RELATO ( LA LLUVIA)
Publicado en Oct 28, 2014
La lluvia 1- Llegué a V. a media tarde, sobre las 6, antes de la tormenta, y llamé a Sandra para que viniese a recogerme a la estación. Por M no pasaba el tren, así que tenía que apearme en V. que distaba unos 5 Km. de mi destino El andén se encontraba desierto, a excepción del maquinista que hablaba por su teléfono móvil. Iba a meterme a la cafetería, estaba hambriento, pero la conversación del maquinista subió de tono y llamó mi atención. -Te dije que no te movieras de casa, zorra inmunda, no me interesa lo más mínimo, y deja de escribir majaderías, no necesito que hablen más de mi. El hombre colgó el teléfono. Cuando levantó la vista del suelo nuestras pupilas se cruzaron, e inmediatamente cogí mi bolsa en ademán de retirada. De reojo observaba su mirada torva clavada en mis pasos, fue un alivio oír el chasquido de la puerta de cristal cerrarse a mi espalda. La camarera, espantaba las moscas de las vitrinas que exhibían mugrientos platos con tortillas de todas las clases, todas ellas conservando un repugnante tono anaranjado. Me dio un repaso incontenible y seguidamente me preguntó si había venido a mirar o a consumir. Su displicencia me resulto acogedora, acostumbrado al carácter rudo de aquellas tierras, sin embargo y tras una profunda batalla, terminabas por ganarte su espantosa confianza, resquebrajada en algún momento desconocido. Pedí café y me senté a esperar a Sandra mientras hojeaba el periódico no menos mugriento y repleto de grasa. El café, pese a hervir, no era malo, esperé a que entibiase agitando la cucharilla con intención de acelerar el proceso. La puerta se abrió y el maquinista desde el umbral de la puerta lanzó una socarrona sonrisa a la camarera y desapareció. 2 En lugar de llorar, pinto, el mejor remedio para este paisaje, precipitado al abandono, un homenaje que no encierra más respuestas. Ayer y hoy luce el sol, pero las nubes permanecen sigilosas, fingiendo su posición estática cuando las miras. Te saben concentrado en ellas, y detienen el paso majestuosas sirviendo a su estudio, difuminándose y borboteando con el atropello de demasiadas atenciones. Qué refrescante es la mañana, abierta al claro bicolor, despertando los planes y las dudas de quienes madrugan. Entro y salgo de casa para comprar el pan y los bizcochos, y antes de regresar paso por casa de la Paca, una hacendosa mujer que rozará los ochenta años, se preocupa de mantener el enorme caserón ruinoso, y de ser, al mismo tiempo, la heroína sin nombre que alarga la vida del Jose, custodiado por la firme enfermedad que deshace la memoria. Saludo a José y él me responde con una risita infantil, acrecentando la miserable conmiseración, nacida de la desgracia, cuando únicamente queda eso, pena, y la respuesta es pena ante la pena. Después de escribir, ahogada, Marta salió a la calle a fumar, abrió la cajetilla y cogió un cigarro con la boca, lo encendió, dedicándose a observar cómo se consumía la papelina prensada, una existencia crepitante, real, y probablemente menos nociva que su vida Mientras, los mirlos cruzaban el cielo en densas bandadas que parecían no tener fin, Cayó la lluvia en M. y el humo se apagó, la noche se acercaba y pelo de Marta se confundía con la oscuridad. 3 - -Juro que no aguanto más ¡ - -Paca, hija mía tranquilízate, qué te sucede? - -Lo he dejado sentado con la llave por fuera, y el muy condenado ha llamado al Tato, que no se lo ocurre otra cosa que buscar el manojo de nuestra casa. - -Pero ha regresado ya a casa verdad? - -Claro Padre, después de llamar a Pedro que tenía el coche aparcado frente al bar, oxidado de no moverlo por lo que parece… lo hemos encontrado en la orilla del río echando agua por la boca. - -Cuando me acuesto cierro los párpados rápidamente, y antes de sumirme en sueños. deseo con todas mis fuerzas que ésa se la última noche, no despertar jamás - -No digas eso, Dios no te ha abandonado y tú tampoco deberías volverle la espalda, gracias a ÉL tu ánimo sigue en pie, solamente el cuerpo traiciona y la duda, instalada desde que nacemos, hace tambalear nuestra fe - -Dios no existe padre, cómo puedo dar las gracias a una mano invisiblemente impía? Cómo asimilar el abandono que no ha materializado ni su compañía? - -Paca, creo que deberías venir con José, contagiarnos de su sentir para aprender de esos caminos tan ignominiosos por los que transitas, evitar las espinas y empuñar el tallo - -Tengo miedo Padre, y no es el miedo a morirme como todos esos hipócritas que descubren cuando viejos su vocación cristiana, la muerte no me preocupa demasiado, eso me aliviaría. Hay veces que lo miro y en sus ojos vacíos no reconozco nada, más bien el mal encarnando el alma de lo que fue, y lo peor de todo es que el sufrimiento sigue gozando de su sabor sin apetito, (La Paca comenzaba a temblar, y el cura miraba sus manos, que tenían leves rasguños en las falanges) -No concibes a Dios, pero me estás hablando del alma. Paca creo que… -Déjese de creencias padre, toque mi cara. -Pero… - Toque mi cara… (Sus dientes repiquetean hasta que finalmente el cura posó su dedo índice sobre la mejilla de la Paca) -¿Se ha dado cuenta? -De qué me tengo que dar cuenta hija? -Mi piel esta seca, no hay lágrimas que humedezcan mis mejillas, están tan cuarteadas como el campo -Perdona hija, pero no entiendo lo que me quieres decir -¡No me vuelva a llamar hija, no soy su hija! ¿Le ha quedado claro? Algún día yo seré quién esté dentro de ese confesionario…, y estaré limpia, porque me habré perdonado a mí misma, el más sincero y único perdón (En ese momento la Paca se acercó despacio a la rejilla y con la cara visiblemente descompuesta aguardó hasta que el cura se dispuso a despacharla) -Padre, he matado a José. 4- A las 7 sonó el pitido del encargado y salió el tren de vuelta. Me pareció el transcurso de un día, en aquel bar de paso, no pasaba nadie, y el espectáculo se cernía sobre mi, entorno a los parroquianos. Hacía escasos meses que habían hecho una bifurcación en dos pueblos anteriores que se dirigían a la capital, quedando la estación de V. como punto final del trayecto, por lo que si tenemos en cuenta la población de M. y V. se convertía en un lujo de estación para los fantasmas. Sandra me recibió como casi siempre, lisonjas por aquí y por allá su voz meliflua derritiéndose en piropos y en preguntas sobre mi viaje, yo le respondí lacónicamente puesto que mi cabeza seguía en el maquinista y en la conversación, así como en la extraña muestra de complicidad con la camarera de la cafetería. Quién sería la mujer a la que hablaba de esa manera? No era mi intención irrumpir en los detalles, empero, el asco subió por mi estómago y lo odiaba desde entonces, el pensamiento se había tornado obsesivo, como un alfiler giratorio en mi sien El golf de Sandra daba botecitos y el agua en el asfalto se asemejaba a las ondas de la corriente el río en primavera y no a una carretera nacional. -cuál fue la última vez que viniste por aquí’- me preguntó Sandra. -(salí de mi ensimismamiento y respondí) -No lo recuerdo pero hacía mejor tiempo que ahora desde luego, el calor era asfixiante Por cierto, ¿no crees que vas un poco deprisa? - ¡Venga ya, no seas cascarrabias! (No podía soportar ese adjetivo, entre otras cosas porque era así como me dirigía a mi padre y a sus intenciones de encauzar mi vida cuando hacía justamente lo contrario) - Lo digo por la “carretera” - M. tiene un clima muy seco, hace frío, pero tiene la ventaja de que no llueve casi nunca… (Torcía el gesto mientras lo decía) - Ríete a gusto, por mi no te cortes, total, soy un cascarrabias… - Eres un caso tío (prorrumpiendo en una risotada incontenible) (Adoraba esa risa, tan pura y llana, tan cotidiana y exenta de remilgos) -Me gusta la lluvia… 5- La lluvia era fina pero abundante, formando un telón gris que ocultaba el pueblo en su planicie. UN cartel blanco y rectangular señalaba la entrada. La torre sobresalía al final de las casas, imponente desde el cerro, gobernando la construcción de ladrillo y adobe extendida a sus cimientos. Las cigüeñas emigraron al sur en busca del calor perdido Sin duda se me antojan El verano y el invierno una estación, separados por la tibieza, por los falsos amigos bajo la acicalada sombra del mediodía. Aquí en este terruño no se recuerda el pasado y viven con los brazos del futuro, flacuchos y desguarecidos. Tal es el caso de Pedro, el alguacil que aspira a su despacho en la capital de provincia con los méritos de un pueblo donde no ocurre nada extraordinario. ¿Será por este motivo que atiborra sus sentidos con los hielos derretidos? 6- La noticia elevada como el polvo, sin dejar huella, había regado el áspero cielo, susurrando cada detalle de la confesión y en segundo lugar disipándose hasta flotar invisible con las brumas. A nadie le importaba ya José ni sus pecados cometidos o por cometer. La Paca no cambió sus hábitos en absoluto, iba a la iglesia, compraba lo necesario para cenar, pues comía en el club de los jubilados, y dejaba preparada la frugal cena para dedicarse a la casa y posteriormente a los chismes. Se sentía liberada, volvía a sonreír, pero una cosa era olvidar y otra perdonar. …. Pedro recordaba a Jose con claridad, siendo hombre y no una planta Recordaba el vetusto laboratorio que servía para hervir la uva y producir cientos de litros para el año venidero. La pequeña prensa estriada de hierro y la bomba artesana filtraban de zaborras y fango el clarete y el tinto, en medio de vítores y brindis por la buena cosecha, un lugar que apestaba a vino y a una felicidad de cristal. Aquel viejo diablo pasó media vida atormentando a su mujer y a sus hijos a base de correazos y la otra media sumido en su agujero digiriendo una frustración palpitante debajo de los racimos. Al llegar al cruce, Pedro aminoró la velocidad del Patrol, sin separar sus ojos vidriosos de la enjuta figura de la Paca. Lo hacía detrás de las casas paralelas, que no levantaban más de dos plantas, entre uno de los pasillos que distinguía las propiedades. La Paca fingió no verlo, mas sufría el escozor socavando su espalda El mismo itinerario todos los días, circunvalando el perímetro del pueblo, yendo al bar de esquinas a beberse tres o cuatro vinos, y regresando a la vigilancia. En sus manos dibujada la clarividencia de su objetivo, el ocaso de las dudas que se evaporaban al desenmascarar a la asesina, extirpando la rutina de sus gestos ligados a la deplorable indiferencia de los buitres. …. Los brotes han remitido, Crisa me convence de que poco a poco iré reduciendo la medicación y los episodios no serán tan frecuentes, o eso me dice ella… no he vuelto a ver sangre a mi alrededor. 7-- M. se había conservado inalterable en mi mente, ladrillos y más ladrillos, un pueblo esencialmente marrón de casas bajas, salvo por el conato de urbanización chic sumado a un presuntuoso polideportivo en la zona este. Vestigios de una evolución perdida incapaz de progresar con sus recursos agrícolas e industriales, se sentía acomplejada de ser mayor Sandra estaba cansada, el día anterior llegó de madrugada de Barcelona prácticamente sin dormir, así que le insistí para que se echara un rato mientras daba un paseo, fusionándome con el entorno, aprendiendo el significado de esos tejados desamparados que cobijaban sucios misterios tras las cortinas de papel, sombras grotescamente reflejadas escuchando los únicos pasos que por allí retumbaban. La lluvia había cesado Subí la cuesta que cortaba la carretera principal hasta alcanzar la plaza de las cuatro esquinas, en cuyo centro pavimentado, sentados en un banco, dos viejos desarticularon su conversación al verme aparecer. Detrás, en una de las jambas del bar, se apoyaba, el dueño del local, con los brazos cruzados y un palillo en la boca. Los saludé y seguí mi trayecto en dirección a la iglesia que se encontraba en lo más alto. No fue hasta después de avanzar 20 metros cuando oí que retomaban las palabras, esta vez en clave de cuchicheo. –Qué poca prisa se han dado- grité sin darme la vuelta – interrumpiendo su regocijo. No pude evitar pensar repentinamente en las razones que me llevaron a regresar a M. ahora me culpaba por ello y por el diletante destino que removía los campos a fin de hallar la misma tierra En estas reflexiones me embarullaba, cuando me topé nuevamente, a los pies de la suntuosa torre solitaria, estampada sobre el cielo gris. Su cúpula triangular apuntaba con gallardía a las nubes, en representación de su poder Las cigüeñas habían emigrado en esa época del año, y los nidos junto a las campanas esparcían las ramitas inservibles impregnadas del pertinaz crotoreo, inmortal en los oídos de quien lo había escuchado en alguna ocasión. Rodeé la construcción, admirando los surcos embelesadores del tiempo y la guerra, cuando oí un ruido metálico detrás de la iglesia, parecido al de una tapa o un objeto circular. De repente el bamboleo se disipó violentamente y un golpe seco levantó el vuelo de un grupo de palomas que salieron disparadas en todas direcciones, inundando las calles colindantes. Me venció la curiosidad sobre el incipiente temor, y alargué mis pasos, dando zancadas silenciosas pegado a la pared, basculando hasta la siguiente esquina. Un hombre corpulento metía en la parte trasera de su coche un saco con dimensiones de mujer adulta, exhibiendo bajo la tela diversas protuberancias sospechosas, Se daba prisa, por lo que no reparó en el flanco desde el que era testigo, probablemente, de un crimen. Era un coche patrulla, pues tenía una franja anaranjada que cruzaba el lateral de la misma, y que rezaba “servicios auxiliares” en la parte de arriba una faro tintado de cristal oscuro me dio a entender que se trataba de la policía local. En M. como en otros pueblos de la zona, la policía local se encargaba de hacer las diligencias, pasando los asuntos de mayor gravedad a la guardia civil. El agente, sin embargo iba vestido de paisano y ahora sí redoblaba la vigilancia, percatándose de no ser objeto de fisgones. La tarde caía con desdén en compañía de ladridos lejanos, acomodé mi posición, a expensas de presenciar el siguiente movimiento. Cuando se aseguró de no ser visto subió al vehículo, encendió un cigarrillo y salió quitando el freno de mano, con el motor apagado, sirviéndose de la cuesta abajo Ninguna luz se encendió aquella tarde en las ventanas curiosas de M. 8- Se rumorea que fue un accidente, otros hablan sin tapujos y gratuitamente de asesinato… la verdad que no lo sé, lo único claro es que el daño más grande se ejecuta en el espacio más reducido, donde no hay hueco para tanta rencilla y menos para los impulsos reprimidos. Conviven puerta con puerta, más les separan muros infranqueables que si no muy grandes, destaca en última instancia el alambre de espino sobre la cúspide. La Paca está libre y feliz, el juicio no se ha celebrado todavía, pero casi todos los días cámaras y abogados deambulan por M. buscando trabajo, como si de las piedras pudieran arrojar a Jose a la vida. Era casi de noche y oí jaleo fuera, me asomé a la ventana y vi a la Paca discutir airadamente con Pedro, él la mandó callar en repetidas ocasiones y finalmente le dio un bofetón. Ella quedó estupefacta, inmóvil, sin atreverse a levantar la maltrecha mejilla a su agresor, luego se la llevó del brazo a la vuelta del parque, apartándola del paso de los escasos coches que circulaban, No me permitían salir de casa pasadas las ocho, el corazón me latía arañando los pulmones, rabioso y engrilletado. Abrí la puerta de la habitación, Crisa se había dormido con un programa basura, demasiada decencia… Me aproximé a la puerta y con sumo cuidado le di dos vueltas a la llave, Crisa seguía inconsciente con los párpados trémulos, visiblemente turbada por alguna pesadilla. Durante unos segundos titubeé en el umbral de la puerta, el rellano estaba oscuro y frío. Bajé las escaleras y miré a través del cristal traslúcido del portal Afuera se apreciaban sombras en movimiento, poco después desaparecieron y un sonido de motor, acompañó el chirrido apagado de ruedas a la carrera Absorta con las primeras farolas encendidas de la calle, escapé. Desde mi casa veía la torre enrojecida, igual que si se estuviera librando una inabarcable batalla por conquistarla, y en las nieblas de mi espesa imaginación, flotando sobre éstas, un suceso horrible, visos de gritos y reclamos de la muerte. Evité la cuesta de las cuatros esquinas, guiándome por las huellas de barro que había dejado el coche de Pedro. Sorteé el casco antiguo y la fortaleza que circundaba las últimas casas y las protegía del viento premonitorio del invierno. A lo lejos, el silencio se había interpuesto entre mi perseguidor y yo, apremié el paso hasta alcanzar los aledaños del campanario aún cuando la espadaña pretendía ofrecer su arco sombreado sin luz. Las voces provenían de la parte trasera de la iglesia, si uno mantiene la cuesta principal como referencia para visitarla. La diagonal trazada entre mi posición y la suya me permitió ver como Pedro golpeaba a la cabeza de la Paca con un tapacubos que no pertenecía al coche. La Paca tenía una mordaza en la boca y no podía haber emitido ningún gemido, ahora el cuerpo yacía boca abajo, con una brecha sangrante en la cabeza, mientras pedro preparaba algo en el interior del maletero. No puedo describir la humillación que sentí, agazapada de rabia y vergüenza, de no tener el valor necesario para acudir en auxilio de la Paca, tan irremediablemente frágil. En ese momento la cabeza empezó a martillearme y mis piernas perdieron el equilibrio cayendo de rodillas sobre el suelo. Antes de perder el conocimiento, pude reconocer a un hombre alto y joven presenciar la misma escena, en tanto su figura se difuminaba y se hacía más nítida hasta desaparecer 9- He tenido un sueño extraño doctor, demasiadas imágenes por ordenar, no entiendo bien su significado. - Inténtalo, lo que recuerdes, puede ser interesante, - Bueno, había una chica que parece estar atrapada en una casa como esta, quiero decir interna… Quiere olvidar y poco a poco está mejorando, lo cual asemejo claramente a mi estado actual. Asimismo tiene el papel de narradora, o por lo menos se entiende que es la persona que más tiempo lleva viviendo en el pueblo, - ¿De qué ha de mejorar, Pedro? - Oye voces o ve cosas, no lo sé con certeza, pero ha distorsionado la realidad. Se ha producido un crimen que yo no tolero, y me vengo, ella es mi delatora al contemplar mi asesinato - ¿Eres tú un asesino Pedro? - Yo no soy ningún asesino!, solo le cuento el sueño que he tenido - Tranquilo Pedro, me refería a eso precisamente, un asesino en tu sueño… - Ah, supongo que sí, no entiendo por qué he de ser el verdugo en mis sueños - Verdaderamente los sueños escapan en muchas ocasiones a nuestra comprensión, pero siempre nos dejan señales que hemos de seguir para interpretarlos correctamente, y no en una única dirección. - Entiendo. - Me has dicho que también había un pueblo… - Sí - ¿Cómo se llama ese pueblo, lo recuerdas? - No lo sé, siempre lo mencionan por su inicial , M. creo - ¿M. dices? - Sí, eso creo - Discúlpame Pedro tengo que atender una visita que llega ahora, ¿te importa que sigamos en 5 minutos? - Vale, le esperaré aquí El policía se quitó la bata al salir de la celda de aislamiento y llamó a Pérez que lo esperaba tomando café - ¿cómo ha ido? -Sigue pensando que él la ha matado, no tendremos ningún problema en el juicio, demuestra sensatez en las declaraciones y una coherencia relativa en los hechos, habla del mismo sueño todas las noches, sin embargo cree no haber estado nunca aquí. Piensa, o sabe mejor dicho, que todo forma parte del bucle interminable que lo acosa cada noche, y para colmo cree que soy yo, y yo su médico. Resultará bastante evidente el estado de sus facultades mentales cuando pase por el banquillo, y por extensión la goma borradora de aquella tarde. - Eso es fantástico - dijo Pérez- la vieja al arroyo y el loco al hoyo (prorrumpiendo en una risa histriónica, en un arrebato escandaloso) -¡Silencio, inútil!, no vayas a mandar todo a la mierda, hablaré con Sandra, y cerraremos el caso. La pobre ya ha tenido que aguantar bastante… (Mientras dijo esto la sonrisa se dibujó en su cara) La placa que llevaba escondida en el bolsillo de la camisa, reverberó en el pasillo al caer al suelo. Era la misma placa que RENFE, disponía entre todos sus empleados Pérez la recogió rápidamente mirando a un lado y a otro Pedro lo miró con nerviosismo, en ese instante la enfermera de planta los vio y fue a llamar al guardia de seguridad. – ¡eh vosotros, no podéis estar aquí!- A las diez de la noche Pedro y Pérez salieron del hospital bajo la confusa mirada de nuestro protagonista detrás de los barrotes de acero. Había empezado a llover en M
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Mara Vallejo D.-
Excelente.
Abrazos