La historia de las Espadas: El resurgimiento de los guerreros. Captulo III
Publicado en Sep 29, 2014
El silencio invadió a los jóvenes, quienes no se atrevían a decir lo que pensaban. De ese momento en adelante, todos tendrían un peso del cual no se podrían deshacer por el resto de sus vidas. Soria rompió el silencio en que los alumnos de Drulicz se encontraban en esa hermosa tarde.
- ¿Qué les pasa?, pensé que se alegrarían de saber la razón por la que están aquí, no entiendo por qué están tan callados, yo creo que es una decisión fácil de tomar. - ¿Tú también sabías que el maestro es Drulicz, uno de los guerreros más famosos en el mundo?– le preguntó Abel curioso por la indiferencia de la mujer ante la noticia de que él y los demás, serían los nuevos héroes. - Sí, lo sabía, porque creen que estoy aquí, yo no entreno como ustedes, sólo ayudo al señor Drulicz en la choza, ya que está muy grande de edad y no puede solo con todo esto. - ¿Por qué no me lo habías dicho?- gritó John sorprendido. - ¿Por qué habría de decírtelo?– replicó Soria con una mirada de complicidad hacia el joven rubio. - Te imaginas lo que podríamos hacer con una de las espadas Eleazar- dijo Bou. Eleazar sólo puso una cara de fascinación, imaginándose lo que sería si la espada estuviera en sus manos. Después de esta pequeña conversación, cada quien tomó su camino y se fueron del campamento, como Drulicz dijo que no habría entrenamiento tenían el día libre, así que cada quién fue a pensar las cosas a su manera. John y Abel fueron a una loma que se encontraba cerca, Shin fue a caminar por el Bosque, Bou y Eleazar fueron a Délciran, la aldea más cercana a la choza y el mejor lugar para divertirse en los alrededores. De Hart no se supo nada. Soria se quedó sola y entró a la choza donde se encontraba Drulicz. - ¿Por qué se fueron tan consternados? pensé que les daría gusto saber que pueden llegar a ser muy fuertes ¿Qué las pasa maestro?- dijo la mujer al viejo. - No es una decisión fácil, ellos lo saben, tú no porque no vas a tener la responsabilidad de proteger la tierra. Millones de humanos, y billones de especies animales, además de las fuerzas de la naturaleza. También está el hecho de que no todos llegarán a ser esos guerreros que desean, de hoy en adelante serán rivales, lo cual puede ser muy destructivo. - ¿Entonces por qué les dijo, no sería mejor que no lo supieran y así ahorrarse todos estos problemas? - Porque para ser portadores de la espada no sólo se necesita talento en los puños, sino también en la mente. Se requiere carácter, sabiduría, perseverancia y, sobre todo, buenos sentimientos. Será parte de la prueba, y tal vez la más importante- concluyó el viejo sonriendo y metió su pipa a la boca. En el bosque, los jóvenes guerreros estaban dispersos por los campos verdes. Bou y Eleazar ya habían llegado a Délciran, Abel y John se dirigían a escalar una pequeña Montaña, donde en la cima se veía una gran perspectiva del paisaje, y Shin sólo buscaba un buen lugar para meditar. John y Abel subían con cierto ánimo hacia la cima, sobre todo John, quien parecía como si estuviera a punto de encontrar algún tesoro a la hora de llegar a la cima. - ¿Alguna vez has ido a la Ciudad Central de Occidente, Abel?– le preguntó al muchacho. - No, nunca, al menos que yo recuerde, tal vez de pequeño lo hice, porque mi papá solía hacer negocios, pero yo era muy chico y no me puedo acordar si alguna vez estuve ahí– contestó el más joven de los discípulos de Drulicz, mientras ambos continuaban su camino. - Bueno, yo creo que es la ciudad más hermosa que existe, sobre todo la parte central, donde se encuentra el castillo de nuestro Rey Baltaz. Ahí la gente parece estar siempre de fiesta, aunque están trabajando, la mayoría tiene algún negocio y todos están comerciando para beneficio de todos, por eso es la ciudad más moderna del mundo. Hay grandes construcciones por todos lados, sistemas de transporte excelentes, es un buen lugar para vivir, no como el dojo, si no estamos entrenando todo se me hace muy aburrido, no hay nada que hacer, más que vagar por el bosque e ir a la aldea cuando Drulicz nos deja. - Eleazar y Bou van a cada rato, siempre que pueden escaparse– dijo Abel. - Sí, y por eso se meten siempre en problemas, sin duda no serían dignos de portar la espada, después de todo el daño que han hecho ¿Sabías que se rumora que fueron criminales? - No, no lo sabía. John, hace rato mencionaste que había un castillo en Ciudad Central, ¿lo has visto?– preguntó Abel muy interesado, y evadiendo el tema de Eleazar y Bou. - Claro que lo he visto. - ¿Alguna vez has entrado? - No– dijo el de cabellera rubia cortantemente, tratando de acabar con la conversación. Siguieron hacia la punta de la montaña, la cual se encontraba en Occidente. Habían cruzado la frontera de hemisferios sin notarlo. A pesar de ser un gran camino y difícil, no parecía afectarles físicamente, su condición era más óptima que la de la mayoría de los deportistas del mundo. - Me gustaría ver el castillo alguna vez, sabes, nunca he salido de los alrededores de Délciran, y no sé qué hay más allá de los mismos, uno de mis sueños es recorrer el mundo, y creo que con las espadas podré lograrlo, sería lo más importante que podría pasar en mi vida sin duda– dijo esto Abel con cierta emoción. - Bueno, no sé si lograrás conseguir una espada, pero sí podrás ver el castillo, y en este mismo momento, ya casi llegamos a la cima– respondió John alegremente. - ¿Qué tiene que ver eso con el castillo, John? - Que el castillo del rey se puede ver desde cualquier parte del mundo, siempre y cuando sea un lugar alto, como la cima de esta Montaña, contémplalo. Habían llegado a la cima y frente a ellos, a lo lejos en el horizonte, se veía una gran luz blanca, casi tan radiante como el Sol. Era inmensa, como un rayo láser lanzado desde la tierra hasta el cielo que se perdía en la nubes. Los jóvenes observaron pasmados esa imagen tan luminosa que empezaba a calarles en los ojos. Pero Abel no parecía comprender. - Esto es hermoso, pero ¿qué tiene que ver con el castillo John? - No lo ves, esa luz tan bella es el castillo mismo. El castillo del Rey Baltaz. De nuestro Rey. Del Rey del lado occidental del mundo, la mejor parte de la tierra para vivir– contestó John fascinado. Estaban tan sorprendidos del panorama que no se dieron cuenta que Shin también había llegado a la cumbre de la Montaña y estaba detrás de ellos. El oriental veía la misma luz, pero no con tanta fascinación como los otros jóvenes. - Esa luz es hermosa, pero ¿Por qué los occidentales necesitan de obras creadas por el hombre para poder sorprenderse? - ¿Quién dijo eso?- volteó John abruptamente, cuando vio a Shin se molestó– Ah, eres tú, ¿Qué pasa? tienes envidia de que en la parte Oriental no haya manifestaciones de esa manera. - No, no tenemos- contestó Shin- pero no las necesitamos, nosotros sí podemos admirar la belleza que nos brinda la tierra sin necesidad de tener que construirla, algo que deberían de aprender en lugar de estar gastando los recursos de nuestro planeta. - ¿Ah sí?, pues dime dónde están esos lugares que dices que pueden sobrepasar la belleza de nuestro castillo. Yo la verdad lo siento imposible de creer. - Pues los hay, y si me siguen se los demostraré. Se quedarán más sorprendidos a como estaban cuando llegué y los vi. Los dos muchachos siguieron al oriental con cierta curiosidad, pero a la vez pensaban que sería imposible encontrar algo tan bello como el castillo del Rey Baltaz en toda la faz de la tierra. Pero fueron tras Shin para comprobarlo. Cruzaron un río, después caminaron por un sendero donde a los lados se encontraban grandes pastizales que con el brillo del sol parecían sembradíos de esmeraldas. La máxima fuente de energía del planeta relucía en el cielo a su máximo esplendor, pero eso no inmutaba a los tres jóvenes que caminaban con mucho ahínco. Después, entraron en una maleza extraña donde se dificultó un poco la travesía. John se dio cuenta que habían dejado el lado occidental del mundo, ya que nunca había visto un cambio tan repentino en la naturaleza. De un grande campo verde cambió rápidamente a una selva oscura y confusa. Así siguieron caminando, hasta que el ambiente se empezó a despejar, los rayos del sol empezaron a verse nuevamente, y frente a ellos se encontró un oasis hermoso que solo en sus sueños pudieran imaginar. En el centro se encontraba un lago. Parecía que el cielo estaba en el suelo también ya que el reflejo en el agua cristalina era idéntico a éste. Las plantas daban frutos jugosos de diversos colores. Y el clima estaba en un punto donde no hacía ni frío ni calor. Probaron los frutos y un elixir tocó sus labios. Bebieron del agua y sintieron la fuente de la juventud pasar por sus gargantas. Se recostaron bajo la sombra de un árbol y sintieron como si un colchón esponjoso se acomodara a la perfección en sus espaldas. Ahí se quedaron dormidos hasta que el sol se fue y los ruidos de la noche los despertaron. Se dieron cuenta que tenían que regresar al dojo de Drulicz, ya que no tenían permitido pasar la noche fuera de la casa del anciano. Así que se apresuraron. Se fueron juntos. No se habían dado cuenta aún, pero habían convivido un día entero a pesar de haber tenido diferencias anteriormente. - Sin duda el lugar que nos mostraste era muy bueno Shin ¿Cómo lo encontraste?– preguntó John. - Uno como oriental siempre busca un lugar donde pueda estar tranquilamente, lejos de todas las distracciones que el mundo nos brinda. - Pues ese lugar sí que irradiaba una tranquilidad y serenidad muy buenas, Shin, ¿podemos venir mañana? – preguntó Abel. - Tal vez, pero no cuando estoy rezando y en estado de concentración– respondió Shin. - Y cuando es eso. - En la mañana y en la tarde. - Genial– dijo John en tono sarcástico. Regresaron al campamento, todos los demás ya se encontraban ahí. - ¿Dónde han estado?- preguntó Bou- ya todos accedimos a estar aquí hasta el final, sólo faltaban ustedes, pensábamos que ya se habían asustado y huido. Bou y Eleazar rieron, en eso salió Drulicz a recibir a los discípulos perdidos. - ¿Ya tomaron una decisión?- preguntó el anciano. - Sí -contestaron los tres al unísono– nos quedamos. - Bien– contestó Drulicz con una sonrisa de satisfacción, y volvió entrar. Los seis jóvenes se quedaron afuera mientras el enorme manto negro con puntos blancos los cubría.
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