Hace algunas semanas, en una clase de inglés práctico, estábamos debatiendo sobre la actualidad económica, la globalización y demás. El tema nos llevó a una pregunta que el profesor nos formuló a dos de los asistentes. Nos preguntó si deseábamos ser ricos. Una compañera respondió confiada: "Sí, como todo el mundo". Acto seguido yo respondí que no deseaba serlo. -No hay necesidad de ello, ni siquiera me parece en cierto modo ético, al menos a partir cierto nivel- dije. La sencilla y en apariencia simple respuesta que ofreció la chica que respondió primero esconde tras de sí dos cuestiones clave, a través de las cuales pienso que podría realizarse una descripción válida de la sociedad Occidental.

En primer lugar cabe considerar seriamente el aspecto ético. El problema subyace en la desigualdad económica, un factor que amenaza la cohesión y la estabilidad de una sociedad. La globalización económica trae consigo la promesa de reducir la desigualdad entre naciones, a cambio, aumenta la desigualdad dentro de los propios Estados. Los ricos cada vez lo son más, y los pobres son cada vez más pobres.

Ante esta situación, es una indecencia desear ser rico mientras haya un sólo ser humano muriendo de hambre. Si todas las sociedades gozasen de las condiciones de vida media que ofrece el Estado del bienestar, tal vez nos sería lícito perseguir un enriquecimiento personal; aun así siempre en aras del progreso colectivo. Es cierto que nuestro modelo de Estado es imperfecto, y debe serlo, aunque la población debiera hacerse cargo de las carencias políticas, erigirse como pueblo con capacidad de decisión. Por otro lado, la idea de exportar un modelo de gobierno (democracia representativa) con unas raíces culturales concretas a sociedades ajenas a éstas, tiene que afrontar la hostilidad que puede generar en las culturas que se vean invadidas. No hay solución fácil ni accesible a corto plazo. Por ello creo necesario reintroducir en el debate público la pobreza, los Derechos Humanos y la justicia universal, entre otros. Es necesario también que cuestiones como el presente y futuro de África estén en la mente de la juventud y del total de la ciudadanía.

En segundo lugar, una respuesta tan inocente como "todo el mundo quiere ser rico" supone un síntoma que revela el tipo de educación que se está impartiendo a las nuevas generaciones. Y por lo visto se viene haciendo generalmente desde la década de 1990 o incluso finales de la anterior. En este contexto no es extrañar que el capitalismo financiero internacionalista junto con el desmantelamiento del Estado del Bienestar sean imparables. Es preciso reflexionar sobre el futuro que nos espera si avanzamos olvidando el bien común.

Una educación en valores debe ir acompañada por una formación básica en las instituciones que representan el Estado. No se puede defender con coherencia aquello que se desconoce. Se requieren individuos implicados y autónomos para sostener una democracia saludable. Nuestra sociedad está llena de contradicciones. Los planteamientos éticos están ahí, junto a la justicia, la libertad, incluso la tolerancia, sepultados bajo las apremiantes condiciones de la economía, que tanto determinan las políticas de una nación soberana. Ejemplos de ello son China y la desaparición de la justicia universal; los Derechos Humanos, la solidaridad y el trato a los inmigrantes más desfavorecidos...

La única conclusión posible es que algo va mal, la humanidad no avanza por buen camino y somos nosotros los responsable de cambiarlo. Es nuestro futuro, y más allá del llamado primer mundo, nuestro deber prevalece: La mayor injusticia es el hambre.