el suceso
Publicado en Sep 16, 2014
Intentaré ser lo más claro posible aunque no es fácil. Todo comenzó con saludos y palabrería de rigor ante unos amigos que a veces creía desconocidos y otras mis hermanos. Por aquellos días los nombres de los bares no permitían encariñarse con ninguno y las calles atiborradas de humedad morían entre la exuberancia del silencio. Yo comenté: -Si un tío se lanza al vacío y se estrella contra tu coche lo cubrirá el seguro?, me refería al coche por supuesto, después de tres en años en el sector, había aprendido no muchas cosas, pero sí que el suicidio estaba excluido en todo caso de las condiciones particulares de los seguros de vida. ( cara de exorbitante perplejidad de mi amigo)- qué pregunta es esa..? Realmente su respuesta iba más allá, intuía pos supuesto que alguna conexión de mi cerebro no tenía puente con otras, y que era un perfecto sádico. Sin embargo nada más lejos de la realidad, era una duda que pensaba resolver al llegar a la oficina, o quizá no… Despedí a mi pareja, que por cierto, iba conmigo cuando llegué al bar en cuestión, donde los camareros no se molestaron en preguntar si estábamos hambrientos, sedientos, o las dos. Tampoco era mi idea de domingo, así que propuse dar un paseo bajo la fina lluvia que blandía la ciudad. Un viejo amigo de la madre de Rosa( mi pareja) la recogió y la llevó en el coche a casa, nos dimos dos tiernos y efímeros besos y nos dijimos adiós. El coche negro camuflado con la noche salió reptando y se introdujo en el contingente que formaban las rostros adustos de regreso a sus realidades, y al hastío de una vida bien vivida Adoraba esos paseos nocturnos de conversaciones surtidas de existencia y ajenas a la viscosa palabra “crisis” de moda entre los intelectuales y gerifaltes de la nueva Europa La generación perdida, eso era seguro, y dentro de esa maseta, sedimentados en la capa primaria, nos encontrábamos los seres más auténticos y despreciables, aquellos de los que nadie hablaba en facebook ni compartían sus publicaciones No cabía nuestro ego , en un reducto demasiado exiguo para tanto refrito de individualidad, y el hecho de negarnos la ascensión al pedestal de la estupidez fue nuestra suerte o nuestra desgracia… . 2 Al llegar al cruce de Baiona con Sancho el Fuerte, nos detuvimos antes de ser arrollados por una ambulancia, y siguiendo su estela alcanzamos las reverberantes luces rojas y azules en los edificios de ladrillo. Presos incurables del chismorreo, aunque yo lo disimulaba con cierta pericia, nos acercamos al lugar del incidente, en cuya acera se arremolinaban los puntuales curiosos que alzaban sus cuellos hasta el segundo piso. Ambulancia, policía y bomberos. Yo me temía lo peor, a pesar de que I. con un fingido criterio tranquilizador expuso la serie de potenciales motivos de la congregación de instituciones, siendo uno por uno leves consecuencias de edificios habitados por personas decrépitas. Sin duda, éramos unos actores de renombre, jugando a ser héroes con distintos poderes que completaban el círculo intraspasable. Dentro de ese mismo círculo cada uno creía ser consciente de su poder, netamente superior, y confiado de no desatar sospechas de su rayo láser averiado. Nos gustaba sentirnos salvadores de la inocencia y así discurría nuestra verdadera amistad, a veces tropezando por el espinoso sendero, y otras montados sobre la bala silbante del engreimiento. Reflexiones confundidas con las manos ensangrentadas de la mujer que lloraba con estrépito desde su balcón. Me acerqué a la maraña de cabezas agitadas y descubrí el cuerpo de su marido atravesando la luna delantera de un citroen. I. puso la mano sobre mi hombro disuadiéndome del efecto hipnótico de la sangre, que pendía como una catarata arrastrando cientos de cadáveres. La policía nos expulsó abruptamente, y emprendimos la marcha hacia el fin de la noche, constatando efectivamente ,que nuestros poderes “terrenales”, nos habían conducido a una grotesca premonición. Qué culpable me sentía!, incapaz de reaccionar frente a la muerte. A las doce llamó David, con una familiaridad espantosa, y no se todavía por qué descolgué, pues no tenía fuerzas para sumirme en una conversación normal, llena de cumplidos agotadores. I. mientras tanto caminaba con la cabeza erguida, escuchando atentamente el diálogo cansino, no me miraba a mí pero sí me escuchaba, y clavaba sus pasos rectos como en un marcha militar, evocando a tambores de guerra solitarios con la piel más que curtida A las doce y cinco sonó el teléfono de I., y argumentando la llamada de su padre, se escondió detrás de una columna. Estaba muy nervioso y se le cayó el teléfono en dos ocasiones. -Si bien, en otro momento -Lo dejamos para mañana entonces -Sí, ya te lo he dicho, estoy vencido me iré a la cama pronto -Te llamo por la mañana temprano - Puede ser, te avisarán -Que me avisarán de qué? -Adios David -Oye te noto raro, todo bien? (… silencio) -Si quieres ya sabes… para lo que haga falta… -Lo sé -Estás bien seguro? Me estás asustando. Ese que habla de fondo es Héctor? (…sollozos incontenibles) - Qué te pasa tio!? Dime dónde estás -Héctor está muerto..!
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Mara Vallejo D.-
Te felicito por esa facilidad que tienes para las historias; me a gustan, amigo mio. espero poder seguir leyéndolas, gracias por compartirlas.
Abrazos