La historia de las Espadas: El resurgimiento de los guerreros. Capítulo VI
Publicado en Oct 22, 2014
Capítulo VI. La llegada de los héroes.
Todos los guerreros que llegaron al dojo de Drulicz tienen una historia diferente en su pasado. Cada quien lo encontró de una manera distinta y una simple circunstancia provocó que se quedaran con el antiguo guerrero. Aunque ellos no lo sabían, Drulicz estuvo esperándolos desde hace tiempo. El primero en encontrar al maestro fue Shin. Un oriental muy devoto y uno de los mejores guerreros que entrenan en el dojo. Nació en Langkock, una ciudad en crecimiento situada en la parte Oriente del planeta. La pesca y el comercio son sus puntos fuertes. La principal fuente de ingresos que tiene esta ciudad es a través de los incontables puertos que se encuentran en las playas. Su padre fue capitán de un barco de pesca, se ausentaba por largos periodos así que su madre se encargó de educarlo y enseñarle todo sobre los ideales de la cultura oriental. Junto con se hermana, desde pequeños fueron inculcados a ofrecer honores al Rey de Oriente. Shin siempre fue muy devoto desde pequeño, se empeñaba en serio en las labores que le encomendaba su madre y también se encargó de tomar el rol de hombre de la casa debido a las largas ausencias de su padre. Aunque siempre fue muy independiente, los mejores días de su niñez eran cuando su padre llegaba de navegar y se pasaban días enteros de pesca con los amigos de su padre, siempre y cuando cumpliera con las labores que su madre le encomendara. Pero a los 13 años su vida cambió trágicamente. Por esos tiempos, la gente oriental era muy cerrada y sólo actuaban de acuerdo a sus ideales. Pensaban que lo que no fuera o se apegara a éstos era malo o inducía al mal. Había grupos radicales que querían mantener cualquier cosa que fuera de Occidente lejos de su vida. El padre de Shin, debido a su trabajo, tenía contacto con occidentales y muchos de los negocios que tenía que hacer estaban relacionados con los océanos del territorio occidental. Esto no era bien visto por los radicales, quienes lo empezaban a tachar de traidor por preferir los productos de otra parte del mundo. Primero fueron problemas menores, como sabotajes al barco que descubrieron a tiempo o los pescadores que trabajaban para él desaparecían una noche antes de zarpar. En Langkock, había barcos pescadores que sólo traían productos orientales por temor a cualquier represalia, pero el padre de Shin, quien hacía los mejores negocios cuando se dirigía a Occidente, no pensaba igual. Las rutas marítimas estaban bien estipuladas en ese tiempo en el mundo. El territorio de Occidente estaba dividido por una gran masa de agua, conformada por los océanos Occidental del Norte y del Sur, y no había duda a que hemisferio pertenecían en cuanto a cuestiones de navegación y comercio se refería. En el otro lado del hemisferio, el océano que dividía a Oriente y Occidente, estaba repartido en dos partes, una pequeña para Occidente, que se llamaba Océano Báltico, y una más grande para la parte Oriental, el Océano Oriental. En esta gran masa de agua es donde más se efectuaban los problemas comerciales. En la frontera del océano entre los dos hemisferios, se encontraba la estación Silk, donde los navíos de todo el mundo podían abordar y hacer negocios. Se les permitía intercambiar mercancía o comprar productos marítimos que no se encontraban del lado de algún hemisferio. En este puerto, Shin padre era muy conocido y respetado por la mayoría de los mercaderes por la buena pesca que siempre llevaba a bordo de su barco y por lo justo que realizaba los negocios. Pero también generaba envidias entre otros mercaderes. El ambiente en Langkock se ponía cada vez más inseguro. Debido a que la mayoría de los empresarios no generaban buenas ganancias ya que odiaban hacer negocios con Occidente, empezaron a presionar a la comisión de relaciones marítimas para que prohibiera los negocios e intercambio de productos con este hemisferio. Aunque no habían logrado que los negocios con Occidente fueran ilegales, si generaron apoyo de parte de la población, que cada vez deseaban consumir menos productos marítimos que fueran de la otra parte del mundo. A Shin padre no le importaba esto y seguía importando productos occidentales, ya que aún había un mercado selecto que gustaba de ciertos pescados que sólo se obtenían del Océano Occidental Sur. Pero el grupo radical no estaba dispuesto a aceptar la derrota tan fácilmente, uno de los tantos sabotajes que cometieron contra el padre de Shin por fin resultó y lograron envenenar una mercancía de pescados que importaba, y esto generó que varias personas que los consumían resultaran intoxicadas y otras más murieran. Esto provocó una insurrección entre los habitantes del puerto de Langkock. La chusma iracunda actuó sin pensar y atacó la casa de Shin. Primero arrojaron piedras y ladrillos para después entrar a fuerza a la casa y quemarla, no sin antes sacar a los padres de Shin de ésta. A ellos los ahorcaron de un árbol. Este acto estuvo encabezado por la mayoría de los dueños de otros barcos que encomendaron a sus marineros sin escrúpulos esta terrible misión. Shin no estaba en casa cuando sucedió. Se había quedado tarde trabajando en el barco de su padre porque alguien había pintado en éste un letrero que decía “Perros traidores”, con una pintura muy potente que no se quitaba fácilmente. Cuando llegó a su casa estaba en llamas y sus padres aún se retorcían tratando de zafarse de las cuerdas que provocarían su muerte, ante la mirada de los asesinos. Aunque quiso intervenir no pudo por la impresión del momento y sabía en su interior que no serviría de nada, lo matarían como a un perro al igual que su familia. Después de un momento recordó a su hermana menor. Cuando la chusma iracunda se fue y la casa terminó de consumirse, salió de su escondite y empezó a buscar a su hermana esperando que hubiera logrado escapar y estuviera escondida al igual que él en esos momentos. Pero no era así. Ella había estado en la casa todo el tiempo. Lo supo cuando vio su pequeño cuerpo calcinado. El dolor eterno que sentía sólo desaparecía un poco cuando la ira lo invadía y empezaba a golpear todo lo que tuviera enfrente, como el árbol donde sus padres fueron colgados y tumbó a golpes, después de fracturarse casi todos los dedos de su mano derecha. Después de esta escena empezó a llover. Nadie en el pueblo se preocupó por derramar una lágrima por su familia. Cuando los enterró en un sitio escondido para que sus verdugos no pudieran destruir las tumbas y hacerle algo a los cuerpos, desapareció de la faz de la tierra por más de cinco años. A los 18 años entró a las fuerzas militares de Oriente. No tenía nada que perder ni hacer con su vida, así que esa le pareció la mejor opción. Debido a que una ira todavía dominaba su cuerpo, se convirtió en unos de los mejores soldados cuerpo a cuerpo y con la disciplina que aprendió desde pequeño rápidamente se hizo de los mejores soldados rasos del pelotón en el que se encontraba. Su coronel lo veía como su futuro sucesor. Un día, cuando llevaba clases de valores orientales, Shin descubrió una base ideológica importante de la cultura oriental que sus padres no le habían enseñado, estaba permitida la venganza. Pensó que ellos lo querían proteger de este sentimiento lleno de coraje e ira, algo que cada vez lo consumía más. Sabía que si sus padres no querían que supiera de esta regla era porque no querían que la utilizara. Recordó cuando era niño, de regreso a casa de la escuela una vez le arrojó una piedra en el ojo a otro niño cuando éste se burló de él en la escuela enfrente de los demás, quienes se empezaron a burlar de él también. Su padre vio cómo hirió al niño y lo regañó tremendamente. Fue la única vez que lo golpeó en su vida. Pero el sentimiento de ira y ganas de desquitar su odio contra los que asesinaron a su familia era mucho más grande que el recuerdo de las enseñanzas de sus padres. Además, en el ejército el corazón se le había hecho más duro y cada vez lo consumían más las ganas de violencia. Cada vez más lo carcomía el deseo de matar a quienes le habían causado el dolor más grande su vida. Así que decidió lo que tal vez nunca se perdonaría después, regresó a Langkock, con el fin de aliviar su espíritu, aunque fuera sólo por un momento. Después de tres semanas de viaje a pie, llegó a su ciudad natal por la noche. Llovía, igual que la noche en que sus padres y hermana fueron asesinados, se acercó al bar donde usualmente se juntaban los matones y las personas sin escrúpulos, se asomó por la ventana y reconoció a varios de los que participaron en aquella noche fatal. Estaba la mayoría, aunque dudaba que estuvieran los ejecutores intelectuales. Todavía era poco antes de medianoche, así que había tiempo. Tiempo para pensar y reflexionar, tiempo para decidir alejarse y olvidar su deseo de venganza, tiempo para ir al lugar donde enterró a su familia y pedirles un consejo espiritual. Sus puños cerrados temblaban. Temblaban cada vez más al escuchar la algarabía de adentro. Los hombres reían y se divertían en grande, aquella diversión que Shin olvidó hace cinco años cuando le quitaron todo lo que tenía. Adentro, la mayoría de los hombres ya estaban más cerca del estado de ebriedad que el de la lucidez. De pronto escucharon las puertas de la cantina abrirse y vieron a un hombre joven empapado con la mirada baja, los puños cerrados y temblando. Al principio pensaron que temblaba de frío por la lluvia, pero estaban equivocados. Golpes secos. Fue lo único que se escuchó dentro de la cantina. Golpes secos que fracturaban huesos, provocaban hemorragias internas y destrozaban órganos. A veces el sonido de los golpes se interrumpía con el sonido de mesas y sillas rompiéndose, o la caída de cuerpos al tocar el suelo. Los 33 hombres que asesinó Shin esa noche no sabían por qué les estaba pasando eso, sólo algunos que tropezaban con la mirada del aquel joven lleno de fuerza y odio lo reconocían y sabían que había vuelto aquel niño que decidieron no buscar para darle el mismo destino que su familia, por lo que sabían que estaba en su derecho de venganza y aceptaron su fin. Aproximadamente seis minutos duró la matanza, Shin salió del lugar con los puños llenos de sangre y ahora el temblor recorría todo su cuerpo, caminó por el lodo que había dejado la lluvia para nunca más volver al lugar dónde más había sufrido y dónde jamás se había sentido tan lleno de rabia hacia otras personas. Nunca pensó que odiaría tanto a alguien en su vida, pero finalmente sació ese sentimiento, aunque apenas le duró unos meses, ya que después llegó el remordimiento de sus acciones. Después del terrible suceso estuvo deambulando por todo el territorio oriental, de norte a sur y de este a oeste durante un poco más de cinco años. En este tiempo vivió de lo que le ofrecía la naturaleza y realizando acciones comunitarias, ayudando a otras personas para tratar de aminorar su remordimiento de asesino y entrar en armonía con el mundo que lo rodea. Fue así como llegó a Délciran, una pequeña aldea de no más de dos mil habitantes y muy cerca de la frontera occidental, de ahí no pasaría, ya que en el ejército le habían inculcado a no entrometerse con los occidentales, y después de la suerte de su familia debido a los negocios con ellos pensó que eso era lo mejor. Un día, vagando cerca del poblado, se encontró con un lugar que le llamó la atención, era una pequeña área despejada en medio de un bosque de árboles altos en donde se encontraba una choza de madera, donde salía humo por la chimenea y expedía un olor sabroso para el olfato y el paladar, además irradiaba un ambiente de tranquilidad. Cualquiera que viva ahí debe ser afortunado, pensó, y decidió tocar a la puerta y ver si podría recibir hospitalidad, pero al llegar a la entrada se dio cuenta que no había una puerta que le impidiera el camino, así que sólo se asomó un poco para ver hacia adentro. Aunque no tenía muchos muebles más que una mesa para comer, una cama y un caldero que hervía con alientos, parecía acogedora. - Buenas tardes, hay alguien- exclamó, pero no encontró respuesta. Después de estar un rato en la orilla de la entrada decidió ingresar para verificar el caldero, ya que pensó que la comida, al estar descuidada, podría estar en peligro de quemarse y echarse a perder tan delicioso manjar que pensaba se guardaba ahí. Aún un poco inseguro por entrar a propiedad privada, se acercó a la olla hirviendo y quitó la tapa con su mano para degustar mejor el olor. - Huele delicioso, creo que ya está listo el asado, ¿no lo crees tú? Estas palabras asustaron a Shin, por lo que se le cayó la tapa al suelo haciendo un ruido que no concordaba con el silencio de afuera, sólo estorbado por el empezar del canto de los grillos, que empezaban a hacer sentir su existencia. Shin volteó un poco avergonzado a donde se encontraba una pequeña figura que no pasaba del metro y medio, con un sombrero de pico de paja y que escupía humo de la boca, debido a la pipa que fumaba. Drulicz se acercó hacia donde se encontraba el joven y levantó la tapa del suelo para ponerla acomodada a un lado de la olla, Shin salió de la sorpresa en que se encontraba y empezó a hablar: - Lo siento por eso señor, pero me asusté cuando habló, no era mi intención entrar en su casa sin permiso, es sólo que el olor del conejo con orégano me atrajo. - Ah, veo que tienes buen olfato, sólo le puse un poco de orégano y lo pudiste distinguir, y no te preocupes por irrumpir así en este lugar, creo que de vez en cuando necesito compañía para variar- contestó el anciano. - ¿Cuánto tiempo lleva aquí señor? perdón por no presentarme antes, mi nombre es Shin, mucho gusto de conocerlo. - Mucho gusto joven, y llevo el tiempo suficiente para saber que es un lugar tranquilo y estable para seguir viviendo. - Sí, no me ha dicho su nombre señor- contestó Shin, quien se encontraba intrigado por el aura enigmática del anciano. - Mi nombre lo sabrás a su tiempo, ahora disfruta de esta cena, que creo que te sabrá bien después de andar errante por tanto tiempo- Drulicz dijo esto mientras llenaba un plato con comida y se la pasaba a Shin junto a una cuchara. Shin tomó el plato, y se intrigó más al ver que el anciano, quien irradiaba tranquilidad y seguridad, sabía algo de él aunque apenas lo conocía cinco minutos. - No entiendo ¿Cómo sabe que…? - No lo sabía– interrumpió Drulicz– es sólo que me imaginaba algo, tu ropa se ve que ha viajado demasiado y a pesar de que eres joven tus ojos expresan una gran experiencia en la vida, que sólo se obtiene si has viajado mucho o si has recibido duros golpes de la misma ¿Cuál de las dos situaciones es tu caso?- preguntó el anciano. Shin dudó un poco antes de contestar, no sabía por qué, pero sentía que debía sincerarse con el pequeño anciano, quien bien podía considerársele enano, con la piel lo suficiente arrugada y café como para parecer un tronco de madera vivo. - De las dos cosas, la verdad, mi vida dista mucho de ser normal señor- contestó Shin. Después de esto le contó a Drulicz todo lo que había pasado desde que tenía 13 años, cuando vio como la envidia de los comerciantes crecía cada vez más hacia su padre, hasta que llegó a esta pequeña cabaña. Mientras hablaban se terminaron la olla de comida, y la noche había oscurecido la pequeña casa sólo iluminada por unas velas y quinqués. Cuando terminó de contar su historia, que el anciano había escuchado con detenimiento ya que sólo se había movido para probar bocado, acomodar la pipa en su boca y darle una bocanada, Shin se quedó mirando a Drulicz, en espera de lo que diría el viejo, a quien a pesar de tener sólo una noche de conocerlo, ya le tenía confianza. - Veo que cargas un gran tormento en tu interior que no ha podido disiparse a pesar de que ya pasó tanto tiempo, quisiera poder ayudarte, pero no puedo, lo único que te puedo ofrecer es esta casa y que te quedes el tiempo que necesites para ver si puedes calmar tu espíritu y tu sentido de culpa, es un lugar tranquilo, en donde si quieres pasar unos días en paz te ayudará, ya lo verás. Por cierto, mi nombre es Drulicz y me da mucho gusto conocerte Shin, ahora si deseas dormir aquí puedes hacerlo en cualquier lugar, como ves esta casa está casi vacía y sólo hay una cama, la mía, pero creo que estarás cómodo aun así, buenas noches Shin, y nos vemos por la mañana. El joven oriental escuchó las palabras del anciano con cierto aire de tranquilidad, ya que en su interior sentía que debía quedarse ahí, mientras Drulicz se dirigía a su cuarto las palabras de éste aún resonaban en la cabeza de Shin, quien decidió acomodarse en un lugar cerca de la fogata donde se cocinó la cena, ya que aunque faltaba poco para que se consumiera el fuego, era el área donde había más calor después de que el anciano se fue a dormir.
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