Un campo negro de flores
Publicado en Sep 22, 2014
Se amaban con desmesura, con una especie de delirio que más bien parecía una enfermedad; entre ellos no existía una familia que se opusiera a su unión, tampoco algún vínculo indisoluble hacia terceras personas, eran ellos y solo ellos depositados en ese universo especialmente creado para su hábitat. Entonces, ¿por qué carajos no estaban juntos?
Por una simple razón, el mucho amor también jode el alma. Juzguen ustedes la historia: Tardaron tiempo en encontrarse, pero el día que lo hicieron una especie de delirio se apoderó de ellos convirtiéndolos en autómatas, obsesos y dispersos. Si eso era sin haber tenido contacto físico imaginen lo que sucedió la primera vez que hicieron el amor, aquel fue el verdadero punto de no retorno. Con cada uno de mis resortes desvencijados puedo contarles de ese primer encuentro sexual y de todos los que vinieron después; ella sobre él, como una especie de valquiria, femenina, dominante, diosa; trastocaba la realidad y se le ofrendaba hasta que el aliento apenas era suficiente, después del aullido de placer su pubis se inflamaba liberando el agua de la vida mojándolo como si se tratara de una unción. Se elevaba con él entre sus brazos y alrededor todo caía de las repisas; la luz tintineaba al tiempo que se sacudían sintiendo el dolor de nacer y morir en una espiral inacabable. Perdía el conocimiento y un vértigo atroz la arrastraba hacia una especie de inframundo para luego despertar en un paisaje celestial donde ella misma era un planeta que orbitaba alrededor de él; su Dios sol, su Dios mundo, su eterno enjuiciamiento. Él, por su lado, eyaculaba y comenzaba a llorar cuantiosamente mientras su cabeza descansaba sobre el ombligo femenino; un momento en que no sabía si su cuerpo se renovaba o fenecía, pensaba que todas las formas conocidas de placer eran códigos erróneos, nada podía definir los espasmos que lo hacían asumirse como el hombre más iluminado y más miserable del mundo sobre todo al comprender que la naturaleza de ese deleite tenía que ser efímera por perfecta y al mismo tiempo plagada de escarpados relieves. Amaba con reverencia a esa mujer pero se sentía condenado por ella, por su anhelo ferviente de tenerla a su lado todo el día, metérsele en las entrañas y vivir para siempre alojado en su corazón. De esa manera, y al no poder encontrar el modo de mantener permanente el termómetro a cuarenta grados, sin pasar por ese infierno que los desarmaba y ensamblaba de formas diferentes cada vez, decidieron separarse pues antes de cualquier otro instinto persiste en el ser humano el de supervivencia y ellos a pesar de todo querían vivir aun cuando eso significara abrazar su monotonía y sonreírle al mundo.
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