba a ser descuartizada. Nuestros amigos nos habían dejado solos, supuse que se veía el final de la Fiesta en nuestras miradas, así que hice lo acorde: subí a ver qué pasaba. Era Abogado, conocido, con buena posición, educado, no habíamos estado solos, pensé en esa NADA. Nos montamos en el ascensor, esta vez callados porque le miré a los ojos y creí leer algo, pero solo vi la pupila negra tan grande como su color y me asusté por él, por mí: NADA. Entramos en la casa y mientras se juntaban nuestras rojas bocas, yo no paraba de mirarle a los ojos y asombrarme del tamaño que adquiría su mirada. No era de la excitación, le rocé abajo para asegurarme, comprendí qué pasaba, me aparté, se lo dije y quiso continuar cuando ya a mí no me interesaba. Me intenté separar pero era más fuerte y ya no hablaba, ni era gentil, ni amable, creo que ya no veía NADA. Me asusté porque se convirtió en una reyerta, donde si me resistía pegaba puñetazos a las paredes sin gritar otra vez NADA. Miraba a esos ojos que se delataban, y empecé a pensar en sus visitas a los baños, en el hedor que antes se camuflaba, en esa fuerza física, que en cada abrazo que me daba, me hacía daño, y mi corazón se achicaba. Empecé a llorar y sin saber cómo, mientras se comportaba como un loco, me escondí, pero esta vez si lo intuí todo, sabía lo que pasaba. Ya no era el mismo chico despeinado, agradable e inteligente sino un simple drogadicto, sin clase social, ni educación, ni control, ni valores, ni menos aún templanza. Todo había cambiado en SEIS segundos, y no sé cómo no fui inteligente y no vi esa NADA. Cogí el móvil, el primero que me había comprado, llamé susurrando porque presentí mi final, mientras él me reclamaba, y no de una forma cariñosa sino amenazadora, ya moría sin ganas. No sé si me hicieron caso, solo escuché su grito a la vez que se abría la puerta del lugar donde me encontraba, no había pupilas ni ojos, Lucifer se encontraba. Me agarró del brazo para sacarme del escondite y lloré en silencio. Me tumbó en la cama, me resistí y sus manos mi cuello sujetaban. No puedo contaros más porque era fuerte además de guapo, y me asfixiaba. Recé lo que pude, y no peleé cuando vi mi muerte en su pupila dilatada, cuando el dibujo de los TRES NÚMEROS, que ese círculo negro rodeaba, iba poco a poco desapareciendo ante mi ya tranquila mirada, en donde levemente se asomaba la silueta de esa mencionada NADA.
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