En viaje
Publicado en Sep 12, 2009
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             -Buenos dias, papá- y era la tercera vez que lo decía; -buenos dias, papá- volvía a repetir. Entonces saltaba de su cama, recorría el flaco pasillo y se internaba en el baño. La ducha, el agua fría, no le daba la grata euforia que necesitaba. Trataba de secarse con la amplia tohalla, y se envolvía en ella creyéndose el Marajá de Kapurtala, y mientras orinaba en el bidet, pensaba en cómo pasar ese día, vigésimo de diciembre.
Ese diciembre que le calcinaba la piel, porque se presentaba caluroso y húmedo como ninguno, y ya podía ver que lo había jodido bastante al pelarle la espalda el sábado anterior, en la pileta de Ricardo.
Volvió a tener ganas de orinar, pero eran ganas, nada más,porque al enfrentarse con el bidet, un chorrito indeciso se asomo por su pijita. Se la metió dentro de su calzoncillo, se miro en el espejo, se hizo alguna pregunta íntima que no contestó, y salió otra vez para atravesar el pasillo.
-Buenos días, papá- dijo esta vez con voz más firme. Y siguió hasta la cocina: el mate, el té, el café, el vino. EL VINO. El vino era exactamente lo que conformaba su paladar aquella mañana de diciembre. Y mientras saboreaba su aspereza se le ocurrió pensar en el viejo, en la navidad que ya llegaba, en lo llagado de su espalda, en Leticia,(en la costosa Leticia) que todavía se negaba a todo, y por último en él. Aquí se sirvió otro vaso de vino. Pero, ¿quién era él? ¿El amador de Leticia, el macho de Ricardo, el hijo del viejo que aún dormía?
-Buenos días,papá- pensó esta vez, y tragó apurado el vino. ¿Quién era él? Sí. Le gustaba vestir bien. Andar por el centro mostrando exactamente lo que se debe, y lo que no se debe dejarlo para Leticia (cuando se decidiera), o para Ricardo siempre que mediara un golpe de teléfono.
Y mientras tanto qué? Ir al bowling, caminar hasta el puerto, o tomar sol en la costanera, y soñar con ese viaje a Río en Carnavales que le había prometido Ricardo. Después...., su vida estaba ocupada con tantos sueños...; quería navegar: irse, tal vez a Europa. Pero no por el hecho de conocer Europa. París, Roma, Milán, eran, sin duda, hermosos lugares. Pero no era eso lo que realmente importaba. El hecho substancial era viajar en barco; sí, en barco..., a semejanza de esos barcos que mamá le hacía a los ocho años, doblando con ternura la hoja de diario y dejándolo reposar en la bañera. Creía que el fondo del mar era blanco, y que las fuerzas de las olas tenían , exactamente, el ritmo que le marcaban sus pequeñas manos.
Pero ahora había pasado tanto tiempo...
-Buenos días, papá- dijo esta vez con bronca, mientras se servía hasta el borde otro vaso de vino. -Buenos dias, papá- gritó mientras pensaba decir cálidamente (queriendo deshacerse de ese remolino de angustia), -Buenos dias, mamá; buenos días , mamá... cómo estas hoy buena y linda como siempre, mamá, mi mamá; aquí traje el papel para los barcos...
Pero la memoria de las tardes encerradas en el baño, viendo viajar ilustres barcos a los que mamá bautizaba con extraños nombres, no conseguía atenuar la tristeza grande que tenía, ni su gastada melancolía actual.
Él era un hombre simple, gozador de las cosas sencillas, amante de la naturaleza, leal para los amigos...; pero había cosas en lo íntimo de su vida que no entendía, no entendía...
No estaba claro para él, por ejemplo, por qué al pasar por la habitación del viejo debía saludarlo, siendo que siempre dormía, o en el mejor de los casos leía el diario, y no le contestaba. Jamás le contestaba, y había llegado a pensar que el viejo estaba sordo. Pero no. Algo golpeaba en su cabeza, y en el sentido literal de la palabra. Algo se doblaba y rompía cuando saludaba al viejo. No era importante que no lo oyera, o que lo oyera y no le contestara. Entonces, ¿qué era lo que en realidad lo perturbaba? Aquella mañana lo había descubierto en la cocina, mientras llenaba otra vez el vaso con vino: el lugar vacío al lado de la cama que ocupaba el viejo era la clave: el  lugar que ocupaba mamá en vida.
-Buenos días, papá- dijo esta vez entre sollozos.
-Buenos dias, hijo- dijo el padre apareciendo en el marco de la puerta.
Y él se entregó a sus brazos y lo abrazaba, lo abrazaba, mientras pensaba en viajes lejanos y múltiples, en viajes claros y magníficos.
-Buenos días, papá- y lo miró a los ojos llorando plenamente.
-Buenos días, hijo- dijo el viejo casi con miedo, sin entender, -buenos días, hijo. 
                                                                             Guillermo Capece   (año 1973)
 
 
 
 
 
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Descripción

Palabras Clave: madre hijo padre

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Ficcin


Derechos de Autor: Direc. Nac. del Derecho de Autor (G.C.)


Comentarios (4)add comment
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Guillermo Capece

Bueno, mi amigo Inocencio Rex (se me ha puesto en la cabeza que tu nombre es un seudonimo), peropuedoequivocarme, gracias por tus excelentes opiniones que son mejores que mi cuento.
Abrazo
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September 15, 2009
 

inocencio rex

ovación de pie para su brillante relato: es para leerlo y releerlo, para tenerlo en la biblioteca.
le dejo con toda la humildad, 5 estrellitas que hablan por si mismas
Responder
September 14, 2009
 

Guillermo Capece

Gracias, Miguel; creo que conteste a tu generoso comentario, estoy seguro, pero lo debo de haber hecho por otra via, porque aqui no aparece; de todos modos, está mal que diga que a mi tambien me emociona?
Responder
September 13, 2009
 

miguel cabeza

Se me pusieron los ojos con chispitas. Este relato tuyo llama al llanto por todos los vacíos con los que cargamos. Aparte, el reconocimiento al buen escritor que eres.
Un abrazo
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September 12, 2009
 

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