Sos vos, pap?
Publicado en Aug 15, 2014
Entonces sentí que papá me lo cambiaba. Tres días atrás lo había buscado como loca y ahora me daba cuenta que papá lo escondía.Antes no había pensado que podía ser él, pobre. Pero ahora estaba segura de que lo hacía cuando me daba vuelta.Y yo que le echaba la culpa al nene, que se metía sin permiso en mi pieza, hurgando y hurgando.Y para peor retándolo constantemente, y lo que más me mortificaba era que le retorcía los cachetes cuando Amelis no me veía. Pero ahora estaba convencida de que papá, desde el más allá, todo lo escondía hasta hacerlo desaparecer, o, en el mejor de los casos, lo cambiaba de lugar, y luego, en el rincón más inesperado, aparecía mi pañuelo de seda o los guantes de cabritilla marrón. -Yo estoy segura- le decía a don Simón aquella tarde rodeados de gente- él se pone atrás y me roba todo... ¡pobre papá!Quisiera decir que al principio lo juzgué duramente: ¿por qué debía hacerme eso a mí? ¿Por qué no se lo hacía alguna vez a Amelis, y me dejaba dormir tranquila? Pero no: con Amelis no se metía nunca porque le tenía miedo; y con el nene tampoco porque lo veía tan chico. La única que quedaba en la casa era yo. Y cuando me di cuenta de que era él quien me cambiaba las cosas de sitio, lo llegué a odiar, pobre.Pero después de tanto hablar con don Simón y los hermanos me convencí de que él lo necesitaba, que no lo hacía por capricho, y eso me tranquilizó, y aún cuando muchas noches me interrumpía el sueño, nunca le dije nada, y lo dejaba cambiar y esconder.Claro que no podía explicar el origen de mis ojeras delante de Amelis. Seguro que no la convencía diciendo anoche estuve leyendo. Ella era muy viva. Y el nene preguntaba cosas indebidas, como por ejemplo, qué eran esos ruidos anoche. Yo debía ponerme colorada, tomaba el botellón, me servía agua, pero veía la mirada de Amelis sobre mí, y me asutaba. (Papá y yo fuimos los que en realidad sufrimos siempre con el carácter de Amelis. El nene no tanto porque era chico; pero papá, sí.) Ahora que han pasado los días pienso en las ganas que él hubiera tenido de esconderle a Amelis. Aunque sea nada más que en la alacena de la cocina, que era donde ella reinaba. Pero ella no se hubiera ablandado si le explicaba que don Simón y los hermanos decían que era una necesidad. Pobre papá. Una noche antes de navidad estuvo todo el tiempo en mi cuarto. Y lo peor era que hacía ruido.Yo estaba a oscuras sentada en el sofá, y rogaba a Santa Teresita que no hiciera ruido porque el nene podía despertarse, o Amelis entrar de improviso. Me inquieté tanto que yo misma, al buscar el rosario, tiré el vaso con agua que me ordenara don Simón. " irá a tomar agua", me había dicho. "Lo mejor es dejar que sus profundas exaltaciones armonicen con lo terreno, y colocar algunos billetes debajo del vaso para sus necesidades."Yo lo comprendí enseguida. Lo del agua era fácil; lo del dinero, más difícil, sobre todo contando con que Amelis dirigía la economía de la casa y no había plata que no pasara por sus manos.A pesar de todo yo le robé la que ella guardaba para comprar el pan esa mañana, y nadie se dio cuenta. Pero acababa de tirar el vaso con agua y papá se iba a quedar con sed. Pobre papá. Esa noche fue terrible. No se contentó con cambiar cuando creía que no me daba cuenta, sino que escondía. Iba hasta el arcón. Lo abría. Iba hasta la cómoda. Revisaba las cosas más privadas.En un momento creí que podía esconderme el diario íntimo. El primero de la adolescencia, no; el otro, el que empecé a llenar mucho más tarde, cuando Juan Carlos me dejó después de hacerme suya. Todo lo tenía escrito allí. Detalle por detalle. Desde los largos viajes que hacíamos por Copacabana, Acapulco y otros lugares lujosos, hasta cuando entrábamos a los casinos, llenos de luces y caireles; yo con esos vestidos elegantes y sedosos, largos hasta el suelo que todos los hombre me miraban. Pasando, es cierto, por el momento ... horrible, diría, en que Juan Carlos me había tomado, y yo negándome, negándome, diciéndole por favor aquí no, aquí no que puede entrar Amelis, estoy segura de que Amelis está espiando, Juan Carlos, mi Dios,no lo hagas, Amelis, Amelis espía, y el nene se va a reír de nosotros..., no la hagas Juan Carlos, amor mio.Pero Juan Carlos levantó mi falda, y yo tuve que entregarme por la fuerza.Claro. Un hombre puede aprovecharse de una mujer sola. Y siempre pensé que Amelis estaría detrás de la puerta, agarrando la mano del nene para que no se burlara.Todo esto estaba escrito en el diario, y ahora papá iba a tomarlo.Don Simón me había dicho que lo dejara hacer. A don Simón toda la congregación lo respetaba por la fuerza especial que tenía en la mirada, y él decía que era una necesidad profunda de papá. Que lo dejara hacer. Pero era demasiado íntimo. Si me lo cambiaba no me pasaría nada.Si me lo escondía, tampoco. Pero podía llevárselo. Aunque don Simón y los hermanos medecían que eso no podía ocurrir, yo tenía miedo de que lo leyera. Sobre todo esas partes tan violentas donde Juan Carlos me tiraba en la cama y me besaba como un bruto, realmente como un bruto, y yo me desesperaba porque me arrugaba la ropa y le rogaba otra vez que no lo hiciera allí, por favor que no lo hiciera, que respetara ese lecho que había sido el de mis quince años y estaba segura que Amelis nos vigilaba. Pero así y todo , él me obligaba a separar las piernas, y yo le decía que no, y él callado me besaba y todo lo otro.Todo lo otro estaba escrito en el dario que papá tomaba entre sus manos , y yo le decía por favor papá, no lo hagas, no lo hagas, si no querés enterarte de mi secreto con Juan Carlos, no papá, por favor, aquí no, te lo ruego, nos debe estar espiando Amelis, Amelis, y el loco del nene se va a reír mañana de nosotros. Cuando se lo conté a don Simón en la reunión del domingo, me volvió a decir que no me opusiera. De todas formas papá quería ayudarme. No había duda de eso. ¿Pero cómo?"La materia es obra de los demonios", le dije a don Simón, "sólo el espíritu vale". "Dios es santo" , me contestó; "sí, Dios es santo", le respondí. Lo mejor era dejar la ventana abierta,pronunció a continuación don Simón. Pero le dije que una mujer como yo nunca deja la ventana abierta. Me tranquilizó. Me dijo que papá quería ayudarme pero yo debía ayudarlo a él, permitiéndole cambiar y esconder. "Dios siempre es santo", pronunció. Y a la noche debía dejar más dinero debajo del vaso. Si no, podía provocar el castigo celeste. Al otro día entre al cuarto de Amelis para sacarle la plata. Revisé todo, pero sólo encontré esos sucios camisones en que se envolvía de noche. Luego pensé que bien podría ocultarla en la alacena, y no me equivoqué: debajo de dos platos rotos había un fajo interesante de billetes. Los guardé hasta la noche. Cuando Amelis me llamó para cenar me hice la descompuesta. Preparé el vaso con agua; puse debajo los billetes. Pobre papá. Sobre la cómoda dejé el diario íntimo. Y me senté a esperar. A eso de las tres se oyó saltar la ventana.Tomé el rosario de la mesa de luz y empecé a temblar. "¿Papá, sos vos?", pregunté."¿Sos vos?"Percibí que tomaban el fajo de billetes y me puse contenta; también sacaban el rosario de mis manos. El diario íntimo estaba sobre la cómoda. Papá no lo había agarrado esta vez. Eran los designios.Con fuerza me tiraron sobre la cama. Quise luchar pero papá era más fuerte que yo,casi tan fuerte como Juan Carlos. Fue inútil que le rogara que no lo hiciera. Pobre papá. Él se impuso, y yo tenía la certidumbre de que Amelis espiaba y el nene contaría todo a la mañana sigiente.- G.C. |
Elvia Gonzalez
Guillermo Capece
gracias por tus consideraciones; es asi, tal como lo delineas.
saludos
Guillermo
Enrique Gonzlez Matas
TE FELICITO, GUILLERMO, POR LO ORIGINAL.
Guillermo Capece
A mi me gusta la narrativa, leer y escribir; lamentablemente, en la actualidad, lo unico que puedo escribir es poesia, que desde luego disfruto, pero extraño la narrativa que no se me brinda.
Un abrazo
Guillermo