El día renueva mis fuerzas de guerrero.
La luz nutre mi alma de nuevas vocaciones.
Las cadenas forjaron en mí amargos recuerdos
y el presidio me dió dolores primitivos.
Estuve treinta años en la cárcel longeva
porque disentí de matar a civiles desarmados.
Todo lo que gané fue una injusta condena
y en la Corte Marcial me asieron al madero.
Sentí los clavos necios penetrar en mis manos
y horadar hasta el fondo de mis gruesos empeines.
Repletos de inmundicia, los jueces me votaron
con la saña y la insanía que trae una guerra perdida.
No usé mi lanzallamas contra la limpida aldea.
Me trataron cual ficha caída en un tapete sórdido.
Descargaron su artillería sobre mi tenso pecho.
Crearon para mí una urnilla brillante
y sufragaron en ella mi destino primario.
Treinta años fueron la punta de su lanza
y se clavó en mí como estaca infernal.
Extendieron su ira sobre mi yo esposado.
Pero no me arrepiento de haber desobedecido
las órdenes nefastas del General Canalla...
Ahora, libre, contemplo al mundo con ojos abnegados
y me regocijo de ser un hombre digno.
Mi fuerza se renueva en los pilotes solares
y me he motivado a vivir humildemente:
Por eso me dedico al cultivo de rosas
y a golpear a los truhánes que vejan a los niños.
Soy la hoz y el látigo que fluye en la campiña
y esparzo la justicia con mis duros nudillos
de ex soldado culpable de estragos indecibles.