Cuando Santiago Caballero Falcón llegó a su cita en el Parque Alberti miró su reloj de oro. Sabía que había llegado tarde, se sentó en  un banco y, para no pensar en nada, comenzó a tararear un poema de Rafael: Te invito, sombra, al aire. Sombra de veinte siglos, a la verdad del aire, del aire, aire, aire. Sombra que nunca sales de tu cueva, y al mundo no devolviste el silbo que al nacer te dio el aire, del aire, aire, aire. Sombra sin luz, minera por las profundidades de veinte tumbas, veinte siglos huecos sin aire, del aire, aire, aire. ¡Sombra, a los picos, sombra, de la verdad del aire, del aire, aire, aire! Después se quedó dormido en el mismo instante en que ella apareció acompañada del otro. Ella hizo un intento de acercarse a Santiago pero no se atrevió...
 
-¿Le conoces, Mina?
 
Ella mintió a sabiendas de que estaba mintiendo...
 
- No. No le conozco de nada.
 
- Entonces... ¿por qué lloras?...
 
- Porque las mujeres somos así de absurdas.
 
- ¿Y lo nuestro?
 
- Lo nuestro no tiene sentido Alberto; así que mejor lo dejamos del todo y para siemrpre.
 
- ¿Eso quiere decir que se acabó?
 
-Se acabó, Alberto, se acabó. Tu sigue tu camino que yo seguiré mi destino.
 
Después de aquella tarde, Santiago Caballero Falcón va todos los días al Parque Alberti, se sienta en el mismo banco y sigue tarareando poemas de Rafael mientras que su fiel perrillo "Romy" no deja que nadie se le acerque a menos de dos metros de distancia.
 
Algunos dicen que usa gafas con cristales negros porque no desea ver a sus oyentes; otros afirman que es para ocultar algún secreto que no quiere que nadie descubra en su mirada; pero la inmensa mayoría hablan de que tiene el corazón destrozado. Solamente una jovencita bellísima tiene permiso de "Romy" para sentarse junto a Santiago. Y cuando éste acaba de tararear los dos se pasan horas enteras charlando de mles de asuntos humanos. 
 
Nadie lo comprende salvo Santiago Caballero Falcón, ella y el fiel perrillo "Romy".