La historia de las Espadas: El resurgimiento de los guerreros. Capítulo IV
Publicado en Oct 02, 2014
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Capítulo IV. El entrenamiento.
Los siguientes meses fueron un mártir para los jóvenes que ansiaban tener en sus manos una de las espadas legendarias. Desde el día hasta el atardecer entrenaban con poco descanso y dejaban hasta la última gota de sudor en el suelo. Las heridas y lesiones de entrenamiento no se hicieron esperar. John terminó con heridas en el pecho luego de cargar una roca gigante con sus brazos. No pudo sostenerla por el tiempo que había estipulado su maestro y le cayó encima. Estuvo en cama dos semanas cuidado por Soria. Abel se fracturó la nariz luego de recibir un golpe de Eleazar en una pelea de práctica, pero el ambiente entre éstos parecía cada vez más entrar en armonía, y la estancia de los futuros héroes en el dojo de Drulicz se hacía menos difícil, excepto por Hart.
- No necesito entrenar, ya conozco todo lo que tengo que saber– decía cuando se le invitaba a participar en los entrenamientos.
- Te aseguro que no puedes levantar esta roca como yo- dijo Bou, levantando la piedra con una mano.
 
Hart alzó la mano y de ella salió un destello del color del fuego, que destruyó el objeto, quedando solo polvo en la mano de Bou, quien tenía la cara chamuscada y con expresión de sorpresa.
- No lo necesito – repitió Hart.
 
No convivía con nadie, se la pasaba parado al lado del dojo esperando el momento de recibir lo que anhelaban todos, una espada.
El entrenamiento constaba usualmente de competencias entre los contendientes. Una carrera por el bosque en la que el primero que regresara con el más grande animal para comer ganaría. Levantaban piedras o hacían ejercicios de resistencia, como escalar una cascada, correr más de 10 kilómetros cuando el sol ardía más y saltar de rama en rama de los árboles. Luego Drulicz les enseñaba artes marciales y ellos entrenaban entre sí.
Un día, en el campo, John se encontraba con unos conejos en las manos. Caminaba entre los árboles espesos que no dejaban entrar la luz, solo pequeños rayos luminosos. El ambiente se encontraba sumamente tranquilo. Inesperadamente, la temperatura empezó a bajar, empezó a arrojar vapor por la boca, y el pasto verde empezó a teñirse de color blanco.
- Ya basta Eleazar -dijo John- ¿Qué quieres?
No hubo respuesta, sólo risas. John sabía que Eleazar y Bou se encontraban en ese lugar.
- Que sorpresa “güerito”, veo que ya encontraste comida- dijo Eleazar, cuando él y Bou salieron de entre los árboles frente a John y le dieron la cara.
- Sí, y qué, ¿cómo van ustedes?
- La verdad es que no hemos cazado, hemos estado aquí, pasando el rato, esperando a que alguien se asomara por aquí para quitarle su comida- respondió Bou con su voz grave.
 
John al principio no parecía entender, pero después apretó con las manos los dos conejos que tenía. Los dos hombres de enfrente querían arrebatarle su alimento para ganar la competencia.
La sonrisa esbozada de Bou y Eleazar provocaba incertidumbre en John.
- Son unos malditos, no pueden jugar limpio, ya se me hacía extraño que se estuvieran portando bien estos últimos días.
- Basta de habladurías, danos los conejos o te atacamos- dijo Eleazar.
 
Pero antes de que John pudiera contestar Bou arremetió contra él. Con el hombro, golpeó en el pecho a John, quien fue a chocar contra un árbol, el cual se rompió a la mitad. Adolorido, John se levantó y alcanzó a saltar para esquivar a Bou, quien nuevamente iba directamente contra él. Bou se tropezó con el árbol y cayó. John todavía estaba en el aire cuando sintió una corriente helada recorrer su cuerpo. Cuando miró hacia abajo, se dio cuenta que la mitad de su cuerpo estaba congelada, Eleazar lo había atacado.
John cayó al suelo con los animales en la mano como un saco tieso.
- Me las van a pagar, sólo porque son dos contra uno, sino los hubiera derrotado- gritó John.
- Ya cállate, danos los conejos y te dejaremos ahí, sin molestarte- le respondió Eleazar, mientras su otro compañero se levantaba.
 
Bou tomó los conejos por un lado y trataba de arrebatárselos, pero John los tomaba con igual fuerza. De pronto, Bou sintió un golpe en la mano y soltó los conejos, retrocedió unos pasos mientras se la sobaba. Shin había aparecido en escena junto a Abel, ambos llevaban un animal muerto en la mano.
- Ya déjenlo en paz- dijo Abel, hay comida para todos ya que Shin y yo también cazamos, perdieron la competencia, ya será para la otra.
- Cállate mocoso si no quieres que te rompa otra vez la nariz, tú no nos vas a decir lo que tenemos que hacer- repuso Eleazar- de hecho, Bou quítale el conejo que tiene.
 
El gigante se fue directo a Abel, quien al verse amenazado por alguien con el doble de tamaño que él, se quedó paralizado en el mismo lugar, sólo esperando a ser impactado por la bola de masa que venía hacia donde estaba. Pero de pronto se oyó un fuerte estruendo, como si una roca gigante se hubiera estrellado contra una pared. Shin había detenido a Bou, quien parecía hacer un asombroso esfuerzo por seguir avanzando, pero las manos del Oriental estaban en sus hombros y no lo dejaban pasar. Shin arrojó a Bou unos metros atrás, pero este arremetió y lanzó un golpe a una velocidad increíble a Shin, quien lo esquivo a duras penas, para luego asestarle un puñetazo en el estómago. Se hizo una pausa, donde hubo silencio. El gigante dio unos pasos para atrás tomándose del estómago, luego abrió la boca para escupir una gran bocanada de aire y cayó al suelo irremediablemente, quedó tendido tratando de recuperar su respiración. Eleazar se quedó perplejo por un momento, pero luego lanzó su poder congelante contra Shin, quien no pudo evitarlo, solo alcanzó a meter la mano derecha y esta le quedó completamente congelada.
- No esperabas eso verdad- le dijo Eleazar desafiante- ahora te congelaré completamente para que dejes de molestarnos.
 
Eleazar apuntó su mano con la palma extendida hacia Shin, que se agarraba la mano derecha congelada, impotente y resignado a recibir el ataque. John miraba con atención toda la situación, queriendo ayudar pero no podía moverse porque no sentía su cuerpo de la cintura para abajo. Eleazar miraba a Shin con una risa de satisfacción, saboreaba ese momento, pero antes de que pudiera congelar completamente a su enemigo, sintió un puño incrustársele en la mejilla derecha. El impactó lo hizo caer y una pequeña tira roja salió por la comisura de sus labios. Al lado de él estaba Abel mirándolo desafiante.
- Ya basta de esto- dijo el chico, sobándose la mano izquierda- como te dije antes, tenemos la comida suficiente, no hay necesidad de pelear.
- No te esperabas eso verdad Eleazar, Abel dale su merecido ahora mismo- gritaba John unos metros atrás de ellos.
- Bien chico, tú te lo has buscado, te iba a dejar tranquilo después de dejar al greñudo rígido como una estatua, pero ahora te daré una paliza que nunca olvidarás- dijo Eleazar furioso poniéndose de pie.
- Bien, como quieras, pero si me vas a dar una paliza como dices, hazlo a mano limpia sin ningún tipo de truco.
- Oh, como quieras enano, usaré solo mis manos para dejarte tan tieso como los pies de John.
- No te vas a ir limpio- lo encaró Abel.
 
Ambos se pusieron en guardia dispuestos a pelear, pero Bou, Shin y John sabían quién iba a ganar el encuentro. En otros entrenamientos anteriores, Eleazar casi siempre tomaba a Abel de su costal de box y le propinaba golpes al por mayor, aunque en una pelea de verdad podría ser distinto. El primero en atacar fue Eleazar, quien propinó dos golpes secos y rotundos a la nariz de Abel, quien ni siquiera los vio venir. Retrocedió mientras se tomaba la nariz, sus fosas nasales se taparon ya que empezaron a sangrar tanto que el cuello y el pecho pronto se les tiñeron de rojo.
- Me volviste a quebrar la nariz- dijo Abel.
- Eso te pasa por bravucón, pero debo admitir que eres valiente al retarme, sólo por eso no te fracturaré ninguno de los otros huesos, debes de darme las gracias al ser tan compasivo contigo- dijo Eleazar victorioso mientras se acercaba a Abel.
 
Los otros veían este suceso como normal, pero cuando Eleazar se preparaba para atacar a Abel, no vio venir una patada del muchacho que le fue a dar en el pómulo izquierdo. El golpe lo mandó directo al suelo para sorpresa de todos. Eleazar miraba con asombro a Abel, mientras éste estaba de pie todavía en guardia. Eleazar se levantó más disgustado de lo que estaba anteriormente. No tenía palabras para describir lo que había pasado. La primera vez que Abel lo golpeó estaba desprevenido, tratando de atacar de Shin, y era normal que el chico pudiera golpearlo con esa facilidad, pero esa vez él iba justo a atacar a Abel y no pudo mirar siquiera cuando el pie lo golpeó. John, Shin y Bou seguían viendo con asombro aquella situación, no recordaban que en algún entrenamiento Abel pudiera moverse tan rápido y golpear tan duro. Ni tampoco sabían que Abel podía mirar a una persona como estaba viendo a Eleazar, de una forma desafiante, convencido de que ganaría aquella batalla, aunque estuviera lejos de lograrlo.
- Si crees que por un buen golpe ya la tienes ganada estás muy equivocado- comentó Eleazar- debo admitir que me sorprendiste con esa patada, pero un golpe de suerte lo puede tener cualquiera, ahora verás quién es el ganador.
 
En ese instante Eleazar fue contra Abel, pero un silbido impidió que volvieran a pelear. Todos voltearon a donde surgió ese sonido, vieron a Soria, bella como siempre con sus pantalones y playera contorneando su figura, quien salía de entre los árboles.
- Vaya, no puede el maestro darles una tarea porque ustedes lo agarran para juego y se ponen a pelear como una bola de cerdos sin cerebro, debería darles vergüenza, tienen más de un año ya conviviendo todos juntos y no pueden pasar un rato a solas sin darse de moquetes. Tienen suerte de que Drulicz no los haya visto, de seguro les daría una paliza a todos juntos.
- Ese viejo no me daría una paliza, y no deberías preocuparte nena, ya que nada más estábamos jugando, como puedes ver ya tenemos comida para todos- contestó Eleazar.
- No la llames nena- replicó John, todavía tirado en el suelo.
- ¿Qué haces aquí de todos modos Soria? deberías estar preparando el fuego para cuando lleguemos con la comida- preguntó Shin, sobándose el brazo derecho.
- Ya lo hice, y estoy aquí porque Drulicz me mandó por ustedes, ya deberían de haber llegado al campamento, se han tardado más de lo habitual- respondió la mujer.
- Sí, bueno ya vamos todos para allá- dijo John- alguien puede ayudarme, no puedo caminar.
 
Soria fue a ayudar a John, Abel iba a hacer lo mismo, pero antes Eleazar le dio una mirada amenazadora mientras escupía sangre, e hizo una mueca de desprecio. Todos emprendieron la marcha al dojo de Drulicz.
Tardaron media hora en llegar al campamento, el fuego ya se había extinguido y pasaba más de medio día. Drulicz los esperaba sentado en los escalones de la entrada de la casa fumando su rudimentaria pipa. Hart estaba recargado en uno de los postes que se utilizaba para entrenar, escupió al suelo cuando vio que los demás llegaban. Abel y Soria llevaban a John cargando, Shin iba aún con la mano congelada, y Eleazar llevaba a Bou recargado en su costado, ya que a pesar de recuperar el aire, le dolía el estómago. Todos se sorprendieron al ver a Drulicz esperándolos, sabían que les daría una buena reprimenda. El anciano los miró. John paralizado de la cintura para abajo, Shin con una mano que parecía estar muerta, Abel con la nariz roja y su camiseta teñida del mismo color a la altura del pecho, Bou apenas en pie y con un moretón de color negro en el estómago, y Eleazar con varios moretones en la cara, solo podía decir una cosa.
- Veo que han estado ocupados mientras Hart y yo estamos aquí muriéndonos de hambre, espero que hayan disfrutado de un buen entrenamiento, por cierto, todos perdieron la competencia de la comida– todos estaban mirándolo, no parecía importarles haber perdido esa competencia. Drulicz prosiguió:
- Al parecer cada quien recibió su merecido, no me importa saber quién empezó o quién tuvo la culpa. Estamos aquí por un bien común, tratar de salvar este mundo del mal que está empezando a gestarse, y con actitudes como éstas no creo que las espadas quieran ser portadas por alguien como ustedes. No sé si sepan, pero el hecho de que estén aquí conmigo no quiere decir que ya tengan asegurada una espada– todos lo miraron sorprendidos- ¿Qué les pasa? no sabían que no hay manera de descifrar quien será el portador, ni cuándo ni dónde surgirán los nuevos guerreros tampoco. Todo depende de ellas.
 
De pronto, detrás del anciano, que ya se había levantado, salieron por la puerta las tres espadas que tenía en su poder. Flotaban en el aire. El ambiente se empezó a llenar de cierta paz que nunca nadie ahí presente había sentido, excepto Drulicz.
- Estas son las espadas que portamos mis amigos y yo – dijo el anciano- Alferix, el paciente y espigado oriental tenía la de tierra. Dicen que la espada de tierra debe ser portada por una persona firme, equilibrada, paciente, estable y segura de sí misma, como la tierra que forma los valles y los hemisferios de este mundo. Cartwridge tenía la de agua, él era una persona muy soñadora, pero razonable a la vez, capaz de estar tranquilo por un momento y despertar todas sus emociones en otro instante, las personas que usan esta espada suelen ser muy impredecibles en su comportamiento, así como las aguas de nuestros océanos, que así como están apacibles en los días soleados, se pueden convertir en monstruos indomables que arrasan todo lo que se encuentra en su camino. Por último, yo porté la espada de fuego. Yo, el valiente y temerario Drulicz, o así era como me llamaban mis amigos. El portador de esta espada debe ser una persona valiente, con el coraje para poder realizar los sueños que desee, con una pasión interna que le permita exponerse al máximo, así como el fuego, que se levanta de entre las cenizas y que renace y se convierte en uno de los elementos más importantes de la naturaleza. La cuarta espada es la de viento, la cual está en manos del rey del hemisferio Oriental Shi-Mao Yun, pero nadie la usa. Esta espada es para las personas que aman la libertad más que a nada en este mundo. Como el viento, que es libre y deambula por toda la tierra, por eso se dice que esta espada no se puede mantener cerca de las otras por mucho tiempo, pero son supersticiones. Como ven, cada espada tiene su propia vida y su forma de ser, pero lo que las hace las más poderosas del mundo, es que nunca se equivocan en el guerrero al que escogen, y sobre todo, renacen en el momento apropiado para salvar la tierra. Los más triste de todo esto es que hasta el momento nadie de ustedes es lo suficientemente capaz de obtener una espada, y el primero que llegó de ustedes fue hace casi cinco años.
 
Todos guardaron un silencio de sepultura, el único que no parecía estar consternado por estas palabras era Hart.
- Bonito discurso anciano, pero se te olvidó mencionar otra espada no, son cinco, o que acaso estás perdiendo la memoria.
- No le hables así al maestro Hart, le debes respeto por tenerte aquí a pesar de tu actitud- le respondió Shin a Hart.
 
Hart y Shin se dieron una mirada diabólica, pero antes de que alguien pudiera hacer algo Drulicz intervino:
- Está bien Shin, no se me ha olvidado la última espada Hart, el problema es que no sé qué elemento es ni dónde está o quién la tiene, esa espada siempre fue un misterio para nosotros, nuestro maestro Sebastián nunca nos quiso revelar nada sobre la última espada.
- Bah, así que no sabes todo sobre las espadas viejo, y que tanto sabes sobre el Ritual de los Lamentos, dicen que con éste se puede obtener el poder de la espada sin necesidad de merecerla como tú dices.
- No sé nada sobre eso, pero te puedo decir que no creo que exista nada que pueda engañar la espiritualidad de la espada- le contestó el anciano.
 
Hart puso una cara de indiferencia ante esas palabras y se volteó a ver los árboles que estaban cerca del lugar. Las espadas seguían suspendidas en el aire, relucientes y hermosas, todos con excepción de Hart y Shin las veían anonadados. De pronto se movieron y fueron a parar a las manos de Drulicz.
- Bien, espero que esta conversación les haya dado qué pensar, y si en verdad quieren ser unos guerreros y pelear por este mundo, tienen que mejorar la actitud que muestran hasta ahora.
 
Drulicz entró a su dojo seguido de las espadas. Los demás se quedaron contemplando aún el camino que las armas habían dejado en el viento.
- Cielos, en verdad que el maestro es un apasionado del poder que te dan las espadas no- dijo John. Nadie le respondió.
 
Los jóvenes estuvieron callados todo el día hasta que anocheció y se quedaron dormidos. Ese día no hubo entrenamiento.
 
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Descripción

Capítulo IV. El entrenamiento. Los siguientes meses fueron un mártir para los jóvenes que ansiaban tener en sus manos una de las espadas legendarias. Desde el día hasta el atardecer entrenaban con poco descanso y dejaban hasta la última gota de sudor en el suelo. Las heridas y lesiones de entrenamiento no se hicieron esperar. John terminó con heridas en el pecho luego de cargar una roca gigante con sus brazos. No pudo sostenerla por el tiempo que había estipulado su maestro y le cayó encima. Estuvo en cama dos semanas cuidado por Soria. Abel se fracturó la nariz luego de recibir un golpe de Eleazar en una pelea de práctica, pero el ambiente entre éstos parecía cada vez más entrar en armonía, y la estancia de los futuros héroes en el dojo de Drulicz se hacía menos difícil, excepto por Hart. - No necesito entrenar, ya conozco todo lo que tengo que saber– decía cuando se le invitaba a participar en los entrenamientos. - Te aseguro que no puedes levantar esta roca como yo- dijo Bou, levantando la piedra con una mano. Hart alzó la mano y de ella salió un destello del color del fuego, que destruyó el objeto, quedando solo polvo en la mano de Bou, quien tenía la cara chamuscada y con expresión de sorpresa. - No lo necesito – repitió Hart. No convivía con nadie, se la pasaba parado al lado del dojo esperando el momento de recibir lo que anhelaban todos, una espada. El entrenamiento constaba usualmente de competencias entre los contendientes. Una carrera por el bosque en la que el primero que regresara con el más grande animal para comer ganaría. Levantaban piedras o hacían ejercicios de resistencia, como escalar una cascada, correr más de 10 kilómetros cuando el sol ardía más y saltar de rama en rama de los árboles. Luego Drulicz les enseñaba artes marciales y ellos entrenaban entre sí. Un día, en el campo, John se encontraba con unos conejos en las manos. Caminaba entre los árboles espesos que no dejaban entrar la luz, solo pequeños rayos luminosos. El ambiente se encontraba sumamente tranquilo. Inesperadamente, la temperatura empezó a bajar, empezó a arrojar vapor por la boca, y el pasto verde empezó a teñirse de color blanco. - Ya basta Eleazar -dijo John- ¿Qué quieres? No hubo respuesta, sólo risas. John sabía que Eleazar y Bou se encontraban en ese lugar. - Que sorpresa “güerito”, veo que ya encontraste comida- dijo Eleazar, cuando él y Bou salieron de entre los árboles frente a John y le dieron la cara. - Sí, y qué, ¿cómo van ustedes? - La verdad es que no hemos cazado, hemos estado aquí, pasando el rato, esperando a que alguien se asomara por aquí para quitarle su comida- respondió Bou con su voz grave. John al principio no parecía entender, pero después apretó con las manos los dos conejos que tenía. Los dos hombres de enfrente querían arrebatarle su alimento para ganar la competencia. La sonrisa esbozada de Bou y Eleazar provocaba incertidumbre en John. - Son unos malditos, no pueden jugar limpio, ya se me hacía extraño que se estuvieran portando bien estos últimos días. - Basta de habladurías, danos los conejos o te atacamos- dijo Eleazar. Pero antes de que John pudiera contestar Bou arremetió contra él. Con el hombro, golpeó en el pecho a John, quien fue a chocar contra un árbol, el cual se rompió a la mitad. Adolorido, John se levantó y alcanzó a saltar para esquivar a Bou, quien nuevamente iba directamente contra él. Bou se tropezó con el árbol y cayó. John todavía estaba en el aire cuando sintió una corriente helada recorrer su cuerpo. Cuando miró hacia abajo, se dio cuenta que la mitad de su cuerpo estaba congelada, Eleazar lo había atacado. John cayó al suelo con los animales en la mano como un saco tieso. - Me las van a pagar, sólo porque son dos contra uno, sino los hubiera derrotado- gritó John. - Ya cállate, danos los conejos y te dejaremos ahí, sin molestarte- le respondió Eleazar, mientras su otro compañero se levantaba. Bou tomó los conejos por un lado y trataba de arrebatárselos, pero John los tomaba con igual fuerza. De pronto, Bou sintió un golpe en la mano y soltó los conejos, retrocedió unos pasos mientras se la sobaba. Shin había aparecido en escena junto a Abel, ambos llevaban un animal muerto en la mano. - Ya déjenlo en paz- dijo Abel, hay comida para todos ya que Shin y yo también cazamos, perdieron la competencia, ya será para la otra. - Cállate mocoso si no quieres que te rompa otra vez la nariz, tú no nos vas a decir lo que tenemos que hacer- repuso Eleazar- de hecho, Bou quítale el conejo que tiene. El gigante se fue directo a Abel, quien al verse amenazado por alguien con el doble de tamaño que él, se quedó paralizado en el mismo lugar, sólo esperando a ser impactado por la bola de masa que venía hacia donde estaba. Pero de pronto se oyó un fuerte estruendo, como si una roca gigante se hubiera estrellado contra una pared. Shin había detenido a Bou, quien parecía hacer un asombroso esfuerzo por seguir avanzando, pero las manos del Oriental estaban en sus hombros y no lo dejaban pasar. Shin arrojó a Bou unos metros atrás, pero este arremetió y lanzó un golpe a una velocidad increíble a Shin, quien lo esquivo a duras penas, para luego asestarle un puñetazo en el estómago. Se hizo una pausa, donde hubo silencio. El gigante dio unos pasos para atrás tomándose del estómago, luego abrió la boca para escupir una gran bocanada de aire y cayó al suelo irremediablemente, quedó tendido tratando de recuperar su respiración. Eleazar se quedó perplejo por un momento, pero luego lanzó su poder congelante contra Shin, quien no pudo evitarlo, solo alcanzó a meter la mano derecha y esta le quedó completamente congelada. - No esperabas eso verdad- le dijo Eleazar desafiante- ahora te congelaré completamente para que dejes de molestarnos. Eleazar apuntó su mano con la palma extendida hacia Shin, que se agarraba la mano derecha congelada, impotente y resignado a recibir el ataque. John miraba con atención toda la situación, queriendo ayudar pero no podía moverse porque no sentía su cuerpo de la cintura para abajo. Eleazar miraba a Shin con una risa de satisfacción, saboreaba ese momento, pero antes de que pudiera congelar completamente a su enemigo, sintió un puño incrustársele en la mejilla derecha. El impactó lo hizo caer y una pequeña tira roja salió por la comisura de sus labios. Al lado de él estaba Abel mirándolo desafiante. - Ya basta de esto- dijo el chico, sobándose la mano izquierda- como te dije antes, tenemos la comida suficiente, no hay necesidad de pelear. - No te esperabas eso verdad Eleazar, Abel dale su merecido ahora mismo- gritaba John unos metros atrás de ellos. - Bien chico, tú te lo has buscado, te iba a dejar tranquilo después de dejar al greñudo rígido como una estatua, pero ahora te daré una paliza que nunca olvidarás- dijo Eleazar furioso poniéndose de pie. - Bien, como quieras, pero si me vas a dar una paliza como dices, hazlo a mano limpia sin ningún tipo de truco. - Oh, como quieras enano, usaré solo mis manos para dejarte tan tieso como los pies de John. - No te vas a ir limpio- lo encaró Abel. Ambos se pusieron en guardia dispuestos a pelear, pero Bou, Shin y John sabían quién iba a ganar el encuentro. En otros entrenamientos anteriores, Eleazar casi siempre tomaba a Abel de su costal de box y le propinaba golpes al por mayor, aunque en una pelea de verdad podría ser distinto. El primero en atacar fue Eleazar, quien propinó dos golpes secos y rotundos a la nariz de Abel, quien ni siquiera los vio venir. Retrocedió mientras se tomaba la nariz, sus fosas nasales se taparon ya que empezaron a sangrar tanto que el cuello y el pecho pronto se les tiñeron de rojo. - Me volviste a quebrar la nariz- dijo Abel. - Eso te pasa por bravucón, pero debo admitir que eres valiente al retarme, sólo por eso no te fracturaré ninguno de los otros huesos, debes de darme las gracias al ser tan compasivo contigo- dijo Eleazar victorioso mientras se acercaba a Abel. Los otros veían este suceso como normal, pero cuando Eleazar se preparaba para atacar a Abel, no vio venir una patada del muchacho que le fue a dar en el pómulo izquierdo. El golpe lo mandó directo al suelo para sorpresa de todos. Eleazar miraba con asombro a Abel, mientras éste estaba de pie todavía en guardia. Eleazar se levantó más disgustado de lo que estaba anteriormente. No tenía palabras para describir lo que había pasado. La primera vez que Abel lo golpeó estaba desprevenido, tratando de atacar de Shin, y era normal que el chico pudiera golpearlo con esa facilidad, pero esa vez él iba justo a atacar a Abel y no pudo mirar siquiera cuando el pie lo golpeó. John, Shin y Bou seguían viendo con asombro aquella situación, no recordaban que en algún entrenamiento Abel pudiera moverse tan rápido y golpear tan duro. Ni tampoco sabían que Abel podía mirar a una persona como estaba viendo a Eleazar, de una forma desafiante, convencido de que ganaría aquella batalla, aunque estuviera lejos de lograrlo. - Si crees que por un buen golpe ya la tienes ganada estás muy equivocado- comentó Eleazar- debo admitir que me sorprendiste con esa patada, pero un golpe de suerte lo puede tener cualquiera, ahora verás quién es el ganador. En ese instante Eleazar fue contra Abel, pero un silbido impidió que volvieran a pelear. Todos voltearon a donde surgió ese sonido, vieron a Soria, bella como siempre con sus pantalones y playera contorneando su figura, quien salía de entre los árboles. - Vaya, no puede el maestro darles una tarea porque ustedes lo agarran para juego y se ponen a pelear como una bola de cerdos sin cerebro, debería darles vergüenza, tienen más de un año ya conviviendo todos juntos y no pueden pasar un rato a solas sin darse de moquetes. Tienen suerte de que Drulicz no los haya visto, de seguro les daría una paliza a todos juntos. - Ese viejo no me daría una paliza, y no deberías preocuparte nena, ya que nada más estábamos jugando, como puedes ver ya tenemos comida para todos- contestó Eleazar. - No la llames nena- replicó John, todavía tirado en el suelo. - ¿Qué haces aquí de todos modos Soria? deberías estar preparando el fuego para cuando lleguemos con la comida- preguntó Shin, sobándose el brazo derecho. - Ya lo hice, y estoy aquí porque Drulicz me mandó por ustedes, ya deberían de haber llegado al campamento, se han tardado más de lo habitual- respondió la mujer. - Sí, bueno ya vamos todos para allá- dijo John- alguien puede ayudarme, no puedo caminar. Soria fue a ayudar a John, Abel iba a hacer lo mismo, pero antes Eleazar le dio una mirada amenazadora mientras escupía sangre, e hizo una mueca de desprecio. Todos emprendieron la marcha al dojo de Drulicz. Tardaron media hora en llegar al campamento, el fuego ya se había extinguido y pasaba más de medio día. Drulicz los esperaba sentado en los escalones de la entrada de la casa fumando su rudimentaria pipa. Hart estaba recargado en uno de los postes que se utilizaba para entrenar, escupió al suelo cuando vio que los demás llegaban. Abel y Soria llevaban a John cargando, Shin iba aún con la mano congelada, y Eleazar llevaba a Bou recargado en su costado, ya que a pesar de recuperar el aire, le dolía el estómago. Todos se sorprendieron al ver a Drulicz esperándolos, sabían que les daría una buena reprimenda. El anciano los miró. John paralizado de la cintura para abajo, Shin con una mano que parecía estar muerta, Abel con la nariz roja y su camiseta teñida del mismo color a la altura del pecho, Bou apenas en pie y con un moretón de color negro en el estómago, y Eleazar con varios moretones en la cara, solo podía decir una cosa. - Veo que han estado ocupados mientras Hart y yo estamos aquí muriéndonos de hambre, espero que hayan disfrutado de un buen entrenamiento, por cierto, todos perdieron la competencia de la comida– todos estaban mirándolo, no parecía importarles haber perdido esa competencia. Drulicz prosiguió: - Al parecer cada quien recibió su merecido, no me importa saber quién empezó o quién tuvo la culpa. Estamos aquí por un bien común, tratar de salvar este mundo del mal que está empezando a gestarse, y con actitudes como éstas no creo que las espadas quieran ser portadas por alguien como ustedes. No sé si sepan, pero el hecho de que estén aquí conmigo no quiere decir que ya tengan asegurada una espada– todos lo miraron sorprendidos- ¿Qué les pasa? no sabían que no hay manera de descifrar quien será el portador, ni cuándo ni dónde surgirán los nuevos guerreros tampoco. Todo depende de ellas. De pronto, detrás del anciano, que ya se había levantado, salieron por la puerta las tres espadas que tenía en su poder. Flotaban en el aire. El ambiente se empezó a llenar de cierta paz que nunca nadie ahí presente había sentido, excepto Drulicz. - Estas son las espadas que portamos mis amigos y yo – dijo el anciano- Alferix, el paciente y espigado oriental tenía la de tierra. Dicen que la espada de tierra debe ser portada por una persona firme, equilibrada, paciente, estable y segura de sí misma, como la tierra que forma los valles y los hemisferios de este mundo. Cartwridge tenía la de agua, él era una persona muy soñadora, pero razonable a la vez, capaz de estar tranquilo por un momento y despertar todas sus emociones en otro instante, las personas que usan esta espada suelen ser muy impredecibles en su comportamiento, así como las aguas de nuestros océanos, que así como están apacibles en los días soleados, se pueden convertir en monstruos indomables que arrasan todo lo que se encuentra en su camino. Por último, yo porté la espada de fuego. Yo, el valiente y temerario Drulicz, o así era como me llamaban mis amigos. El portador de esta espada debe ser una persona valiente, con el coraje para poder realizar los sueños que desee, con una pasión interna que le permita exponerse al máximo, así como el fuego, que se levanta de entre las cenizas y que renace y se convierte en uno de los elementos más importantes de la naturaleza. La cuarta espada es la de viento, la cual está en manos del rey del hemisferio Oriental Shi-Mao Yun, pero nadie la usa. Esta espada es para las personas que aman la libertad más que a nada en este mundo. Como el viento, que es libre y deambula por toda la tierra, por eso se dice que esta espada no se puede mantener cerca de las otras por mucho tiempo, pero son supersticiones. Como ven, cada espada tiene su propia vida y su forma de ser, pero lo que las hace las más poderosas del mundo, es que nunca se equivocan en el guerrero al que escogen, y sobre todo, renacen en el momento apropiado para salvar la tierra. Los más triste de todo esto es que hasta el momento nadie de ustedes es lo suficientemente capaz de obtener una espada, y el primero que llegó de ustedes fue hace casi cinco años. Todos guardaron un silencio de sepultura, el único que no parecía estar consternado por estas palabras era Hart. - Bonito discurso anciano, pero se te olvidó mencionar otra espada no, son cinco, o que acaso estás perdiendo la memoria. - No le hables así al maestro Hart, le debes respeto por tenerte aquí a pesar de tu actitud- le respondió Shin a Hart. Hart y Shin se dieron una mirada diabólica, pero antes de que alguien pudiera hacer algo Drulicz intervino: - Está bien Shin, no se me ha olvidado la última espada Hart, el problema es que no sé qué elemento es ni dónde está o quién la tiene, esa espada siempre fue un misterio para nosotros, nuestro maestro Sebastián nunca nos quiso revelar nada sobre la última espada. - Bah, así que no sabes todo sobre las espadas viejo, y que tanto sabes sobre el Ritual de los Lamentos, dicen que con éste se puede obtener el poder de la espada sin necesidad de merecerla como tú dices. - No sé nada sobre eso, pero te puedo decir que no creo que exista nada que pueda engañar la espiritualidad de la espada- le contestó el anciano. Hart puso una cara de indiferencia ante esas palabras y se volteó a ver los árboles que estaban cerca del lugar. Las espadas seguían suspendidas en el aire, relucientes y hermosas, todos con excepción de Hart y Shin las veían anonadados. De pronto se movieron y fueron a parar a las manos de Drulicz. - Bien, espero que esta conversación les haya dado qué pensar, y si en verdad quieren ser unos guerreros y pelear por este mundo, tienen que mejorar la actitud que muestran hasta ahora. Drulicz entró a su dojo seguido de las espadas. Los demás se quedaron contemplando aún el camino que las armas habían dejado en el viento. - Cielos, en verdad que el maestro es un apasionado del poder que te dan las espadas no- dijo John. Nadie le respondió. Los jóvenes estuvieron callados todo el día hasta que anocheció y se quedaron dormidos. Ese día no hubo entrenamiento.

Palabras Clave: Espadas; literatura fantástica; héroes; pelea; artes marciales

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Fantasía



Comentarios (2)add comment
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Luis Mario Garca

Gracias por la opinión y comentario, saludos.
Responder
October 02, 2014
 

C.S Marfull

Hola, está buena la historia pero ojo con las palabras que utilizas, "mártir" es una persona que sufre, creo que debería usarse correctamente la palabra "martirio" para aludir a que lo que vivieron fue algo terrible digno de sufrimiento. Saludos.
Responder
October 02, 2014
 

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