Di un grito de júbilo al ver como la sangre escurría, esa sensación me daba cierto placer, me liberaba, aunque era mi propia sangre la que se liberaba de mi alma, impregnándose en las zonas más frías y oscuras de esta morgue. Esa tortura, esa prisión, esas ataduras que me mantenían desnuda, cortando con un talento perfecto cada parte de mi cuerpo, devorándolo, como si esa fuese su costumbre.
Recuerdo con cierto goce aquellas quemaduras que me alejaban de esta sociedad, de esos besos fríos que mis pensamientos retrataban. Es que ese sabor, ese olor, ese sentimiento que me otorgaba la sangre era único y me obligaba a consumirlo cada vez y era inútil intentar alejarme de aquel sentimiento, porque aun después de muerta, seguiría sintiendo este sentimiento, puro y magnifico.
El que la sangre recorra mi cuerpo era algo fantástico, algo que no me dejaba hablar porque la sangre, que bañaba mi cuerpo, era tocada por los suaves labios de mi rostro, satisfaciéndolos.
No había nada más divertido que ver, sentir y ser sangre, pero, un día me pregunte ¿Qué sucederá el día en que mi cuerpo se quede sin sangre?, comenzara la cacería de sangre, de este magnífico alimento.