El mundo es un paisaje de utilería que se desmantela fácilmente, pero los seres que lo habitan lo prefieren de cartón. Seres que, amando las tragedias, hacen fila para sentarse en la primera butaca  y ,cobijados  en sus banderas,  duermen  la comodidad del egoísmo.  Los mismos que opinan sin comprender un solo acto de la obra.

La historia no debería llamarse historia cuando se repite, porque la humanidad nunca sale de los campos de mentiras, nunca  deja los errores detrás sino que los reinventa y siembra excusas para convencerse de que sus objetivos se escudan con  valores.  La historia de la humanidad es un trazo recorrido una y otra vez con  un lápiz afilado y oscuro que mantiene las heridas incurables.

El hombre podría cambiar el escenario incendiando las diferencias con los otros hombres. Podría dejar de malgastar el agua con la que lava sus manos. Podría hacer mucho pero se conforma con armar comunidades enteras de egos y definirse como un ser social.

Alguien me arañó las pupilas y  pude ver detrás de la mampostería que la realidad es una mezcla de dolor y  sangre.

Desde entonces, me arden los ojos  buscando racimos de justicia mientras las hilachas que respiran, sepultan inocentes en la tierra que defienden de ellos mismos.