Las calles se llenan
Publicado en Sep 10, 2009
Las calles se llenan de vaivenes.
Amanece en las esquinas de mi mundo. Los hombres se visten con sus utilerías y calzan torpemente sus zapatos. Sin fe y con desesperación entran al subterráneo: Vienen de sus submundos paralelos. El tiempo trae de vuelta sus rostros y les entrega vastas melancolías. Algunos seres son rígidos como árboles y otros ya huelen a rápidos desayunos. Contemplo que se miran entre sí y se desleen. Entiendo que sus rutinas son en sí precipicios en que, día a día, no dejan de caer. Una nota extrema urde en mi cráneo: Es quizá la forma primaria de una idea. Los veo palidecer entre atarrayas de luz. Cada quien es una invención de si mismo y lleva su reloj mortal en el pecho. Sus rostros son extraños y raramente frescos. Los reconozco envueltos en problemas y vigilias. Son sólo gente oculta en su disfraz original. En las calles oigo sus oquedades: Sus suspiros ligeros, su tos sin expectorante. Muchos de ellos son giros en sigilo que van a sus tres trabajos de ocho horas. Otros son relámpagos en camiseta que disfrutarán escrutando sus vanos pasatiempos. Pero la mayoría son trabajadores de rostros esculpidos. Se atascan en las puertas de largos edificios frenéticos por marcar a la hora exacta sus tarjetas. Algunos de ellos son golosos y parecen sapientes. Otros son simples funcionarios intelectualizados. Se repiten como ecos extraños entre las oficinas. Algunos sólo construyen chimeneas y otros son dibujantes. Simplemente van a la monotonía de sus universos. Yo voy envuelto en tolvaneras estelares a recoger las vivencias que me regalará el día.
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