El Adiós [Relato Erótico]
Publicado en Jun 16, 2014
Prev
Next
Image
Una hora. Dos. El tiempo es un tablero de ajedrez. Los rasgos de tu cara contra el vidrio; tus gestos grabados en la memoria del reflejo. Llueve, cerrado, con un ritmo preciso sobre el capote del auto. Hay música en el estéreo para recordarnos que estamos vivos. La respiración. El vaho contra los vidrios laterales. Con tus dedos largos y finos dibujas un corazón atravesado por una flecha. (El simbolismo, el enamoramiento, la identificación del amor con la herida, del amor con la muerte.) Observo el reloj. Son las nueve de la noche y el callejón está oscuro. Veo por el retrovisor y no hay nada ni nadie, sólo las gotas de lluvia que, contra todo pronóstico, siguen su lucha interminable. No reconozco la canción ni la voz. Nosotros no hablamos. El silencio es el hotel de paso del amor. Todavía trato de recordar cómo llegamos aquí. No recuerdo. Tu saco es gris y tu falda es negra y larga. Yo traigo una camisa azul marido y del bolsillo de ella sacó un cigarro electrónico. Este humo no apesta, digo, o creo decir: las palabras son un salto de fe. El humo se dibuja apenas, más que humo es vapor: hace piruetas pequeñas. Dices que nunca has probado uno de estos y te lo paso. Está algo fuerte aunque sólo tiene 50% de tabaco. Fumas en silencio, después de unos quince minutos me regresas el cigarro. Fumo en silencio y te tomo de la mano.
     Tus dedos huesudos y mis dedos gordos se entrelazan; con el pulgar acaricio tu mano, hago movimientos leves, ondulatorios. Quiero expresar que estaré contigo hasta el final, quiero expresar que eres mi chica y que te quiero para siempre. Nuestra mirada por un segundo se cruza. Sonríes. Sonríes con amargura. Sonríes como pienso que sonreiría quien recuerda momentos divertidos con un muerto o con alguien que nunca va a volver. Veo la contradicción, el choque, la colisión de sentimientos encontrados en tu sonrisa que, a su vez, me llena de tranquilidad y espanto. Tranquilidad porque sé que disfrutas de estos momentos a mi lado, pero espanto porque los intuyo como los últimos. Puede que tú vuelvas con aquel al que le juraste amor eterno frente a un altar, y yo con mi mujer cariñosa y comprensiva, que ha tenido el valor y el mal tino de amarme incondicionalmente.
     Ya no pienso en el camino inmediato, en esta noche. Pienso en toda mi vida y en tu vida, ¿cómo llegamos aquí? Viernes, 10.40 pm, un callejón oscuro. Ciudad de México. Lluvia. Y tu mirada que a un tiempo me ata y me corre, tu sonrisa que me compadece y me odia. Y mi mano que sujeta tu mano más fuerte y la acaricia con mayor ternura, suplicante, acaso impotente, haciéndome odiar. Sé que me odias por mi cobardía, por no saber vivir sin ti. Me odias por mi dependencia, porque no soy nada sin ti. Me odias por amarte tanto y ser tan culero egoísta que te quiero sólo para mí. Me odias porque prometimos no enamorarnos, no hacer escenas de celos, no hacer el ridículo, no llamar la atención. Yo no sé. Prometimos ser secreto, y a mí te me notas en los poemas y las sonrisas, te me notas cuando canto en la regadera mientras me baño, te me notas en mi orgullo cuando estás a mi lado y yo inflo el pecho contentísimo de estar con la mujer que estoy y, mejor aún, saberme dueño de tus orgasmos, saber la combinación exacta de las partes de tu cuerpo que tengo que besar, lamer y acariciar para que te vengas como loca y me llenes de tu rocío tropical la vida. Por eso me odias. Porque me gustas y te gusto, y tú le quieres gustar a otros y quieres que otros te gusten a ti. Eso no pasará mientras yo siga aquí, agarrando tu mano, diciéndote con mis caricias: No tengas miedo, siempre te protegeré. No te gusta sentirte como una niña indefensa ante un hombre diez años menor que tú.
     No soportas ni mi dulzura ni mi amor, por eso te arrojas a morderme la boca y rompes los dos primeros botones de mi camisa, contorsionando tu cintura. Yo estoy en el asiento del conductor y tú, como siempre, eres mi copiloto. Muerdes mis labios con rabia y me duele hasta el alma pero también me excita. Te dejo hacer. El resto de mis botones los desabrochas con tus manos. Recorres mi asiento para atrás y te subes sobre mis piernas; con tus manos recorres mis hombros y pecho; pasas tus largas uñas por mi cuello y me besas la boca, metiendo tu lengua lo más hondo posible y la mueves frenéticamente dentro de mí. Tengo la sensación de que no sabes lo que haces pero te dejo, tu torpeza también me excita. En los albores de la pasión todos somos, siempre, principiantes. Desabrochas mi cinturón, luego el botón de mi pantalón, bajas el zipper y descubres mi erección que está potente, fuertísima. Tú tienes esa facultad, basta uno de tus besos para que toda mi realidad se desmorone y la sangre se acumule a torrentes en mis órganos erógenos.  Toda tú eres preciosa y excitante. Entonces me convierto todo yo en estela luminosa, en pura luz sobre luz. Buscas mi sexo, lo jalas del glande y haciendo tu tanga a un lado, lo metes en ti. Me montas y sientes inmediatamente cómo crece dentro de ti, más duro y ancho, la sangre galopa por las venas hinchadas y cubre, con un solo encontronazo, las paredes vaginales que lo cobijan con una calidez inusitada. Subes y bajas, pasas las manos por mi nuca y me dan escalofríos; muerdes mis orejas y me excitas como nunca. La piel se me pone chinita, y si agarro tus nalgas con tanto ímpetu es por miedo a desmayarme; tocarte es la única manera de sentirme vivo, de seguir cuerdo. 
     Abro tu saco y desabrocho tu blusa; tu blusa también es negra como tu falda. No te quito el sostén, sólo lo jalo hasta dejar al descubierto tu par de pezones que meto en mi boca para calentarlos primero con mi aliento y después les soplo suavecito para ponerlos duros. Ya duros los muerdo fuerte. Me gusta hacer eso, es como dejar mi firma en ti, mis colmillos enterrados en tus rosáceas puntas. Tú me jalas el cabello y me aprietas más fuerte, tu vagina crea un vórtice de succión, un agujero negro que me va desintegrando y yo me dejo morir placenteramente entre tus piernas. Quisiera morirme así, haciéndote el amor, prefiero morir así, porque mañana al despertarme y saber que no estás y que nunca más estarás, me suicidaré frente a tu retrato. No sé, no puedo hacer más. Me sigues cogiendo, siempre cogemos mucho tiempo. Tienes tu segundo orgasmo y te bajas, vuelves a tu asiento y te agachas para meter mi erección en tu boca. Vas del tronco al glande sin detenerte, siento que se abre el reino de los cielos, recorres, juegas. Envuelves en tu lengua, chupas, exprimes. Recibes mi eyaculación y la bebes,  no dejas ni una gota de semen. Se humedecen tus ojos. Es la primera vez que lo haces. Te abotonas, me abotono. La lluvia ha cesado un poco pero no por completo. Doy otras fumadas al cigarro electrónico; arranco el coche, suena el estéreo, esta vez sí los reconozco, Radiohead con House of Card. No podría haber una canción más apropiada. Acomodo los espejos laterales, no lo puedo creer. Desempaño todos los vidrios del coche y acomodo el retrovisor: no hay duda, atrás de nosotros hay un coche patrulla. 
Página 1 / 1
Foto del autor Getzemaní González
Textos Publicados: 157
Miembro desde: Dec 18, 2009
3 Comentarios 1096 Lecturas Favorito 2 veces
Descripción

Una hora. Dos. El tiempo es un tablero de ajedrez. Los rasgos de tu cara contra el vidrio; tus gestos grabados en la memoria del reflejo. Llueve, cerrado, con un ritmo preciso sobre el capote del auto. Hay música en el estéreo para recordarnos que estamos vivos. La respiración. El vaho contra los vidrios laterales. Con tus dedos largos y finos dibujas un corazón atravesado por una flecha. (El simbolismo, el enamoramiento, la identificación del amor con la herida, del amor con la muerte.) Observo el reloj. Son las nueve de la noche y el callejón está oscuro. Veo por el retrovisor y no hay nada ni nadie, sólo las gotas de lluvia que, contra todo pronóstico, siguen su lucha interminable. No reconozco la canción ni la voz. Nosotros no hablamos. El silencio es el hotel de paso del amor. Todavía trato de recordar cómo llegamos aquí. No recuerdo. Tu saco es gris y tu falda es negra y larga. Yo traigo una camisa azul marido y del bolsillo de ella sacó un cigarro electrónico. Este humo no apesta, digo, o creo decir: las palabras son un salto de fe. El humo se dibuja apenas, más que humo es vapor: hace piruetas pequeñas. Dices que nunca has probado uno de estos y te lo paso. Está algo fuerte aunque sólo tiene 50% de tabaco. Fumas en silencio, después de unos quince minutos me regresas el cigarro. Fumo en silencio y te tomo de la mano. Tus dedos huesudos y mis dedos gordos se entrelazan; con el pulgar acaricio tu mano, hago movimientos leves, ondulatorios. Quiero expresar que estaré contigo hasta el final, quiero expresar que eres mi chica y que te quiero para siempre. Nuestra mirada por un segundo se cruza. Sonríes. Sonríes con amargura. Sonríes como pienso que sonreiría quien recuerda momentos divertidos con un muerto o con alguien que nunca va a volver. Veo la contradicción, el choque, la colisión de sentimientos encontrados en tu sonrisa que, a su vez, me llena de tranquilidad y espanto. Tranquilidad porque sé que disfrutas de estos momento

Palabras Clave: Una hora. Dos. El tiempo es un tablero de ajedrez. Los rasgos de tu cara contra el vidrio; tus gestos grabados en la memoria del reflejo. Llueve cerrado con un ritmo preciso sobre el capote del auto. Hay música en el estéreo para recordarnos que estamos vivos. La respiración. El vaho contra los vidrios laterales. Con tus dedos largos y finos dibujas un corazón atravesado por una flecha. (El simbolismo el enamoramiento la identificación del amor con la herida del amor con la muerte.) Observo el reloj. Son las nueve de la noche y el callejón está oscuro. Veo por el retrovisor y no hay nada ni nadie sólo las gotas de lluvia que contra todo pronóstico siguen su lucha interminable. No reconozco la canción ni la voz. Nosotros no hablamos. El silencio es el hotel de paso del amor. Todavía trato de recordar cómo llegamos aquí. No recuerdo. Tu saco es gris y tu falda es negra y larga. Yo traigo una camisa azul marido y del bolsillo de ella sacó un cigarro electrónico. Este humo no apest

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Relatos


Derechos de Autor: Getzemaní González Castro

Enlace: http://accidenteserogenos.blogspot.mx/


Comentarios (3)add comment
menos espacio | mas espacio

Giako Reed

Sigue practicando... -.-"
Responder
June 21, 2014
 

Battaglia

Jajajajajaj Vaya final después de una aventura tan extrema y candente jejejejej dicen que suele suceder pero ya en esos términos el qué más da es el último recurso que queda…
Buen texto!!!

Responder
June 17, 2014
 

Getzeman Gonzlez

Gracias
Responder
July 07, 2014

Para comentar debes estar registrado. Hazte miembro de Textale si no tienes una cuenta creada aun.

busy