EL ABISMO
           Reinaba una extensa calma; mi latido, perdido en la inmensidad, se confundía con el eco de mis recuerdos.  Sin embargo, una leve vibración surgida de entre  las paredes, removía el piso, inquietando el semblante.
               Ignoraba su origen, mis conjeturas se hundían en el vacío. Ya antes había tenido indicios de  su presencia,  pero ahora parecía decidida a quedarse por un buen tiempo. Retuve el aliento, resistí su propagación.
           La primera sacudida me sorprendió dormido. Las siguientes, más fuertes, las soporté aferrado a un hilo de certezas. Opté por esperar y seguir creyendo en mi intuición. Los líquidos amortiguaban conscientemente los efectos del temblor. Algo fuera de mi comprensión  se expandía como un torbellino de presagios.
                 Huí nadando por  aguas arremolinadas, temiendo lo peor. El camino se presentaba lleno de obstáculos, los eludí con mi memoria ancestral. Un tenue rayo de luz al final del corredor, convertido en arco iris, parecía ser la causa del desastre. La inundación era inminente, la luz se abría paso atravesando un prisma de  turbios deseos.
          Un mundo nuevo se abría a mis pies, pero yo no lo quería aceptar. Del otro lado, el albor, como un sabio murmullo, me  devolvía la confianza; dos manos, al final del túnel, me colmaron de certidumbres.
             Me sumergí en el abismo, sabiendo que volvería una y mil veces.
                                               GABRIEL FALCONI