Lucía y Rodolfo sonreían felices con la nueva adquisición, la casa era grande y el barrio residencial. Fumador empedernido, Rodolfo estaba en tratamiento por un efisema pulmonar...
- Si te vas de acá algún día, yo no voy a poder seguirte- le había dicho a su mujer. 

Después de cinco años,  pese a las reiteradas instancias de su familia,  Lucía se negaba a vender la propiedad, aceptaba con resignación las visitas de su madre y de su hermana.
Rodolfo estaba enterrado en el jardín, al lado de los árboles de ciruelos...
Lucía se deterioraba mimetizándose con la casa que le hacía compañía.

Diez años mas tarde,  la casa tuvo un cartel en el frente, se vendía a reciclar por muy buen precio; llegaron albañiles, pintores y el barrio recibió la llegada feliz de un matrimonio con hijos jóvenes.
Una noche creyeron haber visto a una pareja paseando por el jardín, a la semana el fenómeno volvió a repetirse.
La casa volvía a ponerse en venta, la gente compraba y vendía, llegaban y se iban sin ningún motivo racional, pasto, maleza y gatos callejeros eran los únicos habitantes.

Los chicos del barrio decían haber visto una pareja de seres traslúcidos paseando del brazo, totalmente ausentes de pertenecer a ésta vida, emanaban una luminosidad que asustaba, los chicos salían corriendo, los chicos nunca mienten.

Trajeron a un manosanta y un cura también,  echaron agua bendita, prendieron velas, incienso...
otra vez la casa iba a ser reciclada,  cuando una vez más Lucía y Rodolfo aparecían del brazo paseando por el jardín, un baldío lleno de maleza y gatos...

El terreno estaba en sucesión, los herederos eran menores de edad.
Un apoderado llevó una cuadrilla de limpieza, quemaron la maleza y la basura que la gente arrojaba, delicias de la ciudad cosmopolita...
Los obreros, cansados, dejaron el taladro de los ciruelos para el día siguiente.

Al caer la noche,  el terreno ardió en llamas, los vecinos dicen haber visto los ciruelos encendidos y abrazados,  caminando juntos, tomados de la mano...

hacia la eternidad.