La historia de las Espadas: El resurgimiento de los guerreros Capítulo II
Publicado en Sep 18, 2014
Capítulo II. Los discípulos de Drulicz.
La aldea Délciran está situada en Oriente, cerca de la frontera con Occidente, y desde hace cinco años los occidentales radicados en ciudades cercanas llegan al pequeño pueblo para instalarse permanentemente, a pesar de que existen conflictos migratorios entre ambos hemisferios. Se generan muchos problemas entre los pueblerinos y los foráneos, el más frecuente es el de la diferencia entre las tradiciones. Por ejemplo, en las noches, la gente oriental se dedica a rezar y a hacer honores al rey oriental Shi-Mao Yun, mientras que los occidentales prefieren ingerir bebidas alcohólicas mientras escuchan música a alto volumen, ya sea de un grupo musical instalado en cualquier lado o por radio, y cantando a capela en los máximos lapsos de ebriedad. Esto ha provocado molestia en los orientales, ya que sus ritos son perturbados por el ruido de los intrusos. - Nosotros no hacemos honores a nuestro Rey, pierden el tiempo, vengan a beber con nosotros, la vida es muy corta para estar todo el día hincados- dicen algunos occidentales a los orientales, cuando éstos reclaman silencio. Aunque ninguno de los dos bandos lo quiere afirmar, la razón de este fenómeno migratorio es que el Rey de Oriente tiene en su poder una de las espadas sagradas, y aunque nunca se ha visto que algún guerrero la porte, para los occidentales representa mayor seguridad, ya que en su lado del mundo estas armas llevan desaparecidas un poco más de 10 años. Cerca de la aldea, a 5 kilómetros al norte, se encuentra una choza, con un piso refinado de madera lisa, las paredes de troncos cortados perfectamente a la mitad, y el techo de paja pulcra y amarilla, con algunos soportes de ramas. Es grande, lo suficiente para que en ella duerman ocho personas y con un salón lo suficientemente amplio para que se pueda transitar libremente. A pesar de ser tan rudimentaria, se encuentra en buen estado. Afuera de la choza se encuentran cuatro hombres. Dos buscan prender una fogata sin fósforos, otro rezar hincado con la cara al suelo. El otro simplemente está recargado en un poste enterrado en el suelo. Los dos hombres iniciando la fogata son John y Abel. El primero, occidental, pelo rubio y corto, ojos azules. Con cuerpo atlético, pero no musculoso, de aproximadamente 23 años. El segundo, occidental, pero de madre oriental, de 18 años, cuerpo menudo y pequeño, cabello ondulado y negro, ojos cafés oscuros. El hombre que ora es Shin, oriental de sangre pura. Parece joven, pero con huellas de persona madura, cabello largo hasta la espalda, negro, ojos oscuros, casi del mismo color que su pelo. El último, es Hart, de 30 años. Su pelo quebrado y totalmente desparramado es gris con todos cafés claros, pero no por las canas. Su piel es clara, acanelada, sus ojos miel, con barba, aunque no abundante, de patilla a patilla. Tiene una mirada en la que arquea las cejas hacia abajo. John trataba de encender el fuego con dos ramas, y al frotarlas con mucha fuerza, provocaba un ruido molesto que rompía el silencio apacible que sólo la naturaleza puede generar. Abel parecía no molestarse con el ruido, pero Hart y a Shin sí. Este último paró de rezar porque se rompió su concentración, Hart cerraba los ojos fuertemente, trataba ignorar el ruido, pero sus oídos se impregnaban de esa apestosa molestia. John se desesperaba por sus esfuerzos infructuosos, cada vez frotaba más rápidamente, el ruido crecía y aumentaba la molestia. Hart, desesperado, gritó: - ¡Ya cállate! Levantó la mano hacia la leña, y ésta se encendió sin escatimar, dejando chamuscada la cara de John, quien lanzó un grito y se echó para atrás amedrentado. - Gracias, Hart- dijo. Hart sólo hizo un gesto de enojo. - Ahora dame los conejos Abel- dijo John. Abel tomó dos pequeños animales muertos, pelados y sin tripas listos para asarse, se los dio a John y éste se puso a cocinarlos. Shin observó todo esto y se dirigió a los jóvenes. - Ustedes los occidentales siempre rompen las reglas de la naturaleza, no les importa, matan y comen animales a su antojo- dijo molesto. - Tenemos hambre, no podemos evitarlo, además, tú también comes carne, no te hagas- respondió John. - Sí, pero yo siempre escojo animales viejos para comer, y no jóvenes que tienen mucho que vivir aún, están rompiendo con el curso de la vida. Dijo esto último y se fue a rezar como antes. John siguió asando su comida mientras criticaba al otro con murmullos. Llegaron al campamento otros dos hombres, uno era fuerte y alto, muy robusto. Parecía un roble. El otro era de la misma estatura, pero delgado. Ambos cargaban dos troncos secos sobre los hombros sin ningún problema. El primero es Bou y el otro Eleazar. Llegaron al lado de la fogata y dejaron caer su carga. - Esto servirá para la noche- dijo Eleazar. - Perfecto- repuso John. Bou observó la fogata y los animales asándose. - ¿Por qué sólo hay comida para dos? - Vamos a comer Abel y yo – respondió John. - ¿A sí? Nosotros trajimos leña para todos y tú nada más cocinas para dos- dijo Eleazar. - Esa obligación se las ordenó el maestro como castigo- dijo John– No lo hicieron por nosotros. - Eres un egoísta– dijo enfurecido Bou. - No, ustedes son unos irresponsables, siempre se meten en problemas- dijo John. - Sí, pues ahora queremos problemas- gritó Bou. Tomó uno de los troncos y se los arrojó a John y Abel, éstos se levantaron para esquivarlo y el tronco dio directo en la fogata, esparciendo las ramas con fuego por todo el lugar y destrozando los conejos crudos. - Ten cuidado tonto- dijo Abel. Bou hizo caso omiso, sujetó el otro tronco con sus enormes manos y se los arrojó otra vez a los cocineros. Se agacharon y éste se impactó en una vara que detenía un tendedero de ropa. Algunas de éstas cayeron sobre las ramas de fuego que se habían esparcido por la transgresión del tronco a la fogata. - Ya basta– gritó John- se está quemando todo. Hart permanecía en el mismo lugar sonriente. Shin dejó de rezar otra vez y con gesto de impaciencia se dirigió a la turba. - Eleazar, tú puedes apagar el fuego, hazlo- gritó Abel. Eleazar simplemente sonrió. John trató de apagar algunas fogatas que se formaban por la mezcla de ramas y ropas esparcidas por toda el área cercana a la choza, aventando tierra con los pies, pero con el tronco caído en el núcleo del fuego encendido y la ropa avivando el fuego, era muy difícil calmarlo. Todo el patio frontal de la casa estaba lleno de calor, Abel corrió por un bote con agua y cuando se enfilaba a apagar fuego en un lugar, Bou le metió el pie y cayó al suelo, desparramándose la tina. - Idiota- gritó Abel, quien se levantó y le tiró un golpe al gigantón, pero éste lo detuvo con una sola mano sin ningún problema. Ante el disturbio, de la choza salió una mujer bella. - Ya basta, paren esto– gritó la joven de pelo castaño y lacio, largo, ojos verdes cristalinos. Se llama Soria - Sí, apaga el fuego Eleazar- dijo Shin con aspecto calmado y le puso un brazo en el hombro. Eleazar alzó los brazos y con un movimiento de éstos empezó a crearse una pequeña tormenta de hielo, que congeló todo y apagó el fuego. En el patio todos se encontraban en silencio, los jóvenes observaban el lugar, totalmente arruinado. Shin meneaba la cabeza con cara de desaprobación; Hart, inmóvil durante todo el espectáculo, seguía sonriendo; Abel se tomaba la mano que Bou le había aprisionado; John estaba con la cara chamuscada otra vez y con los hombros bajos. Eleazar y Bou tenían una risa de satisfacción en la cara. - Debería darles vergüenza- los reprendió Soria- han arruinado todo. La ropa, los troncos y la comida estaban completamente congelados, el poder de Eleazar fue muy productivo. John se acercó a los animales que ahora estaban duros como rocas, los tomó, pero no había nada recuperable. Abel tomó alguna ropa del suelo. - Oh no, mi ropa interior, ¿De quién es ésta?- preguntó el chico. - Es mía tonto- gritó Soria espantada. Se la arrebató de la mano y por el ultraje se rompieron los calzoncillos cristalinos. Eleazar se rio a carcajadas, lo que provocó el enojo de los demás. - De qué te ríes idiota- gritó John– por tu culpa todo se arruinó, y ahora el maestro nos va a matar. - Ese viejo puede hacer lo que quiera- respondió Eleazar- además fue divertido, ¿no es así Bou? - Sí, es lo mejor que he visto en mucho tiempo. Ambos empezaron a reír desmesuradamente. Esto enfureció a John, el cual lanzó un golpe a Eleazar, pero éste lo esquivó haciéndose a un lado. - Eres un tonto, te has vendido- dijo el agredido. Se lanzó contra John, pero fue detenido por Shin, el cual lo sostuvo por los hombros, rodeándolos con sus brazos. - Qué haces, suéltame, ambos somos orientales, debes ayudarme contra ese “perro loco”. - Cómo me llamaste- gritó John envuelto en ira– te voy a destrozar. Se lanzó contra Eleazar pero lo sostuvo Soria. Mientras tanto Bou levantó con un brazo del cuello de la camiseta a Abel, éste pataleaba desesperado y lanzaba golpes al aire, sin conectar ninguno a Bou. Se había vuelto un caos, Eleazar y John trataban de golpearse, pero eran retenidos, Bou se reía de Abel y éste pataleaba de rabia. Hart permanecía inmóvil, siempre recargado en el poste. Sólo se movió para estirar los brazos. No se podían descifrar las cosas que se decían, todos hablaban a la vez, unos para calmar y otros para ofender. De pronto, una figura pequeña salió de la choza, con una pipa en la mano. Drulicz, muy calmado, se dirigió hacia el centro del patio, donde todos estaban peleando. Cuando se colocó entre Eleazar y John, todos se calmaron y dejaron el alboroto para otra ocasión. Abel seguía colgado de Bou, pero sin moverse, mirando fijamente al anciano. Todos lo hacían, esperaban una rabieta del maestro, pero éste estaba tranquilo aún. - Las riñas entre amigos sirven, pero hasta cierto punto, mis discípulos. - Nosotros no somos amigos de nadie, sólo estamos aquí para entrenar, no nos importan los demás- dijo Eleazar, refiriéndose a él y Bou. - Lo mismo opinamos nosotros, no los necesitamos, si están aquí no nos importa– respondió John. - No importa si están a gusto o no con sus compañeros de entrenamiento, todos están aquí por una razón, y al final van a tener que aprender a convivir juntos, para bien de todos– dijo Drulicz. - Yo no veo cómo nos beneficiaría convivir con estos tipos, Eleazar y yo somos de los más fuertes en este lugar, así que no necesitamos de lo demás– dijo Bou. - Ustedes no son de los más fuertes, Shin es el mejor peleador de aquí- dijo John apoyando a Shin sorpresivamente- sólo porque seas el más fuerte no significa que puedas pelear Bou, Shin podría derrotarte en un minuto, y a ti Eleazar, Hart puede derrotarte también, si de poderes se trata. - Veo que mencionas a otros que pueden derrotarme, pero no a ti- dijo Eleazar- ninguno de ustedes podrían ganarnos, y en cuanto a Hart, lo reto cuando sea para ver quién es el mejor- esto último lo dijo mirando a Hart fijamente, el cual no se inmutó. - ¿Qué, acaso no se van a defender?- dijo John observando a los demás. Nadie quería intervenir en la disputa entre John, Bou y Eleazar- ¿Me dejan solo, por qué? - Las palabras huecas casi siempre no importan John- intervino Drulicz- eres muy hablador, pero eres el que ha mostrado menos progreso durante el entrenamiento- John se sonrojó- en cuanto a ustedes– se dirigió a Bou y Eleazar- no estaba hablando solamente a este campo de entrenamiento cuando me refería a que nos haría bien estar en paz, sino a toda la gente en general. - No entiendo cuál es el beneficio para los demás que nosotros nos llevemos bien- dijo Bou- a nadie le importa lo que pase aquí, todos están más preocupados en matarse unos a otros. - Eso es cierto- intervino Eleazar- qué no lees los periódicos, todos los días hay ejecuciones o secuestros, y este año ha sido el que más muertes por el narcotráfico ha habido en las principales ciudades de Occidente, simplemente nos estamos yendo a la mierda. - Y qué me dices del Oriente- respondió John- mucha gente sufre, y algunos hasta se mueren de hambre por darle todo lo que tienen al rey como ofrenda, quien no tiene ni la menor idea de lo que pasa en su pueblo porque se la pasa encerrado en su palacio, y los métodos de tortura que utiliza contra los que no quieren orarle, yo diría que es un tirano. - Mi Rey no es un tirano- gritó Shin- es una tradición desde la antigüedad que el Monarca de Oriente reciba las mejores virtudes de su tierra, para así poder repartirla equitativamente, y la gente que recibe su merecido son los perturbadores del bien común, avariciosos y soberbios, como los occidentales. - Vaya que son unos ignorantes- entró en la plática sorpresivamente Hart, interrumpiendo una discusión que se tornaría interminable- no saben de lo que el viejo está hablando, parece que la razón por la que están aquí la desconocen completamente. La verdad, a mí tampoco me importa la humanidad, pero lo que el anciano quiso decir es que los que están aquí podemos convertirnos en los hombres más fuertes del mundo. - ¿A qué te refieres Hart?- preguntó Eleazar. - A que su querido maestro no les ha dicho la completa verdad de sus intenciones, y ustedes son tan ignorantes como para preguntárselo. - Pero qué querías decir con eso de que aquí podemos convertirnos en los más poderosos, si sólo entrenamos artes marciales- comentó Abel. - Y cómo te atreves a decir que nuestro maestro nos ha mentido- intervino Shin. - Eso pregúntaselo a él- respondió Hart. Shin miró a Drulicz, éste este se mostraba impasible, metió la pipa a su boca. - Bien, entonces lo haré yo- dijo Hart- este viejo no sólo les enseña artes marciales para que sean personas disciplinadas o no sé qué ideas les haya metido en la cabeza, sino que busca también a personas que sean los nuevos defensores de la tierra, por más cursi que se escuche eso. - ¿Qué quieres decir con eso?- dijo John. - Veo que se los tengo que decir con palitos o piedritas… Drulicz es un antiguo guerrero de las espadas sagradas. Todos se quedaron pasmados con estas palabras y voltearon a ver a Drulicz, el cual fumaba su pipa con tranquilidad. - Al parecer no todos ignoraban el principal motivo por el que están aquí, ¿cómo te diste cuenta de todo, Hart? - Bah, era lógico suponer que tú fuiste uno de los portadores de las espadas sagradas- todos entraron en un shock temporal- un viejo, que de repente aparece en esta parte del mundo para entrenar a unos tontos que muy apenas saben usar sus puños para pelear. - Es increíble que nuestro maestro sea uno de los guerreros legen… espera, a quien le dijiste tonto Hart- interrumpió John. - Silencio- dijo Drulicz y levantó la mano derecha- al parecer ya no vale la pena seguir ocultándolo, el motivo por el que están aquí es simple: “No les explicaré la razón por la cual me ubiqué en este lugar en específico, pero sí les diré esto, por azares del destino, o por mera casualidad, ustedes fueron los que llegaron aquí, a este lugar escondido de toda humanidad, en donde llevo casi cinco años y he visto menos personas que en un desierto. Cómo llegaron aquí sólo ustedes lo saben, pero ahora conocen la verdad, la vida está cayendo otra vez en el desastre. La gente está empezando a corromperse, y dejarse llevar por los malos sentimientos que se encuentran en cada uno de ellos. La hora de que nazcan nuevos guerreros para regresar la paz y estabilidad a este planeta pronto llegará, y todos ustedes tienen una cualidad especial que les permite ser aspirantes a obtener una de las espadas. Ahora que ya están aquí, es su decisión, no todos podrán poseer una de las armas más poderosas de la tierra, ustedes deciden si se quieren quedar o retirarse”. Todos guardaron silencio por un rato. Las palabras del maestro los habían dejado atónitos. Sólo se oía el ruido que hacían los pájaros y las hojas moviéndose por el viento. El lugar se llenó de pensamiento y reflexión, todos miraban hacia su futuro. Tenían la oportunidad de ser los héroes más grandes de la tierra. Algunos habían soñado con eso toda su vida, otros con el poder, pero la responsabilidad era grande. Toda la humanidad podría depender de ellos. No era una decisión fácil. Además, todos sabían que si aceptaban el reto, serían rivales. Eran seis, y las espadas sólo tres. Algunos terminarían con las manos vacías. -Sé que no es fácil la decisión, el pensar que todo el mundo dependerá de ustedes- interrumpió Drulicz el silencio- yo también estuve en esta situación, tienen una noche para pensarlo, aunque todos sabemos que nadie se irá, todos estarán mañana aquí, hoy no habrá entrenamiento, pueden hacer lo que quieran. El viejo entró en la casa, y no salió por el resto de día.
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