Laberinto
Publicado en Aug 20, 2014
Alana revisaba sus fotos en un libro que alguna vez había sido bello, pegadas delicadamente por manos laboriosas con la esperanza de guardar retazos de un ayer para forjar un mañana; ahora empolvado y ajeno, lejano y hermético, el libro parecía haber cobrado vida propia; frotaba sus dedos contra las sonrisas de la infancia, contra los motivos que la hicieron sonreír alguna vez. Su esmalte magenta, roído por el descuido, solo contrastaba con los ojos brillantes de quien alguna vez fue, de quien solía ser, de quien pensaba que era. Veía como sus ojos, por alguna razón no evidente, habían cambiado de color con el paso de los años; cafés en su temprana infancia, oscuros y determinados habían mutado en una especia de combinación solo notada por pocos. Su determinación se había esfumado, ahora esos, sus ojos, no tenían carácter, mutaban con los días, con las horas, eran sensibles al clima, a las palabras, a las lágrimas intransigentes y, ahora había descubierto que también eran sensibles a la presencia de ciertas personas. Seguía con sus manos las siluetas, su cuerpo, poco aceptado por el común, también había cambiado; había crecido, mutado, había adquirido nuevas curvas nuevos pliegues, nuevas marcas y lunares. Recordaba cuanto había luchado contra su silueta, los comentarios crueles y poco profundos, leves en palabras pero aun así significativos. Se dio cuenta que había guardado en un cofre de aparente fuerte seguridad todas las palabras que alguna vez quiso decir, comprendió entonces que tal vez esas palabras eran las responsables del cambio de color de sus ojos; su necesidad de expresarse se había hecho evidente. Sus ojos hablaban por ella, pero pocos sabían escucharlos y además entenderlos. ¿Cómo explicarle a alguien que tus buenas intenciones se reflejan en el cambio de color que sufren tus ojos cuando actúas? ¿Cómo explicarle a alguien que si hasta ahora nota el cambio repentino de color, es porque me quiero comunicar desesperadamente? ¿Cómo decirle a alguien que el brillo de los ojos es, como la música, un lenguaje universal? Alana cerró el libro, las lágrimas involuntarias caían sobre el lomo, lo limpió suavemente, lo metió en la caja color coral que guardaba bajo su cama, dio la vuelta y vió su cara reflejada en el espejo de su cuarto. Se estremeció al notar que su rostro no era el mismo. Resignada por la situación se limpió las lágrimas, miró la ventana imponente del lado derecho y supo que se había quedado encerrada en una de sus fotografías, se había perdido en el tiempo. Tal vez ahora esa sí era su vida, tal vez ahora comprendería porqué siempre se sintió ajena en su realidad.
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