Mi problema era que tus cuentos eran mentiras, aún peor, yo no podía dormir sin que antes me contaras uno. 
Me gustaba que tu voz colapsará mis angustias, que tus palabras fueran un paliativo a mi vida, que tuvieras el poder de dar color a lo inexistente.
Ahora entiendo, que como todo vicio, terminarías acabando con la realidad, que como poca o frustrante es lo único que nos mantiene cuerdos. Durante años me cuide de no colgarme de tener un vicio real; no beber demasiado, no fumar, no hacerme de artimañas, vaya mi único vicio era lectura, que aún no sé si en realidad eso no es tan malo. Hasta ese día en que tus manos se cruzaron por mis ojos, el día en el que el olor a cajas invadió mi vida.
La mala suerte me sigue, mis malas decisiones no me perdonan, así que por consecuencia viste la oportunidad de tomar lo que quisieses, y desechar lo que para ti era mero protocolo.
Y a mí, que era fanática de la cursilería, eso me mataba. 
Los cuentos que no eran cuentos, sino mensualidades por seguir viva, se volvieron una necesidad.
Ahora que no estoy para escucharlos ni tú para inventarlos siento el vértigo de lo inevitable; la variante de vivir.